Hace pocas fechas Iniciativa Comunista (en adelante IC) realizó un texto entrando en debate con el Movimiento Socialista (MS), sobre el documento del Euskal Herriko Kontseilu Sozialista (EHKS) -¿su posible órgano de dirección política?-, titulado Nueva Estrategia Socialista (https://gedar.eus/pdf/ehks/nuevaEstrategiaS ocialista.pdf).
El artículo crítico de IC, titulado “Sobre la centralidad del trabajo” (https://iniciativacomunista.net/wp-content/uploads/2024/02/Sobre_la_Centralidad_del_Trabajo.pdf) alberga su importancia al entrar en el meollo de la cuestión: ¿hablamos de crisis capitalistas recurrentes y reproducidas en el tiempo indefinidamente, o de una Crisis Sistémica de este modo de producción?
Y digo que la cuestión es importante porque marca la manera en que concebimos la vida del capitalismo:
“La LCTTG [ley de la caída tendencial de la tasa de ganancia] tiene su fundamento esencial en el hecho de que Marx no entiende las crisis crónicas del capitalismo como fenómenos accidentales, exógenos o evitables, sino como elementos consustanciales a la dinámica del sistema. En este sentido, establece implícitamente una distinción teórica que resulta clave para comprender tanto el significado de la propia ley como el funcionamiento del modo de producción capitalista: la diferencia entre la crisis (en singular) y las crisis (en plural) del capitalismo” (Del Rosal, 2024:62; el propio autor indica que también se han distinguido como “crisis cíclicas” y “crisis secular” del capitalismo).
De ahí que la opción por la primera respuesta, descartando la segunda, nos remita por lo general a una suerte de fe en la tendencial infinitud del capitalismo como modo de producción capaz de superar siempre todas sus crisis a falta de sujeto que le supere a él mismo. Una fe que, contra toda evidencia histórica precedente, contra toda dialéctica de la Vida -del propio Cosmos-, está muy arraigada entre bastantes marxistas. Una postura próxima a ello da trazos de ofrecer el texto firmado por Iniciativa Comunista.
La segunda opción de respuesta a la pregunta formulada puede plantearse de dos formas principales:
a) que se haga ver la Crisis como surgida por causa de una acumulación de factores estructurales que conllevan al colapso del capitalismo;
b) que la Crisis Sistémica sea señalada como propia de una contradicción o enfermedad estructural de este modo de producción (llamada sobreacumulación de capital) y que, efectivamente, conduce a crisis recurrentes, pero que las medidas aplicadas para superarlas van haciendo cada vez más difícil el remonte de nuevas crisis y a la postre van obstruyendo el funcionamiento del capitalismo. Esta segunda es mi postura.
¿Dónde quedan los sujetos políticos en todo ello? Pues en la diferencia abismal que hay entre “colapso” o si se quiere, “agotamiento”, y “superación” del capitalismo. El capitalismo es un sistema finito, como todo lo que hay en este mundo, por mucho que sus promotores y defensores, así como algunos marxistas, se empeñen en señalar lo contrario. Tarde o temprano -y simplemente las condiciones infraestructurales tienden cada vez más a marcar que posiblemente sea más temprano que tarde-, dejará de existir. Más que en forma de “colapso”, conforme ya he señalado en muchas otras ocasiones, yo veo ese paso como una lenta degeneración, como la trayectoria de una piedra que cae por la ladera de un monte rodando y dando pequeños saltos (de momentánea “recuperación”), pero siempre cuesta abajo (lo que no deja de sorprender de muchos críticos que se dicen marxistas es su empeño en no ver la evidencia de los síntomas de un capitalismo en descomposición, algunos de los cuales una vez más señalaré en este texto).
Ahora bien, para que más allá de su extinción el capitalismo dé paso a un modo de producción superior en términos de calidad de vida humana, de dignidad e igualdad social y de integralidad sistémica, es decir, una sociedad socialista, se requiere una intervención revolucionaria. De lo contrario, el agotamiento del modo de producción capitalista no sólo no tiene por qué llevar a nada mejor, sino que alberga muchas posibilidades de meternos en un mundo de barbarización generalizada en pugna por los escasos recursos que queden. Siempre hay que considerar, además, la posibilidad de un tipo de “revolución pasiva” mediante la que las elites podrían en algún momento comenzar a desconectarse del capital para emprender el camino hacia un modo de producción automatizado, a costa del conjunto de la humanidad.
Aclarado esto, para pasar a afrontar los argumentos de IC hemos de hacer una primera observación. En su caracterización de la crisis, en la página 10, el texto de IC da a entender la improcedencia de achacarla al aumento de la composición orgánica del capital, ante la creciente masa salarial que se da en las formaciones de capitalismo avanzado o primigenio (que ellos llaman “países ricos”). Sus palabras:
“la masa salarial de los países ricos es significativamente superior a la de los países pobres; de ahí que, incluso en condiciones de acumulación normal del capital constante, su proporción con respecto al capital variable no crezca al mismo ritmo que en la periferia.”
El argumento es sorprendente, porque según el mismo la composición orgánica del capital ¡sería proporcionalmente mayor en las economías periféricas o de capitalismo tardío!
En todo caso (y más allá de que eso haría desaconsejable la deslocalización productiva), la masa salarial por sí sola no indica necesariamente carencia de sobreacumulación. Lo que mide la sobreacumulación con claridad es la proporción de trabajo vivo empleado en los procesos productivos generadores de nuevo valor. Proporción que desciende frente al capital fijo, aunque pudiera aumentar el precio de la fuerza de trabajo remanente en los procesos productivos. Lo cual, dicho sea de paso, no parece cierto para el conjunto de la fuerza de trabajo, dado que no sólo se está dando una reducción de la masa salarial mundial, sino que en la propia UE fue de menos 485.000 millones de $ en 2013 (OIT, http://www.ilo.org/wcmsp5/groups/public/—dgreports/—dcomm/—publ/documents/publication/wcms_368643.pdf).
Más adelante, en el debate con el Movimiento Socialista sobre la centralidad del trabajo, IC distingue tres posibles enfoques del trabajo:
Como fuente de valor
Como parte del capital
Como relación social
Sus conclusiones parecen llevar a que ninguna de esas condiciones se ha modificado sustancialmente en el presente como para que podamos hablar de Crisis Sistémica (que ponga en peligro la dinámica de acumulación del capital).
No deja de ser congruente con ello, pero al mismo tiempo contradictorio para quienes se dicen marxistas, hacer un análisis cuestionador de Marx sobre la importancia de la tasa de ganancia, tomando como referencia a autores antimarxistas, como Nitzan y Bichler, u otros que diciéndose marxistas niegan “la más importante ley de la economía política” según palabras de Marx, su descubridor (subapartado b del apartado 3, pg. 11)[1].
Postura que no por casualidad está hoy muy en boga entre el “neomarxismo” y el “postmarxismo”, como argumenté en Piqueras (2022). Para ver la decisiva importancia que Marx diera a esa ley, LCTTG[2], he desarrollado dos textos a los que remito para profundizar en la discusión al respecto y para tenerlos en cuenta como base de lo que aquí digo (Piqueras 2024a y 2024b).
Veamos, entonces, mi postura sobre los argumentos de IC a los tres enfoques sobre la centralidad del trabajo.
- El trabajo es la única fuente de valor-plusvalor del capital. Si el capitalismo perdiera esa condición como central, agonizaría definitivamente. Por eso yo tampoco entiendo qué quiere decir el EHKS al hablar de esa supuesta pérdida de centralidad. Si con ello aluden a un nuevo capitalismo, es imposible. Se trataría de un capitalismo claramente moribundo, en fase de desaparición, que, en todo caso, estaría dando paso a otro modo de producción (como dije antes, probablemente “automatizado”). Si a lo que se refieren, por contra, es a que la progresiva pérdida de centralidad del trabajo agrava la Crisis Sistémica del capitalismo, entonces podría ser. Lo que ocurre es que no deberíamos confundir “proporción” (o “importancia”) con “centralidad”, ni tampoco trabajo abstracto generador de valor con trabajo en general, pues mientras exista el capitalismo la “centralidad” del trabajo abstracto es indefectible (ver Apéndice en el que hago algunas reflexiones sobre un texto de MS al respecto).
Ahora bien, ¿está perdiendo la “importancia” el trabajo abstracto? Como ya anunció Marx, se trata de una tendencia relativa, en función de la masa de capital disponible para invertir y la que realmente se invierte. Es decir, que podría aumentar en número la implicación del factor trabajo en los procesos productivos mundiales del capital, como de hecho ocurre, pero no en proporción al total de capital empleado en la producción, ni mucho menos en relación con el disponible (una parte creciente del cual no se reinvierte productivamente).
2. En el segundo enfoque a mi entender IC comete un error de bulto, que consiste en contemplar el desplazamiento del trabajo productivo al trabajo improductivo (esferas del capital mercantil, del capital a interés y del Estado)[3], como si fueran equivalentes en términos de ganancia y de acumulación de capital. Tanto menos lo son las actividades sociales que han sido mercantilizadas en un cada vez más angustioso intento de seguir obteniendo ganancias, pero que en realidad no hacen sino “cosechar” un valor ya generado (unos capitalistas se van quedando con más parte de la plusvalía obtenida por otros capitalistas y con una porción mayor de los salarios), no añadir nuevo valor al Sistema.
La sustitución de empleos productivos por la substancia (generadores de nuevo valor que vigoriza al conjunto del Sistema) por empleos sólo productivos por la forma (producen plusvalía sólo a capitalistas individuales -comerciales y a interés-) o directamente improductivos (la mayor parte de los estatales y de servicios personalizados o relaciones mercantilizadas), no tiene el mismo resultado sistémico ni implicaciones, por tanto, de cara a sus crisis [así, por ejemplo, más de la mitad de la inversión contabilizada oficialmente en EE. UU. y Gran Bretaña poco antes de la crisis de 2007-2008, según Smith (2016), se debió a desembolsos en inversión no productiva. Además, en el último cuarto del siglo XX la mayor parte de los gastos del capitalismo global eran ya indirectos a la acumulación (Kidron, 2002)].
Siguiendo su línea en el tratamiento de este segundo enfoque, en su página 18, IC hace las siguientes afirmaciones:
“De hecho, durante los últimos 45 años, la destrucción de empleo industrial ha tenido más que ver con las grandes recesiones económicas que con la robotización de la industria”
“lo cierto es que el ritmo de implantación de robots industriales y otras tecnologías destinadas a la sustitución del trabajo humano no parece particularmente elevado”
Aprovecho la oportunidad que me ofrecen sus palabras para hacer una reflexión histórico-política al respecto. Autores como Albert Einstein y Norbert Wiener advirtieron en su momento de la alta posibilidad de que el desempleo por la automatización llevara a levantamientos sociales, mientras que otros autores sostuvieron que la conclusión a extraer para la clase dominante sería la de guiar el desarrollo tecnológico en direcciones que no desafiaran las estructuras de autoridad existentes; algo que gobernantes y “capitanes de la industria” ya habían pensado. De hecho, las posibilidades disruptivas de la automatización fueron discutidas en los años 50-60 del siglo XX, en los ámbitos de poder industrial y político de EE.UU. “The Automation Jobless” fue el título que se le dio en el TIME de 24 de febrero de 1961: lo que preocupaba no era que la automatización sustituyera trabajo humano sino de que no fuera capaz de crear igual cantidad de nuevos puestos de trabajo. La preocupación era tan grande que el presidente Lyndon B. Johnson, promovió en 1964 la creación de una Comisión Nacional sobre “Tecnología, Automatización y Progreso Económico”. La Comisión se tomó en serio la posible disrupción tecnológica, hasta el punto de que recomendó, entre otras medidas de corte distributivo, “un ingreso mínimo garantizado para cada familia”, utilizando al Estado como empleador de última instancia (sí, efectivamente, hace tiempo que la clase capitalista tiene pensada la “renta básica” como un pobre paliativo de la des-sociedad).
Pero también en la Unión Soviética la cuestión se trató seriamente. En concreto el 8 y 9 de febrero de 1955 el Soviet Supremo de la URSS anticipaba, con un informe de Bulganin, que la marcha inexorable de la automatización podía suponer la auto-aniquilación del capitalismo. Una de las figuras punteras que analizó lo que se desarrollaba con la automatización fue Radovan Richta. Entre algunas de sus más importantes conclusiones estaba la de que la automatización no era una nueva etapa de la mecanización, sino una “fuerza revolucionaria” capaz de trastocar toda la estructura social y ser la impulsora de un nuevo modo de producción (de hecho a través de la automatización él veía abiertas las posibilidades objetivas del socialismo), pues toda forma específica de fuerza productiva impone una cierta estructura correspondiente a la vida social. Sólo las relaciones sociales de producción capitalistas estaban impidiendo ese paso revolucionario (ver por ejemplo, Richta -1967 y 1972-, y Naville -1965-).
Sin embargo, en esos momentos, en las formaciones capitalistas la velocidad de la automatización fue frenada en aras de mantener el modelo industrial de pleno empleo, y con él la integración-fidelidad de las poblaciones -habida cuenta del relativo equilibrio sistémico de fuerzas que existía con el mundo soviético-, por temor a las consecuencias “revolucionarias” de la automatización. Todos los debates y preocupaciones suscitados por la automatización fueron igualmente aplazados y sustraídos a la opinión pública por más de 30 años.
Durante la llamada “Guerra Fría” y hasta la desaparición de la URSS, las respuestas de la clase capitalista y los gobernantes estadounidenses a las crisis estructurales que comenzaron en los años 70 fueron las de desviar la aplicación de las nuevas tecnologías hacia la industria militar y ampliar el acceso de la población al crédito, para así mantener en cierta medida los niveles de empleo y consumo, lo cual fungió a la vez como “escaparate de abundancia del capitalismo” frente a la relativa escasez en los países de transición al socialismo. Al mismo tiempo, se prefirió emprender la deslocalización productiva. Fue decisión de los gobernantes industriales no financiar la investigación en fábricas de robots que todos anticipaban en los sesenta, y en su lugar relocalizar sus fábricas para utilizar intensivamente la mano de obra en China y otras formaciones sociales periféricas (ver para todo esto, Graeber, 2012)[4].
Desaparecida la amenaza soviética en 1991, fue más fácil entonces dar rienda suelta al binomio financiarización-automatización, pero dadas las inversiones hechas a través de la deslocalización, no se hicieron con la velocidad e intensidad que hubieran correspondido al desarrollo de las fuerzas productivas a la sazón. Es sólo recientemente que ese fenómeno comienza a adquirir relevancia sistémica. Así, el sector secundario ha transitado del 21% del total de empleos, en 1991, al 24% en 2022. Esa evolución mundial del sector industrial se debe de nuevo, como reconoce IC, a un reducido número de formaciones estatales. Así, por ejemplo, China ha pasado del 21% de empleos industriales al 32% en ese periodo.
El descenso de la fuerza de trabajo industrial en las formaciones estatales centrales ha observado un comportamiento crónico (gráfico 1): en 2010 el 79% de la fuerza de trabajo industrial estaba radicada en las hasta ahora “periferias” del Sistema; unos 650 millones –alrededor ya del 83%-, y unos 130 millones de fuerza de trabajo industrial quedaba en los “centros” en 2020. Total 768.400.000 de empleos en la industria en ese año [ILO brochure, World employment and Social Outlook, Trends 2024, 120 pages]. Pero unos 214.245.000 de trabajadores/as manufactureros/as son chinos/as. Es decir, alrededor del 33% de la población activa industrial de las formaciones periféricas. Sobre el 27.8% del total. En 2023 la producción industrial en China aumentó un 4,6 % (https://spanish.news.cn/20240117/071b754e49e7422aa4370f30c31ede1b/c.html), y es la protagonista estelar del aumento bruto de la manufactura en el mundo (https://www.icex.es/content/dam/es/icex/oficinas/094/documentos/2022/07/documentos-anexos/01-guia-pais-china.pdf).
Gráfico 1
Empleo en la manufactura del Reino Unido (1841-1991)
Fuente: Benanav y Clegg (2014)
Hay que contar, como también indica IC, con que bajo el término “industria” y a pesar de que las mediciones a escala planetaria no siempre resultan muy claras, se incluyen además de la manufactura, la minería, los servicios públicos de electricidad, gas y suministro de agua, así como la construcción, y a veces se presentan agregados y otras se separan, cuanto menos la construcción.
Con la excepción del sureste asiático, las formaciones sociales periféricas han experimentado también un descenso de la aportación industrial al PIB tanto en empleo como en valor añadido, desde los años 80 del siglo XX. Las normas de liberalización del comercio internacional impuestas sobre ellas, les han hecho convertirse en importadoras netas de productos industriales, revirtiendo sus tímidas políticas de sustitución de importaciones. Digamos que han “importado la desindustrialización” de las economías centrales, dado que resultan expuestas a la tendencia de precios a la baja de las mercancías industriales (el precio de esas mercancías desciende según aumenta la productividad, esto es, más unidades de una mercancía por unidad de tiempo hace descender el precio relativo de esa mercancía -ver gráfico 2-). De esta forma, las economías periféricas se ven abocadas a bajar los precios industriales para competir, desincentivando tanto la inversión como el empleo en este sector, dado que su productividad no justifica esos precios (ni siquiera contando con el menor precio de su mano de obra). Es decir, que el papel que juega el desarrollo tecnológico hacia la desindustrialización en las economías centrales, lo desempeñan la liberalización comercial y la globalización en las periféricas (debido a que el valor de las mercancías tiene como referencia el mercado global capitalista, y no cada unidad estatal).
Gráfico 2
Deflación relativa de las mercancías industriales (EE.UU. Gran Bretaña, Corea del Sur y México)
Fuente: Rodrik (2015).
3. No me queda claro si IC -al igual que los marxistas forofos de la masa de ganancia-, termina de entender que la relación social asalariada, a pesar de haber aumentado en términos absolutos, no mantiene el pulso con relación a las crecientes tasas de proletarización y a la proliferación de formas de trabajo en el capitalismo degenerativo actual.
Tampoco entiendo cómo sea tan difícil de ver que el descenso de la tasa de ganancia vaya corroyendo por dentro las posibilidades de seguir expandiendo la masa de ganancia, como las reiteradas crisis en unas y otras formaciones de capitalismo avanzado han indicado (ver, por ejemplo, el acompasamiento de tasa y masa de ganancia para el caso de EE.UU. en el gráfico 3).
Gráfico 3
Beneficios corporativos (en miles de millones) y tasa de ganancia en EE.UU.
Fuente: Carchedi y Roberts (2023)
En este sentido, deberían tenerse en cuenta también ciertas evidencias: el conjunto empresarial no obtiene ganancias prósperas o cuanto menos suficientes para mantener un ciclo de acumulación vigoroso (gráfico 4).
Gráfico 4
Fuente: Roberts (2022).
“El dinero barato y el apoyo fiscal han mantenido con vida a los ‘muertos vivientes’, las llamadas empresas zombis, que obtienen pocas ganancias y solo pueden cubrir sus deudas. En las economías avanzadas, alrededor del 15-20 por ciento de las empresas se encuentran en esta situación [y cerca del 90% de ellas seguirán siendo zombis en adelante]. Estas compañías mantienen una baja productividad, lo que impide que las más eficientes se expandan y crezcan” (Roberts, 2021: s/p; corchetes añadidos según comentarios del propio autor).
Hasta ahora, sólo la expansión del mercado laboral mundial (sobre todo con la descampesinización o proletarización de millones y millones de seres humanos, así como a través del reenganche al mercado mundial capitalista de las poblaciones que experimentaron procesos de desconexión con el mismo –“Mundo Socialista”-) ha permitido contrarrestar pasajeramente esa corrosión sistémica.
Efectivamente, la población activa mundial aumentó de 2,33 mil millones en 1991 a 3,62 mil millones en 2023. Y el número de personas empleadas ascendió de 2.908,9 en 2007 a 3.379 en 2022 (Trabajo: número de personas con empleo en el mundo 2007-2024 | Statista), pudiendo oscilar las cifras ligeramente en función de la fuente de referencia. Esto es lo que hace repetir, como digo, a los entusiastas de la masa de ganancia -inasequibles al desaliento de las advertencias de Marx-, que no hay problema con que descienda la tasa de ganancia, dado que aquella primera no para de aumentar, por lo que, como diría Aznar de España, “el capitalismo va bien”.
Sin embargo, la tasa de población activa (PA) pasó de 65% a 61% en aquel primer periodo (1991-2023) [Tasa de población activa, total (% de la población total mayor de 15 años) (estimación modelado OIT) | Data (bancomundial.org)], y la tasa global de empleo presentó una tendencia decreciente de 2007 a 2024 (57% a 56,1%). “Las previsiones apuntan a un descenso progresivo y continuado de esta ratio a corto plazo”, según Statista (Trabajo: tasa mundial de empleo hasta 2024 | Statista). Esto por no hablar de la reducción de horas trabajadas (que por ejemplo en España al finalizar 2015 eran 1.359 millones de horas menos de las que se registraron en 2011) y, en general, de la parcialidad y temporalidad laboral crecientes.
La propia IC nos ofrece en su gráfico 6 (tasa de participación en la fuerza laboral de la población en edad de trabajar económicamente activa) una representación bien clara de aquella ratio.
De hecho, las dimensiones del ejército mundial de reserva se han hecho colosales, como ya anticipara Marx:
“Cuanto mayores sean la riqueza social, el capital en funciones, el volumen y vigor de su crecimiento y por tanto, también, la magnitud absoluta de la población obrera y la fuerza productiva de su trabajo, tanto mayor será la pluspoblación relativa o ejército industrial de reserva. La fuerza de trabajo disponible se desarrolla por las mismas causas que la fuerza expansiva del capital. La magnitud proporcional del ejército industrial de reserva, pues, se acrecienta a la par de las potencias de la riqueza. Pero cuanto mayor sea este ejército de reserva en proporción al ejército obrero activo, tanto mayor será la masa de la pluspoblación consolidada o las capas obreras cuya miseria está en razón inversa a la tortura de su trabajo (…) Esta es la ley general, absoluta, de la acumulación capitalista” (Marx, 2009: 803).
Hay un incesante incremento de la población sobrante relativa, porque no existe crecimiento económico ni para absorber un tercio de la población proletarizada en el mundo.
Jonna y Foster apuntan que
“…el ejército de reserva mundial, incluso con definiciones conservadoras, constituye alrededor del 60 por ciento de la población activa disponible en el mundo, muy por encima de la del ejército de trabajo activo de los obreros asalariados y pequeños propietarios. En 2015, según cifras de la OIT, el ejército de reserva mundial constaba de más de 2.300 millones de personas, en comparación con los 1.660 millones en el ejército de trabajo activo, muchos de los cuales son empleos precarios. El número de parados oficiales (que corresponde aproximadamente a la población flotante de Marx) está cerca de 200 millones de trabajadores. Alrededor de 1.500 millones de trabajadores son clasificados como ‘empleados vulnerables’ (en relación con la población estancada de Marx), formados por trabajadores que trabajan ‘por cuenta propia’ (trabajadores informales y rurales de subsistencia), así como ‘trabajadores familiares’ (del trabajo doméstico). Otros 630 millones de personas con edades entre 25 y 54 se clasifican como económicamente inactivos. Esta es una categoría heterogénea, pero sin duda consiste preponderantemente en aquellos en edad de trabajar que forman parte de la población pauperizada” (Jonna y Foster: 2016: 37-38).
Y en Foster y McChesney (2012), que dan cifras sólo para la población entre 25 y 54 años, se señala que ese ejército de reserva podría incluir a más del 60% de la fuerza de trabajo mundial de forma permanente (gráfico 5).
Gráfico 5
Fuerza de trabajo mundial y ejército de reserva mundial
Fuente: Foster y McChesney (2012)
Estos dos autores advierten que
“Estas cifras, sin embargo, minimizan severamente el alcance total del ejército de reserva mundial (en la concepción de Marx) porque aquellos que son trabajadores a tiempo parcial, temporales y eventuales aparecen en las cifras de la OIT como empleados, y por lo tanto no tiene en cuenta las condiciones cada vez más precarias de muchos de aquellos con una relación parcial e insegura con el empleo. La proporción de trabajadores a nivel mundial que ganan dos dólares al día o menos se situó en el 25 por ciento en 2014. Sin embargo, la precariedad es particularmente alta en el mundo en desarrollo, donde los trabajadores pobres (que ganan cuatro dólares o menos al día) representan más de la mitad de todos los trabajadores. Casi el 60 por ciento de los trabajadores asalariados en todo el mundo trabajan a tiempo parcial o tienen algún tipo de empleo temporal; Además, más del 22 por ciento trabaja por cuenta propia (a menudo en condiciones extremas)”.
Tales datos son testimonio de una tendencia a la decadencia proporcional del salariado con contrato regular y a tiempo completo en favor de otras formas de relación laboral mucho más parciales, que incluso a menudo se desenvuelven como trabajo impago o semi-impago (semi-salarial o parasalarial), incluyendo aquí también el aumento de la relación laboral esclavista [unos 25 millones de personas fueron reconocidas formalmente como sujetas a trabajos forzados en 2016 [100 estadísticas sobre la OIT y el mercado laboral para celebrar el centenario de la OIT (ilo.org)], aunque algunas otras fuentes más que duplican esa cifra (https://50forfreedom.org/es/esclavitud-moderna/).
Al mismo tiempo, se amplía la autoexplotación y la explotación a través de formas cooperativas y sociales de trabajo (“trabajo autónomo autoorganizado” que viene a suplir la falta de empleo y la retirada del Estado en la protección social).
Ya en 2015 la OIT (“Perspectivas sociales y del empleo en el mundo: El empleo en plena mutación”, en http://www.ilo.org/wcmsp5/groups/public/—dgreports/—dcomm/—publ/documents/publication/wcms_368643.pdf) advertía que el empleo asalariado afectaba sólo a la mitad del empleo en el mundo y no concernía nada más que al 20% de la población trabajadora en regiones como África subsahariana y Asia del Sur. Además, solamente la mitad de esa fuerza de trabajo era asalariada para terceros, previéndose que un 30% del nuevo empleo creado entre 2015 y 2019 sería por cuenta propia o para contribución a la economía familiar (OIT, 2015: 28-30).
No entiendo muy bien cuál es el objetivo de IC al no querer ver todo esto. Máxime cuando reconoce que:
1- La tasa de participación de la población en la fuerza de trabajo mundial ha descendido, efectivamente, alrededor de un 0,1- 0,2% anual desde 1993 hasta 2018. Otro tanto ocurre con la ratio entre empleo y población para los mayores de 15 años, que ha descendido del 61 al 56% durante el período 1991-2022 (pg. 22)
2- La tasa de desempleo mundial creció notablemente durante los años 90 y viene oscilando en torno al 6% anual desde entonces (pg. 22)
3- Más de la mitad de la población trabajadora del planeta se encuentra empleada en el sector informal (pg.23).
Lo cual parece concordar con los análisis nuestros y de otros autores: entre 2009 y 2013, en los países con datos asequibles (que cubren el 84% del empleo global total), sólo un cuarto de los empleados tenía contrato permanente, mientras que una “significativa” mayoría (60,7%) trabajaron sin ningún contrato, y la tendencia es a la pérdida de seguridad que rodea al empleo incluso en las economías de altos ingresos. Como dicen Foster, McChesney y Jonna (2011), la “clase trabajadora informal global” es la que crece a un ritmo más rápido, sin precedentes, convirtiéndose en la principal clase social del planeta
Aunque obviamente todo ello no implique necesariamente un total de “superpoblación relativa”, sí muestra una tendencia crónica preocupante, que los datos de ascenso de asalarización encubren por diferentes razones que la misma IC señala en su página 24:
“Podríamos plantear también, por supuesto, algunas objeciones al cuadro general que emerge de los datos de la OIT: la fiabilidad de sus estadísticas, la reducción global en la media de horas trabajadas por individuo —que sugiere la persistencia de nuevas formas de subempleo desatadas con la crisis pandémica—, la perpetuación de unas tasas de temporalidad relativamente elevadas —estancadas en torno al 32% en los países de altos ingresos— o la progresiva disolución de las fronteras analíticas entre el trabajo formal y el informal.”
Tampoco se entiende qué quieren concluir al mostrar, contra toda lógica capitalista y evidencia social en nuestras sociedades, gráficos de la ILO en los que desciende la vulnerabilidad laboral, y que en realidad el mismo texto de IC deja entrever que son debidos especialmente a las formaciones socioestateles emergentes (por no hablar sobre todo de la mejora de las relaciones laborales en China).
En definitiva, me parece que lo básico a determinar es dónde nos situamos teórica y políticamente respecto de este proceso. Si, por una parte, sostenemos -mi tesis- que el capitalismo no tiene una proporcional tasa de asalarización correspondiente a sus altas tasas de proletarización, la consecuencia obvia es un exceso de fuerza de trabajo (sobreproducción de fuerza de trabajo) y la consiguiente depreciación de la misma.
También el aumento del despotismo de los mercados laborales, tal como está ocurriendo hoy en la mayor parte del mundo, incluidos los centros del Sistema Mundial capitalista, como el citado autor de IC, Benanav (2022), indica con abundantes datos[5].
Si lo que se quiere es sostener que el capitalismo es capaz de asalarizar “sana” y continuamente a la población mundial proletarizada, ya se sabe lo que se está defendiendo políticamente con ello.
Si el fin de IC, tras todas las piruetas argumentales y gráficas, es sencillamente señalar que el MS exagera con su apreciación de la pérdida de centralidad del trabajo, estaríamos de acuerdo.
No obstante, tal como ello queda formulado en su página 26, precisaría a mi entender de algún comentario:
“Sin embargo, ninguno de estos problemas [los de las recién citadas medidas de la OIT] afecta de manera determinante a la idea básica que aquí venimos examinando; a la idea de que, según preconiza el MS, atravesamos una crisis histórica y sin precedentes de la relación capital-trabajo.”
Efectivamente, matizaría esa conclusión a través de la siguiente explicación, que de paso interpela también al MS como anticipo del Apéndice de este texto.
Primero y principal, en la relación salarial radica la centralidad del proceso de acumulación de capital, y así sigue siendo -como lo hará mientras exista el capitalismo-, pero el problema es que pierde vigor en proporción a la masa total de capital generado, lo que quiere decir que cada vez más parte de este último no se puede reproducir cumplidamente como capital, por lo que busca hacerlo en su forma de simple dinero (que es la razón subyacente básica del disparadero mundial del capital a interés y de sus formas ficticio-parasitarias).
Este es un proceso corrosivo del propio capitalismo, que hasta ahora ha sido compensado por la incorporación de población externa al vínculo capitalista.
Cierto. Si la condición asociada al desarrollo del capitalismo es la entrada de más y más población al trabajo asalariado, hay otra condición lógica subsecuente, que es la de rellenar constantemente la reserva de trabajo listo para ser asalarizado.
Detrás de estos dos procesos se esconden dos necesidades contradictorias de la propia acumulación capitalista. Por un lado, el capital experimenta la necesidad de aumentar el trabajo excedente (plustrabajo) a costa del trabajo necesario (el que realiza la fuerza de trabajo para su propia reproducción como tal, dado que sólo es ese el que cubre el salario), para conseguir más plusvalía, al tiempo que requiere incorporar sin cesar, por otro, nuevo “trabajo vivo” o fuerza de trabajo para proporcionarse la condición de posibilidad ampliada de aquella plusvalía. Dicho de otra forma, si por una parte la materialización de la plusvalía (el plustrabajo) requiere la eliminación del trabajo necesario (y por ende, tendencialmente, de trabajadores/as), por otra, para garantizar la posibilidad de existencia de aquella materialización el capital necesita la incorporación continua de nuevos/as trabajadores/as (una vez desposeídos/as).
Marx lo explica claramente en la última parte de los Grundrisse, y en concreto la contradicción aparece sintetizada en la siguiente frase (1972: 350-351):
“Para poner plustrabajo, el capital, pues, debe poner continuamente trabajo necesario; tiene que acrecentar éste (o sea los días de trabajo simultáneos) para poder aumentar el excedente; pero asimismo debe eliminar aquel trabajo en cuanto necesario, para ponerlo como plustrabajo”.
El resultado de estas tendencias contradictorias entre la incorporación y la expulsión de fuerza de trabajo es un permanentemente renovado ejército de reserva, población supernumeraria lista para ser explotada a discreción, pero que hoy en crecientes números no es aprovechada para ello, no cae bajo la subsunción real del trabajo al capital, dando lugar a ingentes bolsas de poblaciones marginales, errantes por los caminos del mundo, con multiplicación de largas caravanas de migrantes, proliferación de villas miseria, arrabales de poblaciones desechadas, “bantustanes” donde sobrevive por sus medios o los de sus comunidades (étnicas o de cualquier otro tipo) un creciente ejército sobrante del ejército de reserva laboral global.
Aun así, el capital necesita de esa continua movilidad absoluta (el paso a proletariado) de la población, mediante la continua desposesión de medios de vida. Todo lo cual, además, es fuente de dominación, dado que el poder relativo del Capital sobre el Trabajo está mediado por el factor de reemplazo de la mercancía fuerza de trabajo que aquél sea capaz de mantener.
La creciente explotación extensiva o extensión de la plusvalía absoluta, así como la multiplicación de nuevo de formas de trabajo por fuera de la relación salarial o sólo muy parcial o tangencialmente conectadas a ella, no debieran ser contempladas bajo la inamovible certeza de que “siempre existieron”, desconsiderando de un plumazo con esa evidencia tipo “boutade” tanto su importancia como su especial significado en esta fase del capital. ¿Por qué no considerar más bien estas características como indicadores de una involución capitalista a sus orígenes, como una carencia suya para seguir impulsando vigorosamente las fuerzas productivas y con ellas especialmente la plusvalía relativa?
Las palabras de Benanav (Henwood, 2023) son bastante claras al respecto:
“Y es cierto que si comparas la tasa de crecimiento de los últimos cuarenta años o así con la tasa de crecimiento de 1870 a 1910, no es tan diferente en la mayoría de los países ricos. Pero creo que esa comparación tiene dos problemas. Uno es que, como dije en mi libro sobre la automatización, creo que las tres últimas décadas del siglo XIX fueron un periodo de lucha de clases realmente intenso. Fue un periodo de grandes conflictos, ascenso del socialismo, pobreza endémica y desempleo. Una época muy turbulenta. Y creo que todos los esfuerzos reformistas que dieron lugar a la edad de oro, por excepcional que fuera, fueron reacciones a las dificultades que experimentó el capitalismo en ese periodo.
Así que creo que si quieres llamarlo «capitalismo normal» está totalmente bien. Pero entonces deberías reconocer que el capitalismo normal para mucha gente significa crisis, y que en el pasado ese nivel de capitalismo normal ha generado una lucha social bastante intensa. Ahora bien, por supuesto, no hemos visto una lucha social intensa en los últimos cuarenta años. En realidad hemos visto lo contrario. Pero creo que las cosas han empezado a cambiar en la última década. Teorías como la de Robert Brenner o la mía son intentos de explicar por qué está ocurriendo eso”. [Cursivas añadidas].
Concluyamos. Actualizar condiciones de la Primera Revolución Industrial no denota necesariamente “normalidad”, sino que puede leerse como menor capacidad de desarrollar fuerzas productivas-plusvalía relativa-desarrollo social.
Máxime si consideramos que gran parte de los empleos en el actual capitalismo global están sustentados por capital ficticio[6]. Kurz, que es un autor al que he criticado reiteradamente, es sin embargo uno de quienes mejor ha señalado estos procesos:
“Se fue tornando cada vez más imposible, igualmente para los mayores capitales individuales, refinanciar suficientemente solo con base en las ganancias que eran el retorno de periodos de producción anteriores (…) Existe, por tanto, una enorme diferencia entre la refinanciación del capital por el recurso predominante a una producción de plusvalía ya realizada en el pasado (por ejemplo, bajo la forma de reservas), por un lado, y por el recurso predominante a una producción de plusvalía futura, todavía ni siquiera iniciada y mucho menos realizada bajo la forma del crédito, por otro. (…) Incluso cuando el capital global se va expandiendo alegremente y la masa absoluta de plusvalía crece, se va creando un desfase temporal creciente entre la producción de plusvalía prevista y la que realmente se consigue. El capitalismo comenzó a gastar su propio futuro” (Kurz, 2015: 6-7).
Con todas esas ganancias en buena parte ficticias, es lógico que los indicadores de “crecimiento” todavía den cifras si no “saludables”, al menos aparentemente aceptables. Están adulteradas.
Por eso, hay que estar muy empecinado en aferrarse a los datos de crecimiento que ofrece un Sistema que es presa de una agudizada espiral de deuda, capital ficticio y “dinero mágico” o inventado para crecer, así como de una obsesiva apropiación de la riqueza social por parte de la clase capitalista (la conversión en mercancía de la riqueza social o de actividades humanas previamente externas a la relación capitalista, supone una cada vez mayor apropiación por menos capitalistas de la plusvalía total generada, y la consiguiente concentración de la riqueza en menos manos o el disparadero de la desigualdad social, pero no aporta nueva savia al Sistema).
***
En este orden de razones, el que sólo China se haya mostrado capaz de convertirse en un nuevo centro mundial es muy significativo de la propia debilidad sistémica, debido a la demostración que realiza una economía planificada, con rasgos no estrictamente capitalistas -como economía en transición-, para indicar la salida del atolladero capitalista.
¿No nos preguntamos tampoco cómo es posible crecer indefinidamente, por ejemplo para aumentar sin cesar la masa de ganancia ante la renqueante cojera de la tasa de beneficio, en un mundo con menguantes recursos? ¿Eso tampoco se ve como dificultador de la reproducción ampliada del capital?
Es quizá la inquebrantable confianza en la “marcha triunfal” del capital lo que hace a IC, como a bastantes otras organizaciones y autores que se dicen marxistas, convencerse, contra toda evidencia, de la buena salud de las por ellos llamadas “clases medias”.
Así dicen en su página 25:
“Por debajo de las oscilaciones temporales producidas por las dos grandes recesiones de este siglo, parece que las condiciones materiales de vida de las «clases medias» occidentales siguen distando mucho de ningún tipo de «proletarización» generalizada. Así pues, hablar del «hundimiento del nivel de vida de amplios sectores de la población trabajadora a nivel internacional» tiene sentido únicamente cuando consideramos la realidad del Tercer Mundo, pero se convierte, sin embargo, en una generalización injustificada cuando tratamos de aplicarla también a los países ricos. El relativo estancamiento de la situación económica de la aristocracia obrera y la erosión de ciertos servicios asociados al Estado del bienestar suscita, en efecto, un empobrecimiento relativo de la población trabajadora, pero no tanto —y desde luego no todavía— nada semejante a una proletarización masiva”.
Primero, ¿qué significado tiene el proceso de proletarización para el MS?, ¿sinónimo de desempleo o de empleo altamente precario?, ¿de pobreza? Pero la proletarización no es sino el resultado de la desposesión histórica de los medios de vida (medios de producción) que ha padecido el conjunto de las poblaciones bajo el capitalismo, y por tanto de la obligación de asalarizarse para poder subsistir. La absoluta mayor parte de los seres humanos del mundo hoy son ya proletarios (con unas poblaciones campesinas remanentes -no las supuestas “clases medias” de las formaciones centrales- en proceso de serlo).
Aun así, y tirando por donde el texto de IC quiere ir, hay que decir que hoy es más que evidente el crecimiento no sólo de la desigualdad sino de la falta de la capacidad de autorreproducción de la fuerza de trabajo, eso que llaman “pobreza”.
En su informe sobre la participación de los salarios en el producto nacional, la OIT anunciaba en 2012 (“Tendencias mundiales del empleo 2012. Prevenir una crisis mayor del empleo”, en http://www.ilo.org/public/spanish/region/eurpro/madrid/download/tendenciasmundiales2012.pdf) que en 16 economías de capitalismo avanzado la participación salarial media decayó del 75% del producto nacional en mitad de los años 70, al 65% en los años justo anteriores a la crisis de los años 2000, volviendo a decaer a partir de 2009. En otras 16 economías “en desarrollo” o “emergentes” estudiadas, el informe señala que esa participación media de los salarios cayó del 62% del PIB en los primeros años 90, al 58% justo antes de la actual crisis. En el ya citado informe de 2015 la OIT señalaba que la pérdida de salarios ascendía a 1 billón 218.000 millones en todo el mundo, a consecuencia de la brecha entre salarios y productividad.
Si tenemos en cuenta que el salario es el principal elemento de distribución de riqueza en el mundo capitalista, podemos deducir la significación social de estos datos, especialmente por lo que a desigualdad se refiere.
Por lo que toca a “las clases medias” (que no tienen real traducción marxista en el sentido que parece darles IC), uno de los investigadores que más ha incidido sobre este asunto, Milanovic (2006), además de recalcar esa progresión desigualitaria, tras seguir un minucioso método de ponderación concluye indicando la extendida y a todas luces peligrosa pérdida de importancia de las clases medias al nivel mundial, incluidas las formaciones centrales del sistema capitalista: en el año 1998, bastante antes de la aparición del estallido capitalista de 2007-2008, sólo el 6,7% de las personas del mundo percibían ingresos que las situaban entre la clase media mundial (2006: 171). Eso a pesar del contrapeso que una vez más ha ejercido China sobre esa decadencia.
En definitiva, y a la postre, las claves teóricas que queramos manejar tienen repercusiones práxicas y estratégicas. Definen nuestras políticas (en eso sí que estamos de acuerdo con la afirmación que IC hace al principio tomando como referencia a Lenin: «un milímetro de diferencia en la teoría se transforma en kilómetros de distancia en la política»).
Si decimos que el capitalismo cursa adecuadamente, tanto en tasa de ganancia como en crecimiento o masa de ganancia, lo más fácil de esperar es que pensemos que un nuevo ciclo de acumulación y un nuevo régimen de acumulación tipo keynesiano son factibles, y por tanto veamos congruente luchar por conseguirlo, e incluso apoyar a aquellas opciones socialdemócratas que pretenden mejorar el capitalismo para supuestamente (volver) a hacerlo más humano (muchas de estas opciones políticas reniegan apenas de la expresión neoliberal de este modo de producción, pero confían en que puede ser reformado hacia una nueva vía de “bienestar” y “desarrollo”, por no hablar ya de “democracia”, a la que ven perfectamente compatible con los principios del valor-capital). También nos permite instalarnos cómodamente en nuestro “chiringuito” asociativo, impotente para transformación alguna -pero en el que nos sentimos los más agudos y certeros críticos del Sistema-, sin hacer nada por sumar fuerzas, por confluir con las distintas expresiones del movimiento comunista de la humanidad, dado que no vemos la urgencia de hacerlo en un capitalismo al que atribuimos recorrido para largo.
Por el contrario, si señalamos su actual Crisis Sistémica (no como una crisis más dentro del capitalismo sino como un capitalismo en crisis), con todas sus evidencias de degeneración, y sobre todo y si, como subyaciendo a todo ello, nos fijamos en la evidente caída de la tasa media de ganancia, tendremos el factor explicativo clave de la oxidación o deterioro del capitalismo, con las consecuencias recién mentadas y otros muchos procesos negativos más[7].
Por eso sí que es imprescindible discrepar de esta afirmación a mi entender antimarxista de IC, que aparece en su pg. 12:
“no es autoevidente que la caída de la tasa de ganancia deba manifestarse en el curso de la acumulación capitalista, ni, mucho menos, que deba constituir el motivo fundamental de la crisis estructural de este modo de producción. En realidad, el intento de ligar este descenso tendencial con un aumento en la composición orgánica del capital y formularlo, además, como una ley ineluctable contra el trasfondo de unas medidas contrarrestantes ni siquiera examinadas, siembra grandes dudas sobre la existencia de una ‘ley’ estricta para la tasa de ganancia.”
Tampoco, a mi juicio, es acertada su conclusión, aunque contenga algo de cierto:
“La crisis estructural del capitalismo, que amenaza con cerrar un ciclo histórico de varios siglos de acumulación —un ciclo basado, concretamente, en la explotación internacional y una apropiación polarizada de la riqueza social—, no procede del estancamiento industrial, de la automatización o de la pérdida de centralidad del trabajo, sino, precisamente, de la crisis del imperialismo como modelo dominante de acumulación”, p.27-28
Conclusión a buen seguro derivada de su tesis luxemburgiana, que formulan en su pg. 26 a través de una cita de Edwards.
“El imperialismo puede resistir exactamente tanto tiempo cuanto tenga pueblos ‘subdesarrollados’ a los que sobreexplotar, cualquiera que sea la forma que tome dicha actividad en nuestra época o en el futuro”.
Tesis que IC reitera en su pg. 27:
“Si, tal y como sugieren los autores aquí examinados, ni Estados Unidos ni China se encuentran en condiciones de reiniciar el ciclo de acumulación capitalista a escala mundial, ello tiene menos que ver con un exceso de capacidad industrial que con la reducción de los flujos de riqueza que, hasta hoy, venían sustentando al capitalismo; es decir, de los obtenidos mediante la explotación imperialista”.
Los crecientes obstáculos que encuentra el imperialismo tienen, efectivamente, su importancia, -además de que con ello se limita la posibilidad de que se vaya incorporando nuevo trabajo a escala sistémica dentro de las dos tendencias que anunció Marx (eliminación y nueva incorporación)-, pues la irrupción de un Mundo Emergente y la decadencia del Sistema Imperial Occidental van dificultando la extracción de plustrabajo por parte de las formaciones centrales respecto de las periféricas (con la consiguiente disminución de sus transferencias de riqueza hacia los centros imperialistas). Sin embargo, ese flujo dista bastante de que todavía sea escaso ni de que su fin sea inminente. Esa no es la base de degeneración del Sistema capitalista, sino, insisto una vez más, con Marx, la insuficiente generación de nuevo valor en los procesos productivos.
Reitero también, para terminar, que con la importancia que con ello otorgo a la LCTTG no quiero decir, y que esto quede bien claro de una vez, que necesariamente este modo de producción vaya a expirar de forma inmediata (la fatalidad es enemiga de la dialéctica). Desgraciadamente al capital le quedan salidas. La guerra, la desvalorización de capital mediante la propia Crisis -destrucción de capital instalado y de capital obsoleto-, la deslocalización, nuevos nichos para la acumulación, la acentuación de la explotación humana, el abaratamiento del capital constante, la apropiación de la riqueza colectiva, entre otras posibilidades, le han permitido en el pasado retomar la acumulación y emprender renovados ciclos de expansión. Lo que ocurre es que con el creciente desarrollo de las fuerzas productivas, a cada nueva obstrucción del ciclo de acumulación, la dimensión de la destrucción, la explotación, la apropiación de recursos, la desposesión y la guerra tiene que ser mayor, podríamos decir que de dimensiones ciclópeas si no apocalípticas.
No prepararse ante ello, pensando en la “normalidad” histórica de todo lo que sucede, sin un correcto análisis de fase o de etapa, hace roma toda intervención política, en el mejor de los casos. No estar listos para combatir la Guerra Total en curso y las dinámicas de Apropiación y Destrucción planetarias, debido a la fe en el avance del capital y en su “aceptable” estado de salud, nos hace, además de cómodos críticos más o menos inteligentes del Sistema, inservibles políticamente. Inofensivos a los ojos del propio capital (que por eso mismo puede permitirse fácilmente nuestra existencia).
Y es que a la postre, como vemos, unas u otras interpretaciones sobre la CTTG (“la más importante ley de la economía política capitalista”) son susceptibles de motivar diferentes perspectivas políticas, programáticas y estratégicas.
Pero tampoco pensar que el capital está definitivamente acabado, sin más, o que su declive conducirá al mundo feliz, parece que otorgue la posibilidad de erigir sujetos antagónicos con capacidad superadora de este cada vez más dañino modo de producción. Lo vemos en el Apéndice.
APÉNDICE
Sobre la centralidad o no del trabajo en el MS
Respecto de este punto coincido con las apreciaciones del texto de IC, y en concreto en lo dicho en su pg. 16:
“la acumulación de capital tiene como premisa necesaria la extracción de un valor excedente obtenido mediante el empleo de trabajo vivo: la plusvalía. Bajo este punto de vista, el trabajo no ha perdido un ápice de su centralidad”.
En el nº7 (de julio de 2020) de la revista Arteka, de Gedar, publicación digital del Movimiento Socialista del País Vasco, se encuentran algunas indicaciones de lo que puede ser la concepción del MS al respecto de lo aquí tratado sobre la centralidad del trabajo.
En función de lo allí escrito por la pluma de Kolitza, algunas aseveraciones parecen hacer gala de una “prematuridad histórica” o traslación al presente de lo que podría ser en un futuro, y que se trata como si ya fuera. La principal, núcleo básico de la que entiendo su propuesta teórica, aparece en la página 16 del nº 7 de Arteka:
“la pérdida de centralidad del trabajo vivo en el proceso del metabolismo social está creciendo exponencialmente y ya rebasa barreras históricas, poniendo en crisis sistémica a la moderna sociedad burguesa tal como esta se organiza a sí misma”
Previamente al autor lo había desarrollado de la siguiente manera:
“El Capital, entendido como relación social, como dinámica de acumulación global exponencial de poder de mando sobre el trabajo vivo, pierde fuelle a la hora de dinamizar el proceso histórico social. Su base económica, antaño basada en la producción de plusvalías, está desapareciendo; y su aparato de relaciones sociales ahora consiste más bien en una guerra de unidades empresariales y sobre todo financieras que aparentan ‘producir’, cuando en realidad sirven exclusivamente para participar en el reparto, en la distribución del producto social global, ahora principalmente tecnológico” (pg. 15).
Y antes aún:
“La política financiera de ofensiva que se viene desarrollando durante los últimos diez, sino veinte años, se enmarca en la derivación de la crisis capitalista de producción en una transformación estructural de la economía hacia una nueva economía de distribución crecientemente desigual, de producción casi nula, y de centralización reaccionaria de capitales” (pg.12).
Donde más se ve esa prematuridad histórica es en los siguientes pasajes:
“la estrategia de desvalorizar la economía es inversamente proporcional a la estrategia de aumentar el peso específico que en ella tiene la élite financiera” (pg. 20).
“El motivo de esta generalización de saqueo de la burguesía financiera a la burguesía productiva, de los directivos a sus propias empresas, de los accionistas principales a los accionistas menores, y de los banqueros a los empresarios, es tan simple como que ya no renta la producción” (pg. 20).
Obviamente, todo esto podría darse por válido sólo si concebimos que el capitalismo está licuándose, para dar paso a otro modo de producción. Así parece asegurarlo Kolitza:
“en su defecto, y al haberse cronificado ya el estancamiento, el capitalismo está mutando de una formación social ‘autónoma’, es decir, sostenida en sus propias leyes históricas, a una formación social en vías de transición, en la que el modo de producción capitalista no ha desaparecido, pero va perdiendo su papel hegemónico” (pg.15).
Sin embargo, el asunto queda menos claro cuando leemos otros textos dentro del mismo número de Arteka – Gedar.
Así, por ejemplo, en la página 38, Gallastegui no parece precisamente seguir la línea de Kolitza:
“Muchos hablan de la Industria 4.0 como un conjunto de tecnologías: fabricación aditiva, ciber seguridad, computación en la nube, Internet de las cosas, robótica colaborativa, realidad virtual y aumentada, Big Data y analítica… Lo cierto es que todas estas tecnologías están implicadas en la transformación hacia la nueva era industrial, pero tras todas ellas existe un fin común: la optimización de los procesos productivos para la extracción de mayor plusvalor.”
¿O sea, que todo está orientado para una gran extracción de plusvalor con las tecnologías de la Cuarta Revolución Industrial? En la página 44 el autor enreda aún más la cuestión:
“Como ocurre con todos los avances tecnológicos en la industria, el objetivo es el incremento del plusvalor mediante la reducción de la fuerza de trabajo necesaria para la producción de mercancías”
¿Se refiere, entonces, a la extracción de una superplusvalía relativa de la cada vez más menguante fuerza de trabajo vivo?
Quien a todas luces contradice abiertamente a Kolitza en el número que tratamos, es García-Salmones. Veamos estas dos joyas declarativas suyas de la página 48:
“en mi opinión muy posiblemente todavía queda un ciclo largo de acumulación, hacia un horizonte límite de 2050-60, sobre la base de posibilidad de la proporcionalidad entre la masa de ganancia necesaria para mover la siguiente expansión, – incrementada por la incorporación en secuela toyotista gradual pero masiva del proletariado de India y África -, la tasa de ganancia todavía posible, quizá de un 5-10% de media mundial, y la cuota de explotación no autodestructiva alcanzable por la vía de la optimización radical del Trabajo Útil”.
“No es cierto que en el modo de producción capitalista el Trabajo Objetivado niegue determinísticamente de forma estructural y absoluta al Trabajo Vivo; se combinan dialécticamente.”
En suma, a partir del número de la revista de Gedar que toma como referencia IC, es muy difícil precisar la postura del MS sobre la centralidad del trabajo. Más bien parece albergar posiciones contradictorias, al menos según están ahí expresadas.
Por mi parte, como es obvio en función de lo que vengo sosteniendo teóricamente, comparto la llamada de atención del MS sobre las crecientes dificultades que encuentra el capital productivo para valorizarse, paro es a todas luces anacrónico decir que “ya no renta la producción”. También concuerdo en señalar el deterioro de la capacidad de asalarización del modo de producción capitalista y, en general creo que coincidimos en que la sobreacumulación de capital le va minando por dentro, muy posiblemente propiciando que se inicie con ello por parte de las elites una interfase, ya no 100% capitalista, mientras se gesta otro modo de producción que haga redundante a la mayor parte de la humanidad; aunque hoy todavía estamos apenas atisbando esas posibilidades, y desde luego no creo que mientras el capital perdure, aunque la relación del trabajo abstracto fuera perdiendo importancia proporcional, deba expresarse como “pérdida de centralidad del trabajo”, no sólo porque es teóricamente incorrecto expresarlo así, sino por la confusión política a la que puede llamar.
Sea como fuere, lo que me parece vital es tener clara la degeneración de este modo de producción, la cada vez más palpable imposibilidad de reformarlo, con todas sus consecuencias o implicaciones catastróficas, y con ello la necesidad de luchar por un modo de producción superior, por emprender el largo proceso de construcción del socialismo como única posibilidad de vida digna, e incluso de supervivencia, de la humanidad.
Sobre el tema del Estado y su necesidad histórica para esa transición, lo dejaré para una próxima conversación teórica con el MS.
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NOTAS
[1] Esa “ley tendencial” está correlacionada con la composición orgánica del capital (proporción de capital constante por unidad de capital invertido en la producción), el numerador marxiano que no alcanzan a entender los keynesianos ni al parecer algunos marxistas, y que es resultado del hecho que a medida que la pulsión por mejorar la productividad obliga a incrementar la inversión en capital constante, crece la tensión al alza sobre la composición del capital. Esta composición puede medirse como el coeficiente capital-producto, esto es, c/(v + pv) [donde c es el capital constante, v es el variable y pv es la plusvalía]. Pero para calcular la ganancia (g), la c la pasamos al denominador. Entonces, a partir de la fórmula g = pv/(c + v), la ganancia puede crecer indefinidamente siempre que la tasa de explotación tienda a infinito [todo el valor nuevo tendería a ser plusvalor (vn = v + pv → pv)]. Algo difícil de imaginar indefinidamente, al igual que ocurre con el resto de los pasajeros factores contrarrestantes que enunció Marx. Siendo esa dificultad mayor si tenemos en cuenta que cada vez se necesita más capital constante para generar plusvalor en escala decreciente del cada vez menor tiempo de trabajo necesario que va quedando según avanza la incorporación tecnológica a los procesos productivos y la consiguiente intensificación de la plusvalía relativa.
“Al margen de los debates teóricos, siempre ha existido una crítica, realizada desde los enfoques más ortodoxos de la economía, acerca de la validez de estudios empíricos de las teorías marxistas. Frente a esta demanda, es precisamente esta nueva interpretación la que aporta un importante trabajo empírico en la última década, donde ha conseguido obtener datos sobre la Tasa de Ganancia, la Tasa de Plusvalía, la Tasa de Acumulación y la COC, que les permiten avanzar en los análisis sobre las crisis y los ciclos en el capitalismo. Estos análisis empíricos no están exentos de problemas. Entre los que se destaca la dificultad de compatibilizar las categorías marxistas con la contabilidad de los países capitalista; de ahí que gran parte de los autores realicen sus trabajos sobre el caso nacional de EE. UU.12 :“Most empirical work up to now has been concentrated on measuring the US rate of profit and trying to get a measure that is close as possible to Marxist categories, i.e. à la Marx” (Roberts), debido a la importante base de datos que se puede encontrar sobre las cuentas nacionales de este país. La importancia de la actual crisis ha venido de la mano de la realización, por parte de los autores marxistas, de un buen número de trabajos en los que se ha podido probar la capacidad explicativa de la LTDTG, entre los que podemos destacar los de Valle, Freeman, Izquierdo, Harman, Carchedi, Roberts, Kliman y Carchedi y Roberts, desde la óptica temporalista. Y desde la NI, los trabajos de Husson, Tapia y Astarita, y Dumenil y Levy.
(…) De forma más acotada, antes de la crisis actual, Carchedi y Roberts encuentran que para EE. UU., entre 1997 y 2008, la Tasa de Ganancia cayó un 12%, a la vez que COC crecía un 22%; en cambio, la Plusvalía creció únicamente un 2%. Esto demuestra empíricamente todos los pasos que caracterizan la LTDTG, con un crecimiento de la COC, un incremento o estancamiento de la Plusvalía como consecuencia de los límites que presenta, y por último, una caída en el largo plazo de la Tasa de Ganancia. Además, Carchedi y Roberts, Freeman, y Kliman observan que la capacidad explicativa de la COC respecto al descenso de la Tasa de Ganancia estaba en torno al 60%. De manera similar, Izquierdo encuentra que cerca del 78% de la caída de la Tasa de Ganancia en dos periodos distintos (entre 1928-1973 y 1974-1983) se explicaría por el incremento de la productividad. No hay que olvidar que no se identifica el inicio de la crisis únicamente con una caída prolongada de la Tasa de Ganancia, sino cuando esta provoca un estancamiento o caída de la Masa de Ganancias. Precisamente esto es lo que Carchedi y Kliman encuentran para EE.UU. entre 2006 y 2009, con una caída de 10 puntos porcentuales.” (Martín, 2016: 53-54; las referencias bibliográficas del autor han sido aquí omitidas).
Según Maito (2013) en las formaciones de capitalismo avanzado la tasa media de ganancia cayó de algo más del 40% en 1869, a poco más del 10% en 2009. Y la tasa media de ganancia mundial pasó de 31% en 1950, a cerca del 18% en 2008.
[2] “Una de las aportaciones más relevantes, influyentes y, al mismo tiempo, controvertidas de El capital de Karl Marx es la llamada ley de la caída tendencial de la tasa de ganancia (LCTTG). Esta proposición plantea una concepción completamente heterodoxa y crítica del capitalismo porque revela la contradicción esencial irresoluble que caracteriza a este modo de producción. Por esa razón, ha sido sistemática y frontalmente rechazada por todas las corrientes de pensamiento económico ortodoxas, ya que supone la completa negación de cualquier pretensión de concebir un capitalismo estable, armónico y libre de crisis, así como de cualquier estrategia de gestión progresiva del sistema por parte del Estado. El rechazo de la LCTTG por parte de las escuelas que se afanan en naturalizar, legitimar y defender el capitalismo es comprensible. Sin embargo, llama más la atención que esta ley sea también rechazada por algunos autores que se autodefinen como marxistas” (Del Rosal, 2024: 61).
[3] Como quiera que toda producción humana está enmarcada por las relaciones sociales en que se halla (la forma que la determina), no se puede dejar de partir para su análisis de tal determinación (de su relación con el valor, en nuestro caso). En el modo de producción capitalista, el trabajo productivo se define y sustenta a partir de un elemento objetivo como el ciclo de valorización del capital, lo que significa que será la ubicación de cada trabajador/a en este proceso la que definirá el carácter de su actividad. Aunque en realidad, la forma asalariada y el carácter mercantil de la actividad son exigencias necesarias mas no suficientes para el carácter productivo del trabajo en términos del capital social o del conjunto de la economía. Para los propósitos de explicación de este texto resumiré diciendo que trabajo productivo (y por extensión “capital productivo”) desde el punto de vista del todo social es aquel que no sólo produce plusvalía, sino que además produce nuevo valor. Esto es exclusivo del capital industrial (los otros capitales no hacen sino apropiarse de parte de la plusvalía obtenida por él a través del trabajo no pagado). A falta de espacio para desarrollar este punto aquí, remito a mi elaboración teórica al respecto, que intenta seguir la de Marx, y es deudora de la del Observatorio Internacional de la Crisis (Piqueras, 2022 -capítulo 4.3-, y 2024a).
[4] Este autor señalaba también que: “una razón por la cual [en EE.UU.] no tenemos fábricas de robots es porque alrededor del 95 por ciento de los fondos para la investigación en robótica han sido canalizados a través del Pentágono, que está más interesado en desarrollar drones sin pilotos que en automatizar fábricas de papel” (Graeber, 2012: s/n)
[5] Allí dice que las consecuencias de la crisis no se han reflejado tanto en un crecimiento del desempleo absoluto como en un sorprendente aumento de diferentes modalidades de subempleo (informalidad, jornadas parciales, trabajo no productivo, etc.), que traen aparejado un aumento de la desigualdad con la expansión de trabajos mal pagados que se presentan como un destino inevitable ante la alternativa de la cesantía, generando además una población sobrante cada vez más numerosa que no parece tener cabida ni alternativa de supervivencia a largo plazo en el capitalismo.
Efectivamente, la precariedad laboral resultante es del todo patente en aspectos como: a) la temporalidad laboral; b) la importancia de las modalidades de trabajo sin relación contractual y a menudo tampoco salarial; c) la creciente extensión de la figura de los “falsos autónomos”; d) la enorme dimensión de la economía sumergida (alrededor de un cuarto del PIB español, por ejemplo); e) las peores condiciones laborales en relación a aspectos como los bajos salarios, el desajuste entre la formación adquirida y el puesto de trabajo desempeñado, la prolongación de la jornada laboral (a menudo sin compensación económica) y la flexibilidad horaria, así como la elevada incidencia de la siniestralidad laboral; f) el menor acceso a la protección social; y g) una tutela colectiva debilitada por el recorte de los derechos protegidos por las normas internacionales de trabajo, incluidas la libertad sindical, la negociación colectiva y la protección contra el acoso y la discriminación [ver lo que los propios agentes del capital dicen al respecto en “Tendencias del empleo en el mundo” Así será el futuro del empleo en la era de la IA, la sostenibilidad y la desglobalización | Foro Económico Mundial (weforum.org) The Future of Jobs Report 2023 | Foro Económico Mundial (weforum.org)]. Todo lo cual no puede sino ser visto como una creciente expulsión parcial de la fuerza de trabajo, tal como indico en el cuadro 1, que se combina más y más con la expulsión total de la misma.
[6] Frente a esa falta de rentabilidad, cada vez mayor parte del capital vuelve (“involuciona”) a su forma simple de dinero, porque la sobreacumulación se resuelve a través de la forma monetaria del capital, el capital portador de interés y sus formas ficticias.
Esta dinámica hace del parasitismo especulativo o de la especulación parasitaria un componente cada vez más importante del sistema capitalista mundial (que por supuesto incluye también la hipertrofia militar, la narco-economía y el consumo suntuario de las élites globales, entre otras de sus excrecencias)[6].
Esto es a todas luces chocante para el funcionamiento estrictamente “capitalista” (conversión del dinero en capital a través de la continua creación de nuevo valor como plusvalor). Recordemos que Marx ya señaló el predominio de las formas mercantil y monetaria del capital en el final de la Edad Media. Con el desarrollo de la forma productiva, ésta pasa a ser determinante en el modo de producción capitalista. Sin embargo, hoy se está invirtiendo ese proceso, al ser la forma monetaria, en su modalidad de capital a interés y sus correspondientes expresiones ficticias, la que adquiere más y más protagonismo. Pero si en el capitalismo el capital a interés no puede existir sin el capital productivo -sin mantener una proporcional dimensión respecto a la masa del mismo-, podemos calibrar lo que significa la disparatada escalada exponencial de capital monetario (cada vez más ficticio) existente en esta fase del capital.
Recordamos también en este punto, que el capitalismo se desenvolvió como medio de producción frente al rentismo tardofeudal [Ese rentismo estaba expresado por medio de la renta de la tierra y del interés. El capitalismo tuvo que sobreponerse a ambos, además de luchar secularmente contra las poblaciones que, entre otros objetivos, intentaban evitar su propia conversión en “fuerza de trabajo”. El parasitismo financiero (que comprende a un tiempo la renta y el interés) ayuda hoy al capital productivo a aplastar la oposición del factor Trabajo, pero al tiempo le va minando por dentro. Cuando el capitalismo tuvo sus momentos de despegue a mitad del siglo XIX y en los “Treinta Gloriosos” del XX, es cuando el capital industrial más contrarrestó al capital rentista, de tal manera que la dinámica de crecimiento llegó a estar asociada por Keynes con el “suicidio del rentista”. No hay posibilidades de viabilidad a medio plazo, en cambio, para un capitalismo bajo estas marcadas características especulativo-rentísticas (donde el capital-productivo va perdiendo peso en el conjunto de ganancias ¿capitalistas?)].
[7] En Piqueras (2024a y 2024b) he explicado y documentado que correlativamente a la obstaculización de la tasa de ganancia, se resiente, por ejemplo, la inversión productiva, el empleo industrial, la productividad y la reproducción ampliada del capital.
Andrés Piqueras