La incapacidad de lograr un nuevo «siglo americano» globalizado, la profundización del declive estructural, la agravación de las crisis sociales y el surgimiento del Mundo Emergente, han llevado a la metamorfosis final de todo el imperialismo estadounidense, y con él del del Imperio Occidental en su conjunto, incapaz de acomodarse a su inevitable decadencia.
Su globalización unilateral, que pretendió rearmar a partir del 11 de septiembre de 2001, implosiona, y con ella todo el entramado socio-político-institucional que conocimos desde la Segunda Postguerra Mundial y la imposición de la Guerra Fría o Tercera Guerra Mundial. El largo siglo XX llega a su fin, aunque pueda hacerlo de la manera más dramática.
Sólo en los últimos años, y tras la segunda mayor lista de desconocimiento de Acuerdos o Protocolos de la ONU, tras Israel, EEUU se ha desecho de otros Acuerdos o Pactos en los que sí participaba. El 1 de junio de 2017 anunció su retirada del acuerdo climático de París, firmado en 2016. El 23 de enero de 2017 se retiró del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica. También se ha salido del Pacto Mundial de la Organización de las Naciones Unidas sobre Migración y Refugiados, así como de la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco). Además ha modificado a su antojo el Tratado de Libre Comercio para América del Norte (TLCAN). Asistimos recientemente a la profundización de su desconocimiento y hasta repudio de las decisiones de Naciones Unidas (y del Consejo de Seguridad) que constituyen la legalidad internacional. EE.UU. reconoció a Jerusalén como capital de Israel (otro país que se jacta de saltarse a la torera cualquier resolución de la ONU), así como su «soberanía» sobre el Golán ocupado, lo cual implica aceptar la adquisición de territorios mediante la guerra. Seguidamente, anunció que se retiraba del Plan Integral de Acción Conjunta firmado con Irán, y también del Tratado sobre armas nucleares con Rusia.
Pero toda esa demolición planificada del Orden Internacional Estadounidense tiene una de sus más salvajes y peligrosas expresiones en la violación de embajadas, territorios protegidos o santuarios de la diplomacia internacional desde hace milenios.
EE.UU. ya violó la embajada norcoreana en Madrid y la de Venezuela en Washington, hace escaso tiempo. Atacó deliberadamente la embajada china durante la destrucción de Yugoeslavia. Dicta resoluciones contra magistrados de la Corte Penal Internacional (incluso llegó a retirar el visado a la fiscal en jefe de la Corte), que pretenden juzgar sus crímenes de lesa humanidad. El mensaje es claro: nadie puede juzgar a soldados o, en general, ciudadanos/as estadounidenses, mientras que EEUU puede juzgar a quienquiera e imponer sus leyes al resto del mundo (la extraterritorialidad de las leyes estadounidenses que obligan a los demás a seguir ha sido parte importante de la globalización unilateral norteamericana). Además, ha dejado inservible a la OMC, y no sólo porque viola crecientemente cualquier norma de «libre comercio», especialmente contra China, y desata todo tipo de guerras comerciales y bloqueos contra numerosos países, como Bielorrusia, Burundi, Corea del Norte, Cuba, Irán, Libia, Nicaragua, República Centroafricana, República Democrática del Congo, Rusia, Siria, Sudán, Venezuela y Zimbabwe… es que ya no le vale mantener ese organismo porque el «libre comercio» sólo interesa a los poderosos cuando son ellos los que se benefician. Su última deserción en este reguero es la relacionada con la Organización Mundial de la Salud, tras la catastrófica gestión de la pandemia que tuvo un país que no cuenta con la mínima cobertura social de su población.
Se trata, en suma, como digo, de un trabajo de demolición sistemática de las instituciones internacionales, del sistema de relaciones y compromisos multilaterales, por parte de un gigante que va quemando puentes en su retirada.
A su rebufo parece que la veda queda abierta y ya sus subordinados más rastreros se ven autorizados a hacer lo mismo. Así el Ecuador de Noboa irrumpió el pasado 5 de abril en la embajada mexicana para secuestrar a un asilado, hecho sin precedentes en la historia de Nuestra América que parece destinado a deshacer cualquier intento de unión del subcontinente, y que se da sospechosamente a continuación de la declaración de la generala Laura Richardson, jefa del comando sur estadounidense: “EE.UU tiene una plan de seguridad de 5 años para Ecuador”.
Una prueba más y ésta claramente definitoria: el ataque de Israel a Siria e Irán al mismo tiempo el 1 de abril con aviones F-35 de fabricación estadounidense es un acto de guerra que viola todas las convenciones internacionales, así como la posibilidad de convivencia pacífica entre Estados. Irán, una vez más, como Hezbolá en otras ocasiones, cometió el error de no calcular la impune barbarie de su enemigo sionista, concentrando personal de primer rango en un mismo edificio.
Rotas las “reglas” del “jardín” occidental (el inefable Borrell dixit) por los mismos que las impusieron, ahora ya sólo cabe esperar una espiral de guerra acompañante de la militarización-barbarización de las relaciones internacionales.
Sólo la reacción y movilización de los pueblos en defensa de la PAZ y contra el más brutal turboimperialismo, tiene alguna posibilidad de evitar la catástrofe final.