Análisis en profundidad

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UNA APROXIMACIÓN A LAS CLAVES DEL PODER SIONISTA MUNDIAL

CONCOMITANTE CON LA CENTRALIZACIÓN Y CONCENTRACIÓN DEL CAPITAL

por andres

Es mi intención en este texto mostrar algunas claves del Poder Sionista Mundial (PSM),
como predominante personificación del poder del capital en las últimas fases del modo
de producción capitalista, hasta el presente.
La dimensión de su poder es de tal envergadura, facetas y alcances que resulta
difícilmente concebible, quedando mucho más allá de lo que la mayoría de las personas
están dispuestas a asumir o dar crédito. Gran parte de ese poder deviene del propio
proceso de centralización del capital (cada vez en menos manos, por absorción de
capitales ya acumulados -mediante fusiones o adquisiciones-) y concentración del capital
(cada vez de mayor tamaño y dimensión -al centralizarse el capital también se concentra
), en forma de enormes conglomerados o megacorporaciones empresariales
transnacionales. En realidad, instituciones globales.
Por eso creo que sería bueno que empecemos examinando la relación del PSM con el
mercado capitalista. Luego, poco a poco, nos iremos introduciendo en los ámbitos de
poder social, político y estratégico, para comprobar que están todos conectados.

Todo ello en este enlace:

ALGUNAS-CLAVES-SOBRE-EL-PODER-SIONISTA-MUNDIAL.pdf (rebelion.org)

Con la decadencia de EE.UU., donde el PSM ha incubado su Poder mundial, así como con la degeneración del modo de producción capitalista, al que le debe también ese Poder, no es de extrañar que el PSM centre hoy sus esfuerzos en impedir el surgimiento del Mundo Emergente, y sobre todo en intentar frenar por todos los medios a China -de los poquísimos lugares del mundo donde no tiene acceso a los centros neurálgicos de dirección social-, y a Rusia, que se ha convertido forzadamente y pagando un alto precio, en una suerte de dinamo clave de ese posible nuevo mundo. Contra ello es que el PSM, insertado en los núcleos de comando y decisión del Eje Anglosajón, parece cada vez más dispuesto a desatar la fase nuclear de la Guerra Total en la que ya estamos inmersos/as. Desde Palestina hacer estallar al conjunto de Asia. Desde Ucrania acosar al coloso ruso.

El conjunto de Europa -cada vez más subordinada al Eje Anglosajón y al PSM- está siendo ya su primera víctima económica. A falta de reacción popular, pronto podrá ser también el primer continente arrasado por la Guerra Total.

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LA NORMALIZACIÓN DE LA DESHUMANIZACIÓN EN PALESTINA

Entrevista a diferentes investigadores, llevada a cabo por Martín Martinelli

https://revistas.uece.br/index.php/tensoesmundiais/article/view/13248/11224

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SOBRE LA CENTRALIDAD DEL TRABAJO Y OTRAS CLAVES DE LA CRISIS DEL CAPITAL.

RESPUESTA A INICIATIVA COMUNISTA.

Iniciativa Comunista (en adelante IC) realizó un texto entrando en debate con el Movimiento Socialista (MS), sobre el documento del Euskal Herriko Kontseilu Sozialista (EHKS) -¿su posible órgano de dirección política?-, titulado Nueva Estrategia Socialista (https://gedar.eus/pdf/ehks/nuevaEstrategiaS ocialista.pdf).

El artículo crítico de IC, titulado “Sobre la centralidad del trabajo” (https://iniciativacomunista.net/wp-content/uploads/2024/02/Sobre_la_Centralidad_del_Trabajo.pdf) alberga su importancia al entrar en el meollo de la cuestión: ¿hablamos de crisis capitalistas recurrentes y reproducidas en el tiempo indefinidamente, o de una Crisis Sistémica de este modo de producción?  

Y digo que la cuestión es importante porque marca la manera en que concebimos la vida del capitalismo:

“La LCTTG [ley de la caída tendencial de la tasa de ganancia] tiene su fundamento esencial en el hecho de que Marx no entiende las crisis crónicas del capitalismo como fenómenos accidentales, exógenos o evitables, sino como elementos consustanciales a la dinámica del sistema. En este sentido, establece implícitamente una distinción teórica que resulta clave para comprender tanto el significado de la propia ley como el funcionamiento del modo de producción capitalista: la diferencia entre la crisis (en singular) y las crisis (en plural) del capitalismo” (Del Rosal, 2024:62; el propio autor indica que también se han distinguido como “crisis cíclicas” y “crisis secular” del capitalismo).

De ahí que la opción por la primera respuesta, descartando la segunda, nos remita por lo general a una suerte de fe en la tendencial infinitud del capitalismo como modo de producción capaz de superar siempre todas sus crisis a falta de sujeto que le supere a él mismo. Una fe que, contra toda evidencia histórica precedente, contra toda dialéctica de la Vida -del propio Cosmos-, está muy arraigada entre bastantes marxistas. Una postura próxima a ello da trazos de ofrecer el texto firmado por Iniciativa Comunista.

La segunda opción de respuesta a la pregunta formulada puede plantearse de dos formas principales:

a) que se haga ver la Crisis como surgida por causa de una acumulación de factores estructurales que conllevan al colapso del capitalismo;

b) que la Crisis Sistémica sea señalada como propia de una contradicción o enfermedad estructural de este modo de producción (llamada sobreacumulación de capital) y que, efectivamente, conduce a crisis recurrentes, pero que las medidas aplicadas para superarlas van haciendo cada vez más difícil el remonte de nuevas crisis y a la postre van obstruyendo el funcionamiento del capitalismo. Esta segunda es mi postura.

¿Dónde quedan los sujetos políticos en todo ello? Pues en la diferencia abismal que hay entre “colapso” o si se quiere, “agotamiento”, y “superación” del capitalismo. El capitalismo es un sistema finito, como todo lo que hay en este mundo, por mucho que sus promotores y defensores, así como algunos marxistas, se empeñen en señalar lo contrario. Tarde o temprano -y simplemente las condiciones infraestructurales tienden cada vez más a marcar que posiblemente sea más temprano que tarde-, dejará de existir. Más que en forma de “colapso”, conforme ya he señalado en muchas otras ocasiones, yo veo ese paso como una lenta degeneración, como la trayectoria de una piedra que cae por la ladera de un monte rodando y dando pequeños saltos (de momentánea “recuperación”), pero siempre cuesta abajo (lo que no deja de sorprender de muchos críticos que se dicen marxistas es su empeño en no ver la evidencia de los síntomas de un capitalismo en descomposición, algunos de los cuales una vez más señalaré en este texto).        

Ahora bien, para que más allá de su extinción el capitalismo dé paso a un modo de producción superior en términos de calidad de vida humana, de dignidad e igualdad social y de integralidad sistémica, es decir, una sociedad socialista, se requiere una intervención revolucionaria. De lo contrario, el agotamiento del modo de producción capitalista no sólo no tiene por qué llevar a nada mejor, sino que alberga muchas posibilidades de meternos en un mundo de barbarización generalizada en pugna por los escasos recursos que queden. Siempre hay que considerar, además, la posibilidad de un tipo de “revolución pasiva” mediante la que las elites podrían en algún momento comenzar a desconectarse del capital para emprender el camino hacia un modo de producción automatizado, a costa del conjunto de la humanidad.

Aclarado esto, para pasar a afrontar los argumentos de IC hemos de hacer una primera observación. En su caracterización de la crisis, en la página 10, el texto de IC da a entender la improcedencia de achacarla al aumento de la composición orgánica del capital, ante la creciente masa salarial que se da en las formaciones de capitalismo avanzado o primigenio (que ellos llaman “países ricos”). Sus palabras:

“la masa salarial de los países ricos es significativamente superior a la de los países pobres; de ahí que, incluso en condiciones de acumulación normal del capital constante, su proporción con respecto al capital variable no crezca al mismo ritmo que en la periferia.”

El argumento es sorprendente, porque según el mismo la composición orgánica del capital ¡sería proporcionalmente mayor en las economías periféricas o de capitalismo tardío!

En todo caso (y más allá de que eso haría desaconsejable la deslocalización productiva), la masa salarial por sí sola no indica necesariamente carencia de sobreacumulación. Lo que mide la sobreacumulación con claridad es la proporción de trabajo vivo empleado en los procesos productivos generadores de nuevo valor. Proporción que desciende frente al capital fijo, aunque pudiera aumentar el precio de la fuerza de trabajo remanente en los procesos productivos. Lo cual, dicho sea de paso, no parece cierto para el conjunto de la fuerza de trabajo, dado que no sólo se está dando una reducción de la masa salarial mundial, sino que en la propia UE fue de menos 485.000 millones de $ en 2013 (OIT, http://www.ilo.org/wcmsp5/groups/public/—dgreports/—dcomm/—publ/documents/publication/wcms_368643.pdf).

Más adelante, en el debate con el Movimiento Socialista sobre la centralidad del trabajo, IC distingue tres posibles enfoques del trabajo:

Como fuente de valor

Como parte del capital

Como relación social

Sus conclusiones parecen llevar a que ninguna de esas condiciones se ha modificado sustancialmente en el presente como para que podamos hablar de Crisis Sistémica (que ponga en peligro la dinámica de acumulación del capital).

No deja de ser congruente con ello, pero al mismo tiempo contradictorio para quienes se dicen marxistas, hacer un análisis cuestionador de Marx sobre la importancia de la tasa de ganancia, tomando como referencia a autores antimarxistas, como Nitzan y Bichler, u otros que diciéndose marxistas niegan “la más importante ley de la economía política” según palabras de Marx, su descubridor (subapartado b del apartado 3, pg. 11)[1].

 Postura que no por casualidad está hoy muy en boga entre el “neomarxismo” y el “postmarxismo”, como argumenté en Piqueras (2022). Para ver la decisiva importancia que Marx diera a esa ley, LCTTG[2], he desarrollado dos textos a los que remito para profundizar en la discusión al respecto y para tenerlos en cuenta como base de lo que aquí digo (Piqueras 2024a y 2024b).

Veamos, entonces, mi postura sobre los argumentos de IC a los tres enfoques sobre la centralidad del trabajo.

  1. El trabajo es la única fuente de valor-plusvalor del capital. Si el capitalismo perdiera esa condición como central, agonizaría definitivamente. Por eso yo tampoco entiendo qué quiere decir el EHKS al hablar de esa supuesta pérdida de centralidad. Si con ello aluden a un nuevo capitalismo, es imposible. Se trataría de un capitalismo claramente moribundo, en fase de desaparición, que, en todo caso, estaría dando paso a otro modo de producción (como dije antes, probablemente “automatizado”). Si a lo que se refieren, por contra, es a que la progresiva pérdida de centralidad del trabajo agrava la Crisis Sistémica del capitalismo, entonces podría ser. Lo que ocurre es que no deberíamos confundir “proporción” (o “importancia”) con “centralidad”, ni tampoco trabajo abstracto generador de valor con trabajo en general, pues mientras exista el capitalismo la “centralidad” del trabajo abstracto es indefectible (ver Apéndice en el que hago algunas reflexiones sobre un texto de MS al respecto).

Ahora bien, ¿está perdiendo la “importancia” el trabajo abstracto? Como ya anunció Marx, se trata de una tendencia relativa, en función de la masa de capital disponible para invertir y la que realmente se invierte. Es decir, que podría aumentar en número la implicación del factor trabajo en los procesos productivos mundiales del capital, como de hecho ocurre, pero no en proporción al total de capital empleado en la producción, ni mucho menos en relación con el disponible (una parte creciente del cual no se reinvierte productivamente).

2. En el segundo enfoque a mi entender IC comete un error de bulto, que consiste en contemplar el desplazamiento del trabajo productivo al trabajo improductivo (esferas del capital mercantil, del capital a interés y del Estado)[3], como si fueran equivalentes en términos de ganancia y de acumulación de capital. Tanto menos lo son las actividades sociales que han sido mercantilizadas en un cada vez más angustioso intento de seguir obteniendo ganancias, pero que en realidad no hacen sino “cosechar” un valor ya generado (unos capitalistas se van quedando con más parte de la plusvalía obtenida por otros capitalistas y con una porción mayor de los salarios), no añadir nuevo valor al Sistema.

La sustitución de empleos productivos por la substancia (generadores de nuevo valor que vigoriza al conjunto del Sistema) por empleos sólo productivos por la forma (producen plusvalía sólo a capitalistas individuales -comerciales y a interés-) o directamente improductivos (la mayor parte de los estatales y de servicios personalizados o relaciones mercantilizadas), no tiene el mismo resultado sistémico ni implicaciones, por tanto, de cara a sus crisis [así, por ejemplo, más de la mitad de la inversión contabilizada oficialmente en EE. UU. y Gran Bretaña poco antes de la crisis de 2007-2008, según Smith (2016), se debió a desembolsos en inversión no productiva. Además, en el último cuarto del siglo XX la mayor parte de los gastos del capitalismo global eran ya indirectos a la acumulación (Kidron, 2002)].

Siguiendo su línea en el tratamiento de este segundo enfoque, en su página 18, IC hace las siguientes afirmaciones:

“De hecho, durante los últimos 45 años, la destrucción de empleo industrial ha tenido más que ver con las grandes recesiones económicas que con la robotización de la industria”

“lo cierto es que el ritmo de implantación de robots industriales y otras tecnologías destinadas a la sustitución del trabajo humano no parece particularmente elevado”

Aprovecho la oportunidad que me ofrecen sus palabras para hacer una reflexión histórico-política al respecto. Autores como Albert Einstein y Norbert Wiener advirtieron en su momento de la alta posibilidad de que el desempleo por la automatización llevara a levantamientos sociales, mientras que otros autores sostuvieron que la conclusión a extraer para la clase dominante sería la de guiar el desarrollo tecnológico en direcciones que no desafiaran las estructuras de autoridad existentes; algo que gobernantes y “capitanes de la industria” ya habían pensado. De hecho, las posibilidades disruptivas de la automatización fueron discutidas en los años 50-60 del siglo XX, en los ámbitos de poder industrial y político de EE.UU. “The Automation Jobless” fue el título que se le dio en el TIME de 24 de febrero de 1961: lo que preocupaba no era que la automatización sustituyera trabajo humano sino de que no fuera capaz de crear igual cantidad de nuevos puestos de trabajo. La preocupación era tan grande que el presidente Lyndon B. Johnson, promovió en 1964 la creación de una Comisión Nacional sobre “Tecnología, Automatización y Progreso Económico”. La Comisión se tomó en serio la posible disrupción tecnológica, hasta el punto de que recomendó, entre otras medidas de corte distributivo, “un ingreso mínimo garantizado para cada familia”, utilizando al Estado como empleador de última instancia (sí, efectivamente, hace tiempo que la clase capitalista tiene pensada la “renta básica” como un pobre paliativo de la des-sociedad).

Pero también en la Unión Soviética la cuestión se trató seriamente. En concreto el 8 y 9 de febrero de 1955 el Soviet Supremo de la URSS anticipaba, con un informe de Bulganin, que la marcha inexorable de la automatización podía suponer la auto-aniquilación del capitalismo. Una de las figuras punteras que analizó lo que se desarrollaba con la automatización fue Radovan Richta. Entre algunas de sus más importantes conclusiones estaba la de que la automatización no era una nueva etapa de la mecanización, sino una “fuerza revolucionaria” capaz de trastocar toda la estructura social y ser la impulsora de un nuevo modo de producción (de hecho a través de la automatización él veía abiertas las posibilidades objetivas del socialismo), pues toda forma específica de fuerza productiva impone una cierta estructura correspondiente a la vida social. Sólo las relaciones sociales de producción capitalistas estaban impidiendo ese paso revolucionario (ver por ejemplo, Richta -1967 y 1972-, y Naville -1965-).

Sin embargo, en esos momentos, en las formaciones capitalistas la velocidad de la automatización fue frenada en aras de mantener el modelo industrial de pleno empleo, y con él la integración-fidelidad de las poblaciones -habida cuenta del relativo equilibrio sistémico de fuerzas que existía con el mundo soviético-, por temor a las consecuencias “revolucionarias” de la automatización. Todos los debates y preocupaciones suscitados por la automatización fueron igualmente aplazados y sustraídos a la opinión pública por más de 30 años.

Durante la llamada “Guerra Fría” y hasta la desaparición de la URSS, las respuestas de la clase capitalista y los gobernantes estadounidenses a las crisis estructurales que comenzaron en los años 70 fueron las de desviar la aplicación de las nuevas tecnologías hacia la industria militar y ampliar el acceso de la población al crédito, para así mantener en cierta medida los niveles de empleo y consumo, lo cual fungió a la vez como “escaparate de abundancia del capitalismo” frente a la relativa escasez en los países de transición al socialismo. Al mismo tiempo, se prefirió emprender la deslocalización productiva. Fue decisión de los gobernantes industriales no financiar la investigación en fábricas de robots que todos anticipaban en los sesenta, y en su lugar relocalizar sus fábricas para utilizar intensivamente la mano de obra en China y otras formaciones sociales periféricas (ver para todo esto, Graeber, 2012)[4].

Desaparecida la amenaza soviética en 1991, fue más fácil entonces dar rienda suelta al binomio financiarización-automatización, pero dadas las inversiones hechas a través de la deslocalización, no se hicieron con la velocidad e intensidad que hubieran correspondido al desarrollo de las fuerzas productivas a la sazón. Es sólo recientemente que ese fenómeno comienza a adquirir relevancia sistémica. Así, el sector secundario ha transitado del 21% del total de empleos, en 1991, al 24% en 2022.  Esa evolución mundial del sector industrial se debe de nuevo, como reconoce IC, a un reducido número de formaciones estatales. Así, por ejemplo, China ha pasado del 21% de empleos industriales al 32% en ese periodo.

El descenso de la fuerza de trabajo industrial en las formaciones estatales centrales ha observado un comportamiento crónico (gráfico 1): en 2010 el 79% de la fuerza de trabajo industrial estaba radicada en las hasta ahora “periferias” del Sistema; unos 650 millones –alrededor ya del 83%-, y unos 130 millones de fuerza de trabajo industrial quedaba en los “centros” en 2020. Total 768.400.000 de empleos en la industria en ese año [ILO brochure, World employment and Social Outlook, Trends 2024, 120 pages]. Pero unos 214.245.000 de trabajadores/as manufactureros/as son chinos/as. Es decir, alrededor del 33% de la población activa industrial de las formaciones periféricas. Sobre el 27.8% del total. En 2023 la producción industrial en China aumentó un 4,6 % (https://spanish.news.cn/20240117/071b754e49e7422aa4370f30c31ede1b/c.html),  y es la protagonista estelar del aumento bruto de la manufactura en el mundo (https://www.icex.es/content/dam/es/icex/oficinas/094/documentos/2022/07/documentos-anexos/01-guia-pais-china.pdf).          

Gráfico  1

Empleo en la manufactura del Reino Unido (1841-1991)

Fuente: Benanav y Clegg (2014)

Hay que contar, como también indica IC, con que bajo el término “industria” y a pesar de que las mediciones a escala planetaria no siempre resultan muy claras, se incluyen además de la manufactura, la minería, los servicios públicos de electricidad, gas y suministro de agua, así como la construcción, y a veces se presentan agregados y otras se separan, cuanto menos la construcción.

Con la excepción del sureste asiático, las formaciones sociales periféricas han experimentado también un descenso de la aportación industrial al PIB tanto en empleo como en valor añadido, desde los años 80 del siglo XX. Las normas de liberalización del comercio internacional impuestas sobre ellas, les han hecho convertirse en importadoras netas de productos industriales, revirtiendo sus tímidas políticas de sustitución de importaciones. Digamos que han “importado la desindustrialización” de las economías centrales, dado que resultan expuestas a la tendencia de precios a la baja de las mercancías industriales (el precio de esas mercancías desciende según aumenta la productividad, esto es, más unidades de una mercancía por unidad de tiempo hace descender el precio relativo de esa mercancía -ver gráfico 2-). De esta forma, las economías periféricas se ven abocadas a bajar los precios industriales para competir, desincentivando tanto la inversión como el empleo en este sector, dado que su productividad no justifica esos precios (ni siquiera contando con el menor precio de su mano de obra). Es decir, que el papel que juega el desarrollo tecnológico hacia la desindustrialización en las economías centrales, lo desempeñan la liberalización comercial y la globalización en las periféricas (debido a que el valor de las mercancías tiene como referencia el mercado global capitalista, y no cada unidad estatal).

                                   Gráfico 2

Deflación relativa de las mercancías industriales (EE.UU. Gran Bretaña, Corea del Sur y México)

Fuente: Rodrik (2015).

3. No me queda claro si IC -al igual que los marxistas forofos de la masa de ganancia-, termina de entender que la relación social asalariada, a pesar de haber aumentado en términos absolutos, no mantiene el pulso con relación a las crecientes tasas de proletarización y a la proliferación de formas de trabajo en el capitalismo degenerativo actual.

Tampoco entiendo cómo sea tan difícil de ver que el descenso de la tasa de ganancia vaya corroyendo por dentro las posibilidades de seguir expandiendo la masa de ganancia, como las reiteradas crisis en unas y otras formaciones de capitalismo avanzado han indicado (ver, por ejemplo, el acompasamiento de tasa y masa de ganancia para el caso de EE.UU. en el gráfico 3).

Gráfico 3

Beneficios corporativos (en miles de millones) y tasa de ganancia en EE.UU.

Fuente: Carchedi y Roberts (2023)

En este sentido, deberían tenerse en cuenta también ciertas evidencias: el conjunto empresarial no obtiene ganancias prósperas o cuanto menos suficientes para mantener un ciclo de acumulación vigoroso (gráfico 4).

                               Gráfico  4

Fuente: Roberts (2022).  

“El dinero barato y el apoyo fiscal han mantenido con vida a los ‘muertos vivientes’, las llamadas empresas zombis, que obtienen pocas ganancias y solo pueden cubrir sus deudas. En las economías avanzadas, alrededor del 15-20 por ciento de las empresas se encuentran en esta situación [y cerca del 90% de ellas seguirán siendo zombis en adelante]. Estas compañías mantienen una baja productividad, lo que impide que las más eficientes se expandan y crezcan” (Roberts, 2021: s/p; corchetes añadidos según comentarios del propio autor).

Hasta ahora, sólo la expansión del mercado laboral mundial (sobre todo con la descampesinización o proletarización de millones y millones de seres humanos, así como a través del reenganche al mercado mundial capitalista de las poblaciones que experimentaron procesos de desconexión con el mismo –“Mundo Socialista”-) ha permitido contrarrestar pasajeramente esa corrosión sistémica.                         

Efectivamente, la población activa mundial aumentó de 2,33 mil millones en 1991 a 3,62 mil millones en 2023. Y el número de personas empleadas ascendió de 2.908,9 en 2007 a 3.379 en 2022 (Trabajo: número de personas con empleo en el mundo 2007-2024 | Statista), pudiendo oscilar las cifras ligeramente en función de la fuente de referencia. Esto es lo que hace repetir, como digo, a los entusiastas de la masa de ganancia -inasequibles al desaliento de las advertencias de Marx-, que no hay problema con que descienda la tasa de ganancia, dado que aquella primera no para de aumentar, por lo que, como diría Aznar de España, “el capitalismo va bien”.

Sin embargo, la tasa de población activa (PA) pasó de 65% a 61% en aquel primer periodo (1991-2023) [Tasa de población activa, total (% de la población total mayor de 15 años) (estimación modelado OIT) | Data (bancomundial.org)], y la tasa global de empleo presentó una tendencia decreciente de 2007 a 2024 (57% a 56,1%). “Las previsiones apuntan a un descenso progresivo y continuado de esta ratio a corto plazo”, según Statista (Trabajo: tasa mundial de empleo hasta 2024 | Statista). Esto por no hablar de la reducción de horas trabajadas (que por ejemplo en España al finalizar 2015 eran 1.359 millones de horas menos de las que se registraron en 2011) y, en general, de la parcialidad y temporalidad laboral crecientes.

La propia IC nos ofrece en su gráfico 6 (tasa de participación en la fuerza laboral de la población en edad de trabajar económicamente activa) una representación bien clara de aquella ratio.

De hecho, las dimensiones del ejército mundial de reserva se han hecho colosales, como ya anticipara Marx:

“Cuanto mayores sean la riqueza social, el capital en funciones, el volumen y vigor de su crecimiento y por tanto, también, la magnitud absoluta de la población obrera y la fuerza productiva de su trabajo, tanto mayor será la pluspoblación relativa o ejército industrial de reserva. La fuerza de trabajo disponible se desarrolla por las mismas causas que la fuerza expansiva del capital. La magnitud proporcional del ejército industrial de reserva, pues, se acrecienta a la par de las potencias de la riqueza. Pero cuanto mayor sea este ejército de reserva en proporción al ejército obrero activo, tanto mayor será la masa de la pluspoblación consolidada o las capas obreras cuya miseria está en razón inversa a la tortura de su trabajo (…) Esta es la ley general, absoluta, de la acumulación capitalista” (Marx, 2009: 803).

Hay un incesante incremento de la población sobrante relativa, porque no existe crecimiento económico ni para absorber un tercio de la población proletarizada en el mundo.  

Jonna y Foster apuntan que  

“…el ejército de reserva mundial, incluso con definiciones conservadoras, constituye alrededor del 60 por ciento de la población activa disponible en el mundo, muy por encima de la del ejército de trabajo activo de los obreros asalariados y pequeños propietarios. En 2015, según cifras de la OIT, el ejército de reserva mundial constaba de más de 2.300 millones de personas, en comparación con los 1.660 millones en el ejército de trabajo activo, muchos de los cuales son empleos precarios. El número de parados oficiales (que corresponde aproximadamente a la población flotante de Marx) está cerca de 200 millones de trabajadores. Alrededor de 1.500 millones de trabajadores son clasificados como ‘empleados vulnerables’ (en relación con la población estancada de Marx), formados por trabajadores que trabajan ‘por cuenta propia’ (trabajadores informales y rurales de subsistencia), así como ‘trabajadores familiares’ (del trabajo doméstico). Otros 630 millones de personas con edades entre 25 y 54 se clasifican como económicamente inactivos. Esta es una categoría heterogénea, pero sin duda consiste preponderantemente en aquellos en edad de trabajar que forman parte de la población pauperizada” (Jonna y Foster: 2016: 37-38).

Y en Foster y McChesney (2012), que dan cifras sólo para la población entre 25 y 54 años, se señala que ese ejército de reserva podría incluir a más del 60% de la fuerza de trabajo mundial de forma permanente (gráfico 5).

                                       Gráfico 5

Fuerza de trabajo mundial y ejército de reserva mundial

Fuente: Foster y McChesney (2012)

Estos dos autores advierten que    

“Estas cifras, sin embargo, minimizan severamente el alcance total del ejército de reserva mundial (en la concepción de Marx) porque aquellos que son trabajadores a tiempo parcial, temporales y eventuales aparecen en las cifras de la OIT como empleados, y por lo tanto no tiene en cuenta las condiciones cada vez más precarias de muchos de aquellos con una relación parcial e insegura con el empleo. La proporción de trabajadores a nivel mundial que ganan dos dólares al día o menos se situó en el 25 por ciento en 2014. Sin embargo, la precariedad es particularmente alta en el mundo en desarrollo, donde los trabajadores pobres (que ganan cuatro dólares o menos al día) representan más de la mitad de todos los trabajadores. Casi el 60 por ciento de los trabajadores asalariados en todo el mundo trabajan a tiempo parcial o tienen algún tipo de empleo temporal; Además, más del 22 por ciento trabaja por cuenta propia (a menudo en condiciones extremas)”.

Tales datos son testimonio de una tendencia a la decadencia proporcional del salariado con contrato regular y a tiempo completo en favor de otras formas de relación laboral mucho más parciales, que incluso a menudo se desenvuelven como trabajo impago o semi-impago (semi-salarial o parasalarial), incluyendo aquí también el aumento de la relación laboral esclavista [unos 25 millones de personas fueron reconocidas formalmente como sujetas a trabajos forzados en 2016 [100 estadísticas sobre la OIT y el mercado laboral para celebrar el centenario de la OIT (ilo.org)], aunque algunas otras fuentes más que duplican esa cifra (https://50forfreedom.org/es/esclavitud-moderna/).

Al mismo tiempo, se amplía la autoexplotación y la explotación a través de formas cooperativas y sociales de trabajo (“trabajo autónomo autoorganizado” que viene a suplir la falta de empleo y la retirada del Estado en la protección social).

Ya en 2015 la OIT (“Perspectivas sociales y del empleo en el mundo: El empleo en plena mutación”, en http://www.ilo.org/wcmsp5/groups/public/—dgreports/—dcomm/—publ/documents/publication/wcms_368643.pdf) advertía que el empleo asalariado afectaba sólo a la mitad del empleo en el mundo y no concernía nada más que al 20% de la población trabajadora en regiones como África subsahariana y Asia del Sur. Además, solamente la mitad de esa fuerza de trabajo era asalariada para terceros, previéndose que un 30% del nuevo empleo creado entre 2015 y 2019 sería por cuenta propia o para contribución a la economía familiar (OIT, 2015: 28-30).

No entiendo muy bien cuál es el objetivo de IC al no querer ver todo esto. Máxime cuando reconoce que:

1- La tasa de participación de la población en la fuerza de trabajo mundial ha descendido, efectivamente, alrededor de un 0,1- 0,2% anual desde 1993 hasta 2018. Otro tanto ocurre con la ratio entre empleo y población para los mayores de 15 años, que ha descendido del 61 al 56% durante el período 1991-2022 (pg. 22)

2- La tasa de desempleo mundial creció notablemente durante los años 90 y viene oscilando en torno al 6% anual desde entonces (pg. 22)

3- Más de la mitad de la población trabajadora del planeta se encuentra empleada en el sector informal (pg.23).

Lo cual parece concordar con los análisis nuestros y de otros autores: entre 2009 y 2013, en los países con datos asequibles (que cubren el 84% del empleo global total), sólo un cuarto de los empleados tenía contrato permanente, mientras que una “significativa” mayoría (60,7%) trabajaron sin ningún contrato, y la tendencia es a la pérdida de seguridad que rodea al empleo incluso en las economías de altos ingresos. Como dicen Foster, McChesney y Jonna (2011), la “clase trabajadora informal global” es la que crece a un ritmo más rápido, sin precedentes, convirtiéndose en la principal clase social del planeta

Aunque obviamente todo ello no implique necesariamente un total de “superpoblación relativa”, sí muestra una tendencia crónica preocupante, que los datos de ascenso de asalarización encubren por diferentes razones que la misma IC señala en su página 24:

“Podríamos plantear también, por supuesto, algunas objeciones al cuadro general que emerge de los datos de la OIT: la fiabilidad de sus estadísticas, la reducción global en la media de horas trabajadas por individuo —que sugiere la persistencia de nuevas formas de subempleo desatadas con la crisis pandémica—, la perpetuación de unas tasas de temporalidad relativamente elevadas —estancadas en torno al 32% en los países de altos ingresos— o la progresiva disolución de las fronteras analíticas entre el trabajo formal y el informal.”

Tampoco se entiende qué quieren concluir al mostrar, contra toda lógica capitalista y evidencia social en nuestras sociedades, gráficos de la ILO en los que desciende la vulnerabilidad laboral, y que en realidad el mismo texto de IC deja entrever que son debidos especialmente a las formaciones socioestateles emergentes (por no hablar sobre todo de la mejora de las relaciones laborales en China). 

En definitiva, me parece que lo básico a determinar es dónde nos situamos teórica y políticamente respecto de este proceso. Si, por una parte, sostenemos -mi tesis- que el capitalismo no tiene una proporcional tasa de asalarización correspondiente a sus altas tasas de proletarización, la consecuencia obvia es un exceso de fuerza de trabajo (sobreproducción de fuerza de trabajo) y la consiguiente depreciación de la misma.

También el aumento del despotismo de los mercados laborales, tal como está ocurriendo hoy en la mayor parte del mundo, incluidos los centros del Sistema Mundial capitalista, como el citado autor de IC, Benanav (2022), indica con abundantes datos[5]

Si lo que se quiere es sostener que el capitalismo es capaz de asalarizar “sana” y continuamente a la población mundial proletarizada, ya se sabe lo que se está defendiendo políticamente con ello.

Si el fin de IC, tras todas las piruetas argumentales y gráficas, es sencillamente señalar que el MS exagera con su apreciación de la pérdida de centralidad del trabajo, estaríamos de acuerdo.

No obstante, tal como ello queda formulado en su página 26, precisaría a mi entender de algún comentario:

“Sin embargo, ninguno de estos problemas [los de las recién citadas medidas de la OIT] afecta de manera determinante a la idea básica que aquí venimos examinando; a la idea de que, según preconiza el MS, atravesamos una crisis histórica y sin precedentes de la relación capital-trabajo.”

Efectivamente, matizaría esa conclusión a través de la siguiente explicación, que de paso interpela también al MS como anticipo del Apéndice de este texto.

Primero y principal, en la relación salarial radica la centralidad del proceso de acumulación de capital, y así sigue siendo -como lo hará mientras exista el capitalismo-, pero el problema es que pierde vigor en proporción a la masa total de capital generado, lo que quiere decir que cada vez más parte de este último no se puede reproducir cumplidamente como capital, por lo que busca hacerlo en su forma de simple dinero (que es la razón subyacente básica del disparadero mundial del capital a interés y de sus formas ficticio-parasitarias).

Este es un proceso corrosivo del propio capitalismo, que hasta ahora ha sido compensado por la incorporación de población externa al vínculo capitalista.

Cierto. Si la condición asociada al desarrollo del capitalismo es la entrada de más y más población al trabajo asalariado, hay otra condición lógica subsecuente, que es la de rellenar constantemente la reserva de trabajo listo para ser asalarizado.

Detrás de estos dos procesos se esconden dos necesidades contradictorias de la propia acumulación capitalista. Por un lado, el capital experimenta la necesidad de aumentar el trabajo excedente (plustrabajo) a costa del trabajo necesario (el que realiza la fuerza de trabajo para su propia reproducción como tal, dado que sólo es ese el que cubre el salario), para conseguir más plusvalía, al tiempo que requiere incorporar sin cesar, por otro, nuevo “trabajo vivo” o fuerza de trabajo para proporcionarse la condición de posibilidad ampliada de aquella plusvalía. Dicho de otra forma, si por una parte la materialización de la plusvalía (el plustrabajo) requiere la eliminación del trabajo necesario (y por ende, tendencialmente, de trabajadores/as), por otra, para garantizar la posibilidad de existencia de aquella materialización el capital necesita la incorporación continua de nuevos/as trabajadores/as (una vez desposeídos/as).

Marx lo explica claramente en la última parte de los Grundrisse, y en concreto la contradicción aparece sintetizada en la siguiente frase (1972: 350-351):

“Para poner plustrabajo, el capital, pues, debe poner continuamente trabajo necesario; tiene que acrecentar éste (o sea los días de trabajo simultáneos) para poder aumentar el excedente; pero asimismo debe eliminar aquel trabajo en cuanto necesario, para ponerlo como plustrabajo”.

El resultado de estas tendencias contradictorias entre la incorporación y la expulsión de fuerza de trabajo es un permanentemente renovado ejército de reserva, población supernumeraria lista para ser explotada a discreción, pero que hoy en crecientes números no es aprovechada para ello, no cae bajo la subsunción real del trabajo al capital,                dando lugar a ingentes bolsas de poblaciones marginales, errantes por los caminos del mundo, con multiplicación de largas caravanas de migrantes, proliferación de villas miseria, arrabales de poblaciones desechadas, “bantustanes” donde sobrevive por sus medios o los de sus comunidades (étnicas o de cualquier otro tipo) un creciente ejército sobrante del ejército de reserva laboral global. 

Aun así, el capital necesita de esa continua movilidad absoluta (el paso a proletariado) de la población, mediante la continua desposesión de medios de vida. Todo lo cual, además, es fuente de dominación, dado que el poder relativo del Capital sobre el Trabajo está mediado por el factor de reemplazo de la mercancía fuerza de trabajo que aquél sea capaz de mantener.

La creciente explotación extensiva o extensión de la plusvalía absoluta, así como la multiplicación de nuevo de formas de trabajo por fuera de la relación salarial o sólo muy parcial o tangencialmente conectadas a ella, no debieran ser contempladas bajo la inamovible certeza de que “siempre existieron”, desconsiderando de un plumazo con esa evidencia tipo “boutade” tanto su importancia como su especial significado en esta fase del capital. ¿Por qué no considerar más bien estas características como indicadores de una involución capitalista a sus orígenes, como una carencia suya para seguir impulsando vigorosamente las fuerzas productivas y con ellas especialmente la plusvalía relativa?

Las palabras de Benanav (Henwood, 2023) son bastante claras al respecto:

“Y es cierto que si comparas la tasa de crecimiento de los últimos cuarenta años o así con la tasa de crecimiento de 1870 a 1910, no es tan diferente en la mayoría de los países ricos. Pero creo que esa comparación tiene dos problemas. Uno es que, como dije en mi libro sobre la automatización, creo que las tres últimas décadas del siglo XIX fueron un periodo de lucha de clases realmente intenso. Fue un periodo de grandes conflictos, ascenso del socialismo, pobreza endémica y desempleo. Una época muy turbulenta. Y creo que todos los esfuerzos reformistas que dieron lugar a la edad de oro, por excepcional que fuera, fueron reacciones a las dificultades que experimentó el capitalismo en ese periodo.

    Así que creo que si quieres llamarlo «capitalismo normal» está totalmente bien. Pero entonces deberías reconocer que el capitalismo normal para mucha gente significa crisis, y que en el pasado ese nivel de capitalismo normal ha generado una lucha social bastante intensa. Ahora bien, por supuesto, no hemos visto una lucha social intensa en los últimos cuarenta años. En realidad hemos visto lo contrario. Pero creo que las cosas han empezado a cambiar en la última década. Teorías como la de Robert Brenner o la mía son intentos de explicar por qué está ocurriendo eso”. [Cursivas añadidas].

Concluyamos. Actualizar condiciones de la Primera Revolución Industrial no denota necesariamente “normalidad”, sino que puede leerse como menor capacidad de desarrollar fuerzas productivas-plusvalía relativa-desarrollo social.

Máxime si consideramos que gran parte de los empleos en el actual capitalismo global están sustentados por capital ficticio[6]. Kurz, que es un autor al que he criticado reiteradamente, es sin embargo uno de quienes mejor ha señalado estos procesos:

 “Se fue tornando cada vez más imposible, igualmente para los mayores capitales individuales, refinanciar suficientemente solo con base en las ganancias que eran el retorno de periodos de producción anteriores (…) Existe, por tanto, una enorme diferencia entre la refinanciación del capital por el recurso predominante a una producción de plusvalía ya realizada en el pasado (por ejemplo, bajo la forma de reservas), por un lado, y por el recurso predominante a una producción de plusvalía futura, todavía ni siquiera iniciada y mucho menos realizada bajo la forma del crédito, por otro. (…) Incluso cuando el capital global se va expandiendo alegremente y la masa absoluta de plusvalía crece, se va creando un desfase temporal creciente entre la producción de plusvalía prevista y la que realmente se consigue. El capitalismo comenzó a gastar su propio futuro” (Kurz, 2015: 6-7).

Con todas esas ganancias en buena parte ficticias, es lógico que los indicadores de “crecimiento” todavía den cifras si no “saludables”, al menos aparentemente aceptables. Están adulteradas.  

Por eso, hay que estar muy empecinado en aferrarse a los datos de crecimiento que ofrece un Sistema que es presa de una agudizada espiral de deuda, capital ficticio y “dinero mágico” o inventado para crecer, así como de una obsesiva apropiación de la riqueza social por parte de la clase capitalista (la conversión en mercancía de la riqueza social o de actividades humanas previamente externas a la relación capitalista, supone una cada vez mayor apropiación por menos capitalistas de la plusvalía total generada, y la consiguiente concentración de la riqueza en menos manos o el disparadero de la desigualdad social, pero no aporta nueva savia al Sistema).

                                               ***     

En este orden de razones, el que sólo China se haya mostrado capaz de convertirse en un nuevo centro mundial es muy significativo de la propia debilidad sistémica, debido a la demostración que realiza una economía planificada, con rasgos no estrictamente capitalistas -como economía en transición-, para indicar la salida del atolladero capitalista.

¿No nos preguntamos tampoco cómo es posible crecer indefinidamente, por ejemplo para aumentar sin cesar la masa de ganancia ante la renqueante cojera de la tasa de beneficio, en un mundo con menguantes recursos? ¿Eso tampoco se ve como dificultador de la reproducción ampliada del capital?

Es quizá la inquebrantable confianza en la “marcha triunfal” del capital lo que hace a IC, como a bastantes otras organizaciones y autores que se dicen marxistas, convencerse, contra toda evidencia, de la buena salud de las por ellos llamadas “clases medias”.

Así dicen en su página 25:

“Por debajo de las oscilaciones temporales producidas por las dos grandes recesiones de este siglo, parece que las condiciones materiales de vida de las «clases medias» occidentales siguen distando mucho de ningún tipo de «proletarización» generalizada. Así pues, hablar del «hundimiento del nivel de vida de amplios sectores de la población trabajadora a nivel internacional» tiene sentido únicamente cuando consideramos la realidad del Tercer Mundo, pero se convierte, sin embargo, en una generalización injustificada cuando tratamos de aplicarla también a los países ricos. El relativo estancamiento de la situación económica de la aristocracia obrera y la erosión de ciertos servicios asociados al Estado del bienestar suscita, en efecto, un empobrecimiento relativo de la población trabajadora, pero no tanto —y desde luego no todavía— nada semejante a una proletarización masiva”.

Primero, ¿qué significado tiene el proceso de proletarización para el MS?, ¿sinónimo de desempleo o de empleo altamente precario?,  ¿de pobreza? Pero la proletarización no es sino el resultado de la desposesión histórica de los medios de vida (medios de producción) que ha padecido el conjunto de las poblaciones bajo el capitalismo, y por tanto de la obligación de asalarizarse para poder subsistir. La absoluta mayor parte de los seres humanos del mundo hoy son ya proletarios (con unas poblaciones campesinas remanentes -no las supuestas “clases medias” de las formaciones centrales- en proceso de serlo).

Aun así, y tirando por donde el texto de IC quiere ir, hay que decir que hoy es más que evidente el crecimiento no sólo de la desigualdad sino de la falta de la capacidad de autorreproducción de la fuerza de trabajo, eso que llaman “pobreza”.

En su informe sobre la participación de los salarios en el producto nacional, la OIT anunciaba en 2012 (“Tendencias mundiales del empleo 2012. Prevenir una crisis mayor del empleo”, en http://www.ilo.org/public/spanish/region/eurpro/madrid/download/tendenciasmundiales2012.pdf) que en 16 economías de capitalismo avanzado la participación salarial media decayó del 75% del producto nacional en mitad de los años 70, al 65% en los años justo anteriores a la crisis de los años 2000, volviendo a decaer a partir de 2009. En otras 16 economías “en desarrollo” o “emergentes” estudiadas, el informe señala que esa participación media de los salarios cayó del 62% del PIB en los primeros años 90, al 58% justo antes de la actual crisis. En el ya citado informe de 2015 la OIT señalaba que la pérdida de salarios ascendía a 1 billón 218.000 millones en todo el mundo, a consecuencia de la brecha entre salarios y productividad.

Si tenemos en cuenta que el salario es el principal elemento de distribución de riqueza en el mundo capitalista, podemos deducir la significación social de estos datos, especialmente por lo que a desigualdad se refiere.       

Por lo que toca a “las clases medias” (que no tienen real traducción marxista en el sentido que parece darles IC), uno de los investigadores que más ha incidido sobre este asunto, Milanovic (2006), además de recalcar esa progresión desigualitaria, tras seguir un minucioso método de ponderación concluye indicando la extendida y a todas luces peligrosa pérdida de importancia de las clases medias al nivel mundial, incluidas las formaciones centrales del sistema capitalista: en el año 1998, bastante antes de la aparición del estallido capitalista de 2007-2008, sólo el 6,7% de las personas del mundo percibían ingresos que las situaban entre la clase media mundial (2006: 171). Eso a pesar del contrapeso que una vez más ha ejercido China sobre esa decadencia.

En definitiva, y a la postre, las claves teóricas que queramos manejar tienen repercusiones práxicas y estratégicas. Definen nuestras políticas (en eso sí que estamos de acuerdo con la afirmación que IC hace al principio tomando como referencia a Lenin: «un milímetro de diferencia en la teoría se transforma en kilómetros de distancia en la política»).

Si decimos que el capitalismo cursa adecuadamente, tanto en tasa de ganancia como en crecimiento o masa de ganancia, lo más fácil de esperar es que pensemos que un nuevo ciclo de acumulación y un nuevo régimen de acumulación tipo keynesiano son factibles, y por tanto veamos congruente luchar por conseguirlo, e incluso apoyar a aquellas opciones socialdemócratas que pretenden mejorar el capitalismo para supuestamente (volver) a hacerlo más humano (muchas de estas opciones políticas reniegan apenas de la expresión neoliberal de este modo de producción, pero confían en que puede ser reformado hacia una nueva vía de “bienestar” y “desarrollo”, por no hablar ya de “democracia”, a la que ven perfectamente compatible con los principios del valor-capital). También nos permite instalarnos cómodamente en nuestro “chiringuito” asociativo, impotente para transformación alguna -pero en el que nos sentimos los más agudos y certeros críticos del Sistema-, sin hacer nada por sumar fuerzas, por confluir con las distintas expresiones del movimiento comunista de la humanidad, dado que no vemos la urgencia de hacerlo en un capitalismo al que atribuimos recorrido para largo.

Por el contrario, si señalamos su actual Crisis Sistémica (no como una crisis más dentro del capitalismo sino como un capitalismo en crisis), con todas sus evidencias de degeneración, y sobre todo y si, como subyaciendo a todo ello, nos fijamos en la evidente caída de la tasa media de ganancia, tendremos el factor explicativo clave de la oxidación o deterioro del capitalismo, con las consecuencias recién mentadas y otros muchos procesos negativos más[7].

Por eso sí que es imprescindible discrepar de esta afirmación a mi entender antimarxista de IC, que aparece en su pg. 12:

“no es autoevidente que la caída de la tasa de ganancia deba manifestarse en el curso de la acumulación capitalista, ni, mucho menos, que deba constituir el motivo fundamental de la crisis estructural de este modo de producción. En realidad, el intento de ligar este descenso tendencial con un aumento en la composición orgánica del capital y formularlo, además, como una ley ineluctable contra el trasfondo de unas medidas contrarrestantes ni siquiera examinadas, siembra grandes dudas sobre la existencia de una ‘ley’ estricta para la tasa de ganancia.”

Tampoco, a mi juicio, es acertada su conclusión, aunque contenga algo de cierto:

“La crisis estructural del capitalismo, que amenaza con cerrar un ciclo histórico de varios siglos de acumulación —un ciclo basado, concretamente, en la explotación internacional y una apropiación polarizada de la riqueza social—, no procede del estancamiento industrial, de la automatización o de la pérdida de centralidad del trabajo, sino, precisamente, de la crisis del imperialismo como modelo dominante de acumulación”, p.27-28

Conclusión a buen seguro derivada de su tesis luxemburgiana, que formulan en su pg. 26 a través de una cita de Edwards. 

“El imperialismo puede resistir exactamente tanto tiempo cuanto tenga pueblos ‘subdesarrollados’ a los que sobreexplotar, cualquiera que sea la forma que tome dicha actividad en nuestra época o en el futuro”.

Tesis que IC reitera en su pg. 27:

“Si, tal y como sugieren los autores aquí examinados, ni Estados Unidos ni China se encuentran en condiciones de reiniciar el ciclo de acumulación capitalista a escala mundial, ello tiene menos que ver con un exceso de capacidad industrial que con la reducción de los flujos de riqueza que, hasta hoy, venían sustentando al capitalismo; es decir, de los obtenidos mediante la explotación imperialista”.

Los crecientes obstáculos que encuentra el imperialismo tienen, efectivamente, su importancia, -además de que con ello se limita la posibilidad de que se vaya incorporando nuevo trabajo a escala sistémica dentro de las dos tendencias que anunció Marx (eliminación y nueva incorporación)-, pues la irrupción de un Mundo Emergente y la decadencia del Sistema Imperial Occidental van dificultando la extracción de plustrabajo por parte de las formaciones centrales respecto de las periféricas (con la consiguiente disminución de sus transferencias de riqueza hacia los centros imperialistas). Sin embargo, ese flujo dista bastante de que todavía sea escaso ni de que su fin sea inminente. Esa no es la base de degeneración del Sistema capitalista, sino, insisto una vez más, con Marx, la insuficiente generación de nuevo valor en los procesos productivos.

Reitero también, para terminar, que con la importancia que con ello otorgo a la LCTTG no quiero decir, y que esto quede bien claro de una vez, que necesariamente este modo de producción vaya a expirar de forma inmediata (la fatalidad es enemiga de la dialéctica). Desgraciadamente al capital le quedan salidas. La guerra, la desvalorización de capital mediante la propia Crisis -destrucción de capital instalado y de capital obsoleto-, la deslocalización, nuevos nichos para la acumulación, la acentuación de la explotación humana, el abaratamiento del capital constante, la apropiación de la riqueza colectiva, entre otras posibilidades, le han permitido en el pasado retomar la acumulación y emprender renovados ciclos de expansión. Lo que ocurre es que con el creciente desarrollo de las fuerzas productivas, a cada nueva obstrucción del ciclo de acumulación, la dimensión de la destrucción, la explotación, la apropiación de recursos, la desposesión y la guerra tiene que ser mayor, podríamos decir que de dimensiones ciclópeas si no apocalípticas.    

No prepararse ante ello, pensando en la “normalidad” histórica de todo lo que sucede, sin un correcto análisis de fase o de etapa, hace roma toda intervención política, en el mejor de los casos. No estar listos para combatir la Guerra Total en curso y las dinámicas de Apropiación y Destrucción planetarias, debido a la fe en el avance del capital y en su “aceptable” estado de salud, nos hace, además de cómodos críticos más o menos inteligentes del Sistema, inservibles políticamente. Inofensivos a los ojos del propio capital (que por eso mismo puede permitirse fácilmente nuestra existencia).

Y es que a la postre, como vemos, unas u otras interpretaciones sobre la CTTG (“la más importante ley de la economía política capitalista”) son susceptibles de motivar diferentes perspectivas políticas, programáticas y estratégicas.

Pero tampoco pensar que el capital está definitivamente acabado, sin más, o que su declive conducirá al mundo feliz, parece que otorgue la posibilidad de erigir sujetos antagónicos con capacidad superadora de este cada vez más dañino modo de producción. Lo vemos en el Apéndice.

APÉNDICE

Sobre la centralidad o no del trabajo en el MS

Respecto de este punto coincido con las apreciaciones del texto de IC, y en concreto en lo dicho en su pg. 16:

“la acumulación de capital tiene como premisa necesaria la extracción de un valor excedente obtenido mediante el empleo de trabajo vivo: la plusvalía. Bajo este punto de vista, el trabajo no ha perdido un ápice de su centralidad”.

En el nº7 (de julio de 2020) de la revista Arteka, de Gedar, publicación digital del Movimiento Socialista del País Vasco, se encuentran algunas indicaciones de lo que puede ser la concepción del MS al respecto de lo aquí tratado sobre la centralidad del trabajo.

En función de lo allí escrito por la pluma de Kolitza, algunas aseveraciones parecen hacer gala de una “prematuridad histórica” o traslación al presente de lo que podría ser en un futuro, y que se trata como si ya fuera. La principal, núcleo básico de la que entiendo su propuesta teórica, aparece en la página 16 del nº 7 de Arteka:

“la pérdida de centralidad del trabajo vivo en el proceso del metabolismo social está creciendo exponencialmente y ya rebasa barreras históricas, poniendo en crisis sistémica a la moderna sociedad burguesa tal como esta se organiza a sí misma”

Previamente al autor lo había desarrollado de la siguiente manera:

“El Capital, entendido como relación social, como dinámica de acumulación global exponencial de poder de mando sobre el trabajo vivo, pierde fuelle a la hora de dinamizar el proceso histórico social. Su base económica, antaño basada en la producción de plusvalías, está desapareciendo; y su aparato de relaciones sociales ahora consiste más bien en una guerra de unidades empresariales y sobre todo financieras que aparentan ‘producir’, cuando en realidad sirven exclusivamente para participar en el reparto, en la distribución del producto social global, ahora principalmente tecnológico” (pg. 15).

Y antes aún:

“La política financiera de ofensiva que se viene desarrollando durante los últimos diez, sino veinte años, se enmarca en la derivación de la crisis capitalista de producción en una transformación estructural de la economía hacia una nueva economía de distribución crecientemente desigual, de producción casi nula, y de centralización reaccionaria de capitales” (pg.12).

Donde más se ve esa prematuridad histórica es en los siguientes pasajes:

“la estrategia de desvalorizar la economía es inversamente proporcional a la estrategia de aumentar el peso específico que en ella tiene la élite financiera” (pg. 20).

“El motivo de esta generalización de saqueo de la burguesía financiera a la burguesía productiva, de los directivos a sus propias empresas, de los accionistas principales a los accionistas menores, y de los banqueros a los empresarios, es tan simple como que ya no renta la producción” (pg. 20).

Obviamente, todo esto podría darse por válido sólo si concebimos que el capitalismo está licuándose, para dar paso a otro modo de producción. Así parece asegurarlo Kolitza:

“en su defecto, y al haberse cronificado ya el estancamiento, el capitalismo está mutando de una formación social ‘autónoma’, es decir, sostenida en sus propias leyes históricas, a una formación social en vías de transición, en la que el modo de producción capitalista no ha desaparecido, pero va perdiendo su papel hegemónico” (pg.15).

Sin embargo, el asunto queda menos claro cuando leemos otros textos dentro del mismo número de Arteka – Gedar.

Así, por ejemplo, en la página 38, Gallastegui no parece precisamente seguir la línea de Kolitza: 

“Muchos hablan de la Industria 4.0 como un conjunto de tecnologías: fabricación aditiva, ciber seguridad, computación en la nube, Internet de las cosas, robótica colaborativa, realidad virtual y aumentada, Big Data y analítica… Lo cierto es que todas estas tecnologías están implicadas en la transformación hacia la nueva era industrial, pero tras todas ellas existe un fin común: la optimización de los procesos productivos para la extracción de mayor plusvalor.”

¿O sea, que todo está orientado para una gran extracción de plusvalor con las tecnologías de la Cuarta Revolución Industrial?  En la página 44 el autor enreda aún más la cuestión:

“Como ocurre con todos los avances tecnológicos en la industria, el objetivo es el incremento del plusvalor mediante la reducción de la fuerza de trabajo necesaria para la producción de mercancías”

¿Se refiere, entonces, a la extracción de una superplusvalía relativa de la cada vez más menguante fuerza de trabajo vivo?

Quien a todas luces contradice abiertamente a Kolitza en el número que tratamos, es García-Salmones. Veamos estas dos joyas declarativas suyas de la página 48:

“en mi opinión muy posiblemente todavía queda un ciclo largo de acumulación, hacia un horizonte límite de 2050-60, sobre la base de posibilidad de la proporcionalidad entre la masa de ganancia necesaria para mover la siguiente expansión, – incrementada por la incorporación en secuela toyotista gradual pero masiva del proletariado de India y África -, la tasa de ganancia todavía posible, quizá de un 5-10% de media mundial, y la cuota de explotación no autodestructiva alcanzable por la vía de la optimización radical del Trabajo Útil”.

“No es cierto que en el modo de producción capitalista el Trabajo Objetivado niegue determinísticamente de forma estructural y absoluta al Trabajo Vivo; se combinan dialécticamente.”

En suma, a partir del número de la revista de Gedar que toma como referencia IC, es muy difícil precisar la postura del MS sobre la centralidad del trabajo. Más bien parece albergar posiciones contradictorias, al menos según están ahí expresadas.

Por mi parte, como es obvio en función de lo que vengo sosteniendo teóricamente, comparto la llamada de atención del MS sobre las crecientes dificultades que encuentra el capital productivo para valorizarse, paro es a todas luces anacrónico decir que “ya no renta la producción”. También concuerdo en señalar el deterioro de la capacidad de asalarización del modo de producción capitalista y, en general creo que coincidimos en que la sobreacumulación de capital le va minando por dentro, muy posiblemente propiciando que se inicie con ello por parte de las elites una interfase, ya no 100% capitalista, mientras se gesta otro modo de producción que haga redundante a la mayor parte de la humanidad; aunque hoy todavía estamos apenas atisbando esas posibilidades, y desde luego no creo que mientras el capital perdure, aunque la relación del trabajo abstracto fuera perdiendo importancia proporcional, deba expresarse como “pérdida de centralidad del trabajo”, no sólo porque es teóricamente incorrecto expresarlo así, sino por la confusión política a la que puede llamar.

Sea como fuere, lo que me parece vital es tener clara la degeneración de este modo de producción, la cada vez más palpable imposibilidad de reformarlo, con todas sus consecuencias o implicaciones catastróficas, y con ello la necesidad de luchar por un modo de producción superior, por emprender el largo proceso de construcción del socialismo como única posibilidad de vida digna, e incluso de supervivencia, de la humanidad.

Sobre el tema del Estado y su necesidad histórica para esa transición, lo dejaré para una próxima conversación teórica con el MS.

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NOTAS

[1] Esa “ley tendencial” está correlacionada con la composición orgánica del capital (proporción de capital constante por unidad de capital invertido en la producción), el numerador marxiano que no alcanzan a entender los keynesianos ni al parecer algunos marxistas, y que es resultado del hecho que a medida que la pulsión por mejorar la productividad obliga a incrementar la inversión en capital constante, crece la tensión al alza sobre la composición del capital. Esta composición puede medirse como el coeficiente capital-producto, esto es, c/(v + pv) [donde c es el capital constante, v es el variable y pv es la plusvalía]. Pero para calcular la ganancia (g), la c la pasamos al denominador. Entonces, a partir de la fórmula g = pv/(c + v), la ganancia puede crecer indefinidamente siempre que la tasa de explotación tienda a infinito [todo el valor nuevo tendería a ser plusvalor (vn = v + pv → pv)]. Algo difícil de imaginar indefinidamente, al igual que ocurre con el resto de los pasajeros factores contrarrestantes que enunció Marx. Siendo esa dificultad mayor si tenemos en cuenta que cada vez se necesita más capital constante para generar plusvalor en escala decreciente del cada vez menor tiempo de trabajo necesario que va quedando según avanza la incorporación tecnológica a los procesos productivos y la consiguiente intensificación de la plusvalía relativa. 

   “Al margen de los debates teóricos, siempre ha existido una crítica, realizada desde los enfoques más ortodoxos de la economía, acerca de la validez de estudios empíricos de las teorías marxistas. Frente a esta demanda, es precisamente esta nueva interpretación la que aporta un importante trabajo empírico en la última década, donde ha conseguido obtener datos sobre la Tasa de Ganancia, la Tasa de Plusvalía, la Tasa de Acumulación y la COC, que les permiten avanzar en los análisis sobre las crisis y los ciclos en el capitalismo. Estos análisis empíricos no están exentos de problemas. Entre los que se destaca la dificultad de compatibilizar las categorías marxistas con la contabilidad de los países capitalista; de ahí que gran parte de los autores realicen sus trabajos sobre el caso nacional de EE. UU.12 :“Most empirical work up to now has been concentrated on measuring the US rate of profit and trying to get a measure that is close as possible to Marxist categories, i.e. à la Marx” (Roberts), debido a la importante base de datos que se puede encontrar sobre las cuentas nacionales de este país. La importancia de la actual crisis ha venido de la mano de la realización, por parte de los autores marxistas, de un buen número de trabajos en los que se ha podido probar la capacidad explicativa de la LTDTG, entre los que podemos destacar los de Valle, Freeman, Izquierdo, Harman, Carchedi, Roberts, Kliman y Carchedi y Roberts, desde la óptica temporalista. Y desde la NI, los trabajos de Husson, Tapia y Astarita, y Dumenil y Levy.   

(…) De forma más acotada, antes de la crisis actual, Carchedi y Roberts encuentran que para EE. UU., entre 1997 y 2008, la Tasa de Ganancia cayó un 12%, a la vez que COC crecía un 22%; en cambio, la Plusvalía creció únicamente un 2%. Esto demuestra empíricamente todos los pasos que caracterizan la LTDTG, con un crecimiento de la COC, un incremento o estancamiento de la Plusvalía como consecuencia de los límites que presenta, y por último, una caída en el largo plazo de la Tasa de Ganancia. Además, Carchedi y Roberts, Freeman, y Kliman observan que la capacidad explicativa de la COC respecto al descenso de la Tasa de Ganancia estaba en torno al 60%. De manera similar, Izquierdo encuentra que cerca del 78% de la caída de la Tasa de Ganancia en dos periodos distintos (entre 1928-1973 y 1974-1983) se explicaría por el incremento de la productividad. No hay que olvidar que no se identifica el inicio de la crisis únicamente con una caída prolongada de la Tasa de Ganancia, sino cuando esta provoca un estancamiento o caída de la Masa de Ganancias. Precisamente esto es lo que Carchedi y Kliman encuentran para EE.UU. entre 2006 y 2009, con una caída de 10 puntos porcentuales.” (Martín, 2016: 53-54; las referencias bibliográficas del autor han sido aquí omitidas).

     Según Maito (2013) en las formaciones de capitalismo avanzado la tasa media de ganancia cayó de algo más del 40% en 1869, a poco más del 10% en 2009. Y la tasa media de ganancia mundial pasó de 31% en 1950, a cerca del 18% en 2008.

[2] “Una de las aportaciones más relevantes, influyentes y, al mismo tiempo, controvertidas de El capital de Karl Marx es la llamada ley de la caída tendencial de la tasa de ganancia (LCTTG). Esta proposición plantea una concepción completamente heterodoxa y crítica del capitalismo porque revela la contradicción esencial irresoluble que caracteriza a este modo de producción. Por esa razón, ha sido sistemática y frontalmente rechazada por todas las corrientes de pensamiento económico ortodoxas, ya que supone la completa negación de cualquier pretensión de concebir un capitalismo estable, armónico y libre de crisis, así como de cualquier estrategia de gestión progresiva del sistema por parte del Estado. El rechazo de la LCTTG por parte de las escuelas que se afanan en naturalizar, legitimar y defender el capitalismo es comprensible. Sin embargo, llama más la atención que esta ley sea también rechazada por algunos autores que se autodefinen como marxistas” (Del Rosal, 2024: 61).

[3] Como quiera que toda producción humana está enmarcada por las relaciones sociales en que se halla (la forma que la determina), no se puede dejar de partir para su análisis de tal determinación (de su relación con el valor, en nuestro caso). En el modo de producción capitalista, el trabajo productivo se define y sustenta a partir de un elemento objetivo como el ciclo de valorización del capital, lo que significa que será la ubicación de cada trabajador/a en este proceso la que definirá el carácter de su actividad. Aunque en realidad, la forma asalariada y el carácter mercantil de la actividad son exigencias necesarias mas no suficientes para el carácter productivo del trabajo en términos del capital social o del conjunto de la economía. Para los propósitos de explicación de este texto resumiré diciendo que trabajo productivo (y por extensión “capital productivo”) desde el punto de vista del todo social es aquel que no sólo produce plusvalía, sino que además produce nuevo valor. Esto es exclusivo del capital industrial (los otros capitales no hacen sino apropiarse de parte de la plusvalía obtenida por él a través del trabajo no pagado). A falta de espacio para desarrollar este punto aquí, remito a mi elaboración teórica al respecto, que intenta seguir la de Marx, y es deudora de la del Observatorio Internacional de la Crisis (Piqueras, 2022 -capítulo 4.3-, y 2024a).

[4] Este autor señalaba también que: “una razón por la cual [en EE.UU.] no tenemos fábricas de robots es porque alrededor del 95 por ciento de los fondos para la investigación en robótica han sido canalizados a través del Pentágono, que está más interesado en desarrollar drones sin pilotos que en automatizar fábricas de papel” (Graeber, 2012: s/n)

 [5] Allí dice que las consecuencias de la crisis no se han reflejado tanto en un crecimiento del desempleo absoluto como en un sorprendente aumento de diferentes modalidades de subempleo (informalidad, jornadas parciales, trabajo no productivo, etc.), que traen aparejado un aumento de la desigualdad con la expansión de trabajos mal pagados que se presentan como un destino inevitable ante la alternativa de la cesantía, generando además una población sobrante cada vez más numerosa que no parece tener cabida ni alternativa de supervivencia a largo plazo en el capitalismo.

Efectivamente, la precariedad laboral resultante es del todo patente en aspectos como: a) la temporalidad laboral; b) la importancia de las modalidades de trabajo sin relación contractual y a menudo tampoco salarial; c) la creciente extensión de la figura de los “falsos autónomos”; d) la enorme dimensión de la economía sumergida (alrededor de un cuarto del PIB español, por ejemplo); e) las peores condiciones laborales en relación a aspectos como los bajos salarios, el desajuste entre la formación adquirida y el puesto de trabajo desempeñado, la prolongación de la jornada laboral (a menudo sin compensación económica) y la flexibilidad horaria, así como la elevada incidencia de la siniestralidad laboral; f) el menor acceso a la protección social; y g) una tutela colectiva debilitada por el recorte de los derechos protegidos por las normas internacionales de trabajo, incluidas la libertad sindical, la negociación colectiva y la protección contra el acoso y la discriminación [ver lo que los propios agentes del capital dicen al respecto en “Tendencias del empleo en el mundo” Así será el futuro del empleo en la era de la IA, la sostenibilidad y la desglobalización | Foro Económico Mundial (weforum.org)  The Future of Jobs Report 2023 | Foro Económico Mundial (weforum.org)]. Todo lo cual no puede sino ser visto como una creciente expulsión parcial de la fuerza de trabajo, tal como indico en el cuadro 1, que se combina más y más con la expulsión total de la misma.

[6] Frente a esa falta de rentabilidad, cada vez mayor parte del capital vuelve (“involuciona”) a su forma simple de dinero, porque la sobreacumulación se resuelve a través de la forma monetaria del capital, el capital portador de interés y sus formas ficticias. 

Esta dinámica hace del parasitismo especulativo o de la especulación parasitaria un componente cada vez más importante del sistema capitalista mundial (que por supuesto incluye también la hipertrofia militar, la narco-economía y el consumo suntuario de las élites globales, entre otras de sus excrecencias)[6].

Esto es a todas luces chocante para el funcionamiento estrictamente “capitalista” (conversión del dinero en capital a través de la continua creación de nuevo valor como plusvalor). Recordemos que Marx ya señaló el predominio de las formas mercantil y monetaria del capital en el final de la Edad Media. Con el desarrollo de la forma productiva, ésta pasa a ser determinante en el modo de producción capitalista. Sin embargo, hoy se está invirtiendo ese proceso, al ser la forma monetaria, en su modalidad de capital a interés y sus correspondientes expresiones ficticias, la que adquiere más y más protagonismo. Pero si en el capitalismo el capital a interés no puede existir sin el capital productivo -sin mantener una proporcional dimensión respecto a la masa del mismo-, podemos calibrar lo que significa la disparatada escalada exponencial de capital monetario (cada vez más ficticio) existente en esta fase del capital.                            

Recordamos también en este punto, que el capitalismo se desenvolvió como medio de producción frente al rentismo tardofeudal [Ese rentismo estaba expresado por medio de la renta de la tierra y del interés. El capitalismo tuvo que sobreponerse a ambos, además de luchar secularmente contra las poblaciones que, entre otros objetivos, intentaban evitar su propia conversión en “fuerza de trabajo”. El parasitismo financiero (que comprende a un tiempo la renta y el interés) ayuda hoy al capital productivo a aplastar la oposición del factor Trabajo, pero al tiempo le va minando por dentro. Cuando el capitalismo tuvo sus momentos de despegue a mitad del siglo XIX y en los “Treinta Gloriosos” del XX, es cuando el capital industrial más contrarrestó al capital rentista, de tal manera que la dinámica de crecimiento llegó a estar asociada por Keynes con el “suicidio del rentista”. No hay posibilidades de viabilidad a medio plazo, en cambio, para un capitalismo bajo estas marcadas características especulativo-rentísticas (donde el capital-productivo va perdiendo peso en el conjunto de ganancias ¿capitalistas?)].

[7] En Piqueras (2024a y 2024b) he explicado y documentado que correlativamente a la obstaculización de la tasa de ganancia, se resiente, por ejemplo, la inversión productiva, el empleo industrial, la productividad y la reproducción ampliada del capital.

Andrés Piqueras

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LA UNIÓN EUROPEA: UN PROYECTO DE EE.UU. CONVERTIDO EN BRAZO POLÍTICO DE LA OTAN

   

A principios del siglo XIX el canciller austriaco von Metternich había propuesto la necesidad de instaurar un Concierto Europeo supranacional, por encima de los intereses de cada Estado, como método de defensa común contra las revoluciones. Las diferencias entre el Viejo Orden y el Nuevo que se iba asentando, lo impedirían en la práctica. Fuera de ello, la idea de una Europa Común ya en el siglo XX en realidad no es europea sino estadounidense. La estrategia de Washington tras la Segunda Guerra Mundial para asegurarse su dominio del mundo capitalista estuvo basada en la apertura de los mercados de trabajo europeos a su capital, y de los mercados en general a sus bienes industriales. Algo en lo que se empeñó muy especialmente y obtuvo de la Alemania vencida, a la que impuso la total apertura de su economía a las mercancías norteamericanas y a su inversión externa directa. Después presionó para una integración de la Europa Occidental a través de tratados que garantizasen la apertura de la economía de cada país a las mercancías de los demás. De esta forma, desde su base alemana, los capitales industriales norteamericanos tendrían a su alcance la totalidad de mercados de la Europa Occidental. Durante cerca de 30 años EE.UU. lideró indiscutiblemente el espacio político y económico unificado en que había convertido al hasta entonces conjunto disperso de potencias capitalistas. Sin embargo, a partir de los años 70 del siglo XX EE.UU., tras desatar la segunda “globalización” (la primera había sido emprendida entre el último cuarto del siglo XIX y el primero del XX), inicia la carrera hacia el liderazgo mundial, rompiendo las reglas del juego con sus antiguos “socios” y financiarizando los entresijos económicos internacionales.

Es por ello que Europa se ve forzada a buscar su reacomodo ante la falta de reglas y el uso de la fuerza militar a conveniencia que presidirán la nueva dinámica hegemónica norteamericana tras la caída del Este.

Las clases dominantes europeas han ido dando los pasos pertinentes para aproximarse al modelo capitalista norteamericano (el más proclive a lo que se ha conocido como “capitalismo salvaje”). Desde el Tratado de Maastricht de 1992 a la Cumbre de Lisboa de 2001, el rosario de cumbres y acuerdos o tratados que salpican esos 10 años responde a un cuidadoso plan de desregulación de los mercados de trabajo (lo que significa la paulatina destrucción de los derechos y conquistas laborales), de liberalización económica (en detrimento de la intervención de carácter social de los Estados y en beneficio del papel que éstos juegan a favor del gran capital), y de ruptura unilateral, en suma, de los “pactos de clase” que habían mantenido el equilibrio social en la larga postguerra europea, extremando e adelante las desigualdades tanto intra como intersocietales entre los países de la Unión.

La UE se ha venido conformando, pues, como la mayor expresión del capital oligopólico transnacional “financiero”, una vía para puentear los parlamentos y las instituciones locales, sustrayendo las decisiones e intereses del Gran Capital a las luchas de clase a escala estatal que forjaron las distintas expresiones nacionales de la correlación de fuerzas entre el Capital y el Trabajo. Se trata de una construcción supraestatal destinada a mantener relaciones de desequilibrio entre sus partes, un sistema deficitario-superavitario diseñado para trasvasar riqueza colectiva de unos Estados (la mayoría) a unos pocos (sobre todo Alemania y su “hinterland” centroeuropeo), especialmente mediante el mecanismo de la moneda única.

Constituye el mayor ejemplo mundial de institucionalización del neoliberalismo al nivel de un continente entero. Si la “Europa socialdemócrata” fue la mayor manifestación del reformismo capitalista cuando éste todavía impulsaba con vigor el desarrollo de las fuerzas productivas, hoy la Unión Europea es el primer experimento de ingeniería social a escala regional o supraestatal en favor de la institucionalidad de las estructuras financieras de dominación.

Supone en sí un cuidadoso plan de desregulación social de los mercados de trabajo y de las condiciones de ciudadanía, que se dota de todo un conjunto de disposiciones y requisitos, de toda una institucionalidad concebida y conformada para ser irreformable (pues requiere de unanimidades casi imposibles para que no sea así).

Se inspiraba la UE en la idea del “constitucionalismo económico” de finales de los pasados años 70, y desarrollada en los años 80 por la flor y nata del neoliberalismo (Buchanan, Milton Friedman, Hayek…) para restringir los poderes económicos, monetarios y fiscales de los gobiernos, “evitando que los gobernantes de turno pudieran tomar decisiones circunstanciales”, según su jerga, y que no quiere decir sino que tales decisiones pudieran estar influidas por las luchas populares. Se trataba, por tanto, de establecer determinados principios obligatorios, inamovibles, fuera quien fuese que llegara al gobierno en cada país. 

Pero un derecho petrificado deja ser útil no sólo para las clases populares, sino llegado un punto también para la propia clase capitalista. Así cuando ésta ha querido aumentar aún más el grado de explotación social y ambiental o la “financiarización” de las economías, ha tenido que recurrir a puentear a la propia UE, creando nuevas instancias de eso que ellos llaman “gobernanza”, en definitiva, estructuras de poder dual respecto de la Unión. Así, por ejemplo, el Tratado de Estabilidad, Coordinación y Gobernanza de la Unión Económica y Monetaria, para consolidar la penetración financiera de los Estados, y el Mecanismo Europeo de Estabilidad, para asegurar los Programas de Ajuste Estructural que garanticen el pago de las deudas en favor del gran capital a interés global acreedor y en detrimento de las condiciones sociales, laborales y, en conjunto, de “seguridad social”, de las poblaciones de los respectivos Estados –réplica de los Tratados de Libre Comercio que el Imperio Occidental aplicaría al resto del mundo- (ver sobre estas cuestiones, Albert Noguera, El sujeto constituyente. Entre lo viejo y lo nuevo. Trotta. Madrid). De hecho, si hace falta, se modifican las propias constituciones, de manera que sea “anticonstitucional” intentar cambiar la falta de soberanía nacional, como el tándem PP-PSOE demostró al meter mano al artículo 135, subordinando los derechos sociales reconocidos en la constitución española al pago de la deuda externa.

Ese complicado entramado de blindaje va, por tanto, de la mano de un sistemático debilitamiento de las capacidades de regulación social expresadas a través del Estado, para debilitar todas las opciones democráticas que las poblaciones pudieran conseguir para defenderse. La des-substanciación de las instituciones de representación popular está garantizada desde el momento en que las decisiones parlamentarias estatales quedan subordinadas a los marcos dictatoriales dados por la UE sobre inflación, déficit presupuestario, deuda pública o tipos de interés, por ejemplo.   

Pero el Eje Anglosajón (EE.UU. + Inglaterra) más la Red Sionista Mundial obligan a Europa a ir más allá en su (auto-)destrucción.

Autodestrucción forzada de Europa

“Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos ha apostado por la integración militar, política y económica de los países de Europa y Japón en un bloque que controla. A través de la estructura OTAN+, Estados Unidos se aseguró un dominio militar completo dentro del grupo imperialista, desplegando muchas bases militares en países derrotados en la Segunda Guerra Mundial, como en Japón (120), Alemania (119) e Italia (45). Esta última alberga a más de 12.000 militares estadounidenses.     Tras la caída de la Unión Soviética y la posterior reunificación de Alemania, la burguesía alemana codiciaba los mercados y la energía de bajo coste de Rusia. Deseaba establecer lazos económicos con Rusia, pero sólo mientras ellos y sus compatriotas franceses pudieran mantener su dominio sin trabas del proyecto europeo, que habían mantenido desde la Segunda Guerra Mundial. Esto significaba establecer dichos lazos, pero excluyendo a los dirigentes políticos rusos de cualquier participación en pie de igualdad en los asuntos, decisiones o estructuras políticas de Europa. A su vez, la estrategia estadounidense había consistido en evitar cualquier relación estratégica entre Rusia y Alemania, ya que su fuerza combinada crearía un formidable competidor económico en Europa.” Hiperimperialismo: Una nueva etapa decadente y peligrosa (thetricontinental.org)

En realidad, este objetivo forma parte del Eje Anglosajón desde el siglo XIX: impedir a toda costa, y digo a “toda costa” con lo que eso significa (asedio, ofensivas económicas y diplomáticas, guerras mundiales, guerra hoy en Ucrania, voladura de los conductos gasíferos, golpes de Estado…), que Eurasia pueda constituirse en una entidad política, geoestratégicamente entrelazada. Eso sería el fin de la dominación anglosajona del mundo.

Ahora bien, ¿por qué la clase capitalista industrial alemana acepta hoy que le corten el cuello?

Para empezar, hay que insistir en que Alemania es un país ocupado militarmente por EE.UU., con miles de tropas y armamento nuclear.

En segundo lugar, hay que tener en cuenta eso que se ha llamado “financiarización de la economía” dentro del capitalismo actual, y que no es sino una alusión a la importancia que cobra la forma autonomizada del capital dinero como capital a interés ficticio en la dinámica de acumulación del capital, lo que supone que las finanzas pasen de jugar un papel importante pero intermediario para la producción, a asumir la responsabilidad del crecimiento mediante una función parasitaria, focalizada principalmente en la extracción rentista. Se trata de un dinero que busca reproducirse a sí mismo por fuera del capital productivo como capital industrial (es decir, más allá de la generación de nuevo valor como plusvalor), pero que también, y este es el gran juego de la economía capitalista cuando las cosas van mal, puede hacer las veces de dinero-capital, listo para engrasar de nuevo los ejes de aquélla, como si procediera de la valorización del trabajo humano (de ahí su creciente “ficción” y la de la economía que sustenta, aunque pueda hacerla seguir funcionando, a pesar de todo y de los problemas que va acumulando. Es algo substancialmente diferente de una fase financiera del capital y tiene consecuencias mucho más profundas Se ha perfilado como un colosal mecanismo de disciplinamiento social, de expropiación universal y de gubernamentalización de las exigencias cada vez más parasitarias del capital.

Así, al menos en las cuatro últimas décadas la capacidad del capital para desmaterializarse y moverse en tiempo instantáneo a escala planetaria en un número creciente de formas, como acciones, pagarés, bonos, bienes inmuebles, bienes raíces y una gran variedad de derivados, especulación sobre alimentos, monedas, energía, incluso el agua, etc., permite a la clase capitalista realizar todo tipo de ganancias usureras y especulativas a corto, medio y largo plazo. Mucho de todo ese complejo financiero se va centralizando en los grandes fondos de inversión o “fondos buitre” (Vanguard, State Street, Blackrock, entre los más destacados), que a su vez están participados por miríadas de capitales privados de muy distinta procedencia (aunque dominados por personajes y corporaciones privadas sobre todo sionistas). De esta forma tenemos que una empresa alemana que sale a bolsa puede hacerlo tanto en la bolsa estadounidense como en la alemana. Con el tiempo, los accionistas originales de esta empresa pueden vender sus acciones, que ahora cotizan en bolsa. Ya no dependen de la gestión de su patrimonio a través de su inversión en una empresa. En lugar de ello, contratan a gestores de patrimonio, ya sea a través de empresas como Goldman Sachs o de sus propios asesores, que a su vez invierten los ingresos en efectivo de la venta de acciones. A muchos capitalistas, sus asesores les harán invertir bastante más del 50% de su cartera en la bolsa estadounidense, que se erigió tras los años 80 del siglo pasado en la “atractora” mundial del capital a interés especulativo parasitario.

Las consecuencias económicas, políticas y sociales de este cambio en los mercados de capitales y en la propiedad son enormes. Este nuevo capitalista global —antes «alemán»— se comporta de forma muy parecida a sus homólogos franceses, ingleses, suecos o estadounidenses. Por lo que este nivel de integración del capital conlleva su desnacionalización, lo que refuerza finalmente la preponderancia de eso que llaman “capital financiero” estadounidense, y por consiguiente, el poder político de Estados Unidos.   

“La situación actual de Alemania ilustra claramente la eficacia de este proceso de integración y consolidación económica por parte de Estados Unidos. Según datos de IHS Markit de 2020, sólo el 13,3% del valor del mercado bursátil alemán pertenece a alemanes, mientras que los inversionistas de Norteamérica y el Reino Unido poseen el 58,3% (…)  Las principales empresas de la economía alemana no son primordialmente propiedad de alemanes. El valor agregado industrial de Alemania ha descendido del 9% mundial a poco más del 6% en los últimos 18 años. (…) La pérdida de la energía barata rusa y su adaptación al desacoplamiento con gestión de riesgos serán probablemente desastrosas para su competitividad internacional. En 2022, la inversión extranjera directa (IED) en Alemania disminuyó un 50,4% interanual. (…) En el transcurso de 15 trimestres, a partir del tercer trimestre de 2019, el PIB de Alemania aumentó un mísero 0,6% en total, a precios constantes…” Hiperimperialismo: Una nueva etapa decadente y peligrosa (thetricontinental.org)

Esto se traduce para Alemania en una falta de voluntad política soberana y en la aceptación de que su clase capitalista industrial se corte las venas.

“El colapso de la «voluntad nacional», la voluntad de seguir un camino que corresponda a sus intereses capitalistas nacionales, demostrada por Alemania en el contexto de la guerra en Ucrania, muestra que Alemania ha sido derrotada por tercera vez desde principios del siglo XX (…) Estados Unidos seguirá privando a la burguesía alemana de todas las opciones importantes para afirmar posiciones políticas independientes. Con la ayuda de los vínculos de propiedad del capital que hemos descrito, la burguesía alemana se enfrentará a la subsunción absoluta de las opciones de acción del capital alemán bajo la égida estadounidense. La hostilidad hacia Rusia actúa como motor de la subordinación de Europa a Estados Unidos y como pérdida de cualquier posibilidad de desarrollo independiente.” Hiperimperialismo: Una nueva etapa decadente y peligrosa (thetricontinental.org)

La desindustrialización de los centros del Sistema Mundial capitalista y especialmente del Eje Anglosajón ha venido cobrando existencia desde hace décadas, en favor del Mundo Emergente. Faltaba, sin embargo, Alemania y su hinterland más próximo. El Eje Anglosajón busca eliminar esa competencia, y la del conjunto de la UE, al tiempo que abortaba la posibilidad de la vinculación infraestructural, económica y política de Eurasia. Las sanciones a Rusia se han convertido en un elemento estelar para ese objetivo.

Todo lo cual para Europa en su conjunto tiene unos costos energéticos y económicos de enorme gravedad, que está reportando cuantiosas pérdidas en sus sectores primario e industrial y, en general, la desarticulación de sus economías, con el consiguiente desmontaje de su “capitalismo social” (eso que en otros tiempos llamaron “Estado del Bienestar”). Circunstancia que además de causar el paulatino arruinamiento de sus poblaciones, está tensionando a la propia UE, por ejemplo, hasta el punto de que pronto podría fragmentarse.

Todos sabemos que Alemania no sólo ha sido y es “la locomotora” de Europa, como nos insisten si cesar en los grandes media, sino que también lleva la dirección vicaria de la misma (vicaria de EE.UU.). Eso quiere decir que si Alemania se entrega con todos los pertrechos y bagajes a EE.UU., todos los demás países europeos subalternos, sin soberanía alguna, también. Francia fue la única excepción europea, con su orgulloso “gaullismo”,  pero desde la llegada de Sarkozy, cuando De Villepin y los gaullistas fueron derrotados,  entrega también su política exterior. Hoy Macron es uno de los principales guerreristas contra Rusia y acaba de proponer -ante la evidente y por otra parte irremediable derrota de Ucrania- en la muy reciente reunión de París (de 26 de febrero de 2024), con más de 20 dirigentes de la OTAN y su brazo político, la UE, la posibilidad del envío de tropas de la OTAN al campo de batalla ucraniano. Es decir, parece que los subalternos líderes europeos contemplan dar un paso más en la escalada bélica, convirtiendo de nuevo a Europa en un terrorífico campo de guerra en favor del sostenimiento del liderazgo mundial de EE.UU.

En general, como vengo diciendo, la otanización del conjunto de Europa (la del Este en sus formas más agresivas) pasa también por “americanizar” la economía y la sociedad europeas, lo que es sinónimo de completar su conversión al capitalismo salvaje. La UE y su Constitución y Tratados se vienen encargando de ello. La sumisión europea está claramente completada y exhibida con la guerra proxy en Ucrania del Eje Anglosajón y la Red Sionista Mundial contra Rusia, donde una nueva inmolación europea cobra tintes cada vez más probables.

Ante todo ello, la pregunta que queda por plantearse es si están dispuestos a llegar al enfrentamiento nuclear.

Las mastodónticas maniobras en curso, más las declaraciones, amenazas y avisos a sus propias poblaciones de los distintos ministros de la guerra europeos, parecen ominosamente mostrar que es así (¿podrían llegar incluso a servirse de un incidente de ‘falsa bandera’ en algunos de los países limítrofes con Rusia para agenciarse una excusa?).

Sea como fuere, y ante estas dramáticas circunstancias, cualquier izquierda ya no sólo mínimamente alternativa, sino con una décima de honradez coherente, debería tener muy claro que romper con la UE deviene vital para poder salvar algunas de las bases sociales de nuestras sociedades y que romper con la OTAN es básico para la propia supervivencia.

Cualquier visión o esperanza de mejora social y de “bienestar económico” dentro de la férula de esas instituciones constituye un tremendo autoengaño, cuando no deliberado colaboracionismo para la destrucción de las sociedades.

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Sobre la importancia de la tasa de ganancia en la crisis capitalista.
Una contribución al debate

disjuntiva-2024-5-1_08.pdf (ua.es)

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       EL MOVIMIENTO COMUNISTA DE LA HUMANIDAD

PARTE II

AUTONOMÍA IDEOLÓGICA, HEGEMONÍA EMANCIPATORIA,

                            SOCIALISMO, COMUNISMO

IV     Conciencia. Autonomía ideológica

Aun siendo el proceso de inserción en el metabolismo social del capital, esto es, la contribución concreta de cada quien al trabajo social total, de donde la conciencia social extrae principalmente sus nutrientes, el campo de las mediaciones entre la experiencia y la conciencia está constituido por todo un entramado social y cultural, técnico, ideológico, político… Es decir, que las experiencias inmediatas de los seres humanos vienen mediatizadas por las relaciones sociales de producción, pero también por la Cultura y por las mediaciones políticas-formativas, esto es, por la cosmovisión dominante en una determinada sociedad.  è Todo ello in-forma, da forma, a las conciencias humanas, que introyectan experiencias referenciales socializadas, las cuales interaccionan con las condiciones subjetivas de cada quien, terminando de perfilar el entrelazamiento dialéctico del individuo con la existencia

La cosmovisión, léase aquí, “ideología” dominante en una sociedad desigualitaria o en todo modo de producción que sustenta unas u otras sociedades de ese tipo, está elaborada por la clase dominante y sus aparatos estatales (y privados) de socialización-formación-información-cognición.

No obstante, también el antagonismo de clase ha ido fraguando una visión antagónica que se ha ido consolidando en ideología (en el sentido de visión o concepción del mundo), como acumulación histórica de conciencia social concomitante con el desarrollo de las fuerzas productivas y expresado en correspondientes organizaciones sociales y políticas de cada vez mayor alcance comprehensivo del propio orden social. Concatenación de fenómenos que se ha retroalimentado históricamente con una construcción teórico-científica-práctica (el materialismo histórico dialéctico), traducida en praxis transformadora (revolucionaria en el sentido de transcendente de cualquier modo de producción desigualitario y basado en la explotación del ser humano por el ser humano del que parte).

La ideología (de clase, acompañante del movimiento comunista) pasa así a tomar o a fundirse en praxis alternativa, potencialmente de más y más sectores de la fuerza de trabajo, con tendencia a llegar a un punto en que confronta en todo el orden social con la ideología dominante del capital (así ha ocurrido ya en el pasado en diversas formaciones socio-estatales del planeta), acrecentando sus posibilidades de erigirse en fuerza superadora de ese orden.  

La lucha por la hegemonía es la pugna de las distintas fracciones de la sociedad por concretar su proyecto social (de clase) en términos capaces de proveer una dirección al conjunto de la sociedad; por establecer una trama de iniciativas y prácticas institucionalizadas en diferente rango que coagulen en un sistema integral, combatiendo la alienación intrínseca del modo de producción capitalista. Frenando, para empezar, la degradación de las subjetividades y la individualización de la fuerza de trabajo. Al ser esa praxis (teoría en acción) tanto más coherente en tanto se retroalimenta con la hasta la fecha más completa expresión social y política del materialismo histórico-dialéctico, el marxismo, aumenta sus posibilidades de lograr una desalienación generalizada, liberadora, así como que la ideología de clase se haga también ciencia de clase, y por tanto pase a ser tendencialmente más poderosa que la ideología segregada por el capital.

Tener objetivos de transformación social, especialmente cuando se trata de procesos rupturistas totales (revolucionarios), que buscan el paso de un modo de producción a otro, implica afectar todo el conjunto de procesos, dinámicas y condiciones estructurales dados, alterar todo el metabolismo social. Aquí radica el sentido profundo de la Política con mayúsculas, y de hacer Política en grande: como dinámica de construcción del consenso o de la legitimidad, pero también como forma de dirimir el conflicto entre sectores sociales o de establecer el antagonismo entre las clases, en la pugna por uno u otro tipo de sentido de lo social y de las estructuras sociales coherentes con el mismo.

En cambio, la política con minúsculas es la que se desenvuelve y compite sólo en el ámbito de las instituciones donde se representa el poder de clase, sin cuestionar o afectar apenas al metabolismo que lo sustenta (al verdadero Poder: la ley del valor-capital). Está, por tanto, empotrada en (y acepta en gran medida) ese metabolismo.

Los procesos de lucha tendentes a revertir o eliminar relaciones de explotación, desigualdad y subordinación expresadas en forma de apropiación, usurpación, discriminación, exclusión o dominación, entre otras, son procesos de emancipación.

En cualquier proceso de emancipación colectiva es imprescindible la consecución y reinvención permanente de la autonomía, entendida a la vez como proceso que se construye en el propio antagonismo (que se manifiesta en forma de lucha social), y como condición y correa del antagonismo hacia la emancipación.

La autonomía se erige como el único antídoto intrínseco contra las tentaciones dirigistas y la posible nueva formación de capas dominantes. Ahora bien, si la autonomía no puede plantearse como un absoluto, tampoco en el ámbito social puede concebirse exclusivamente como evolución propia, en una psicologización del concepto, sino como un proceso que implica siempre expresiones colectivas y que está en relación con toda una trama de procesos y relaciones de fuerza y poder. Es decir, la autonomía se co-implica con dinámicas estructurales y conquistas sociales que posibilitan el logro del propio valor como personas (autovaloración o valor de la propia vida). Entonces autonomía se equipara a autodeterminación y ésta a autogestión o si se prefiere, autogobierno, en cuanto que proceso de independización social que permite y es reforzado a la vez por la conversión procesual de los individuos en sujetos colectivos, con la consiguiente construcción de independencia subjetiva, autonomía ideológica.

La autonomía surge y se forja en el cruce entre relaciones de poder, con sus correspondientes conflictos y/o antagonismos expresados en luchas, y la construcción de sujetos, como manifestación de la propia fuerza y de la capacidad de autodeterminación.

Por eso, desplegar al unísono autonomía y hegemonía, complementar luchas intersticiales (aquellas que crecen dentro del propio metabolismo con vocación de superarlo por anegación, desde dentro) y luchas rupturistas con el orden dado (buscan un punto de ruptura que incida directo en los órganos de condensación del poder de clase, para comenzar un orden nuevo), deviene imprescindible. Eso implica también combinar continuamente Movimiento (lucha social) con Organización (para la conquista de los centros neurálgicos del Capital), promoviendo así la realización enriquecida del Partido.

Eso conlleva complementar las vías estratégica-hegemonista y pragmática-autonomista, de forma que se pueda hacer de la hegemonía una construcción de autonomía colectiva, es decir, emancipatoria, y que la autonomía devenga en sí un quehacer hegemónico (sólo la autonomía de amplias capas de la sociedad puede poner trabas e incluso revertir la tendencia a que cualquier construcción hegemónica se transforme en un mero mecanismo de recreación de poderes y reproducción de élites. Pues la autonomía sin democracia participativa co-responsable en todos los niveles donde se hace la sociedad y la Política, empezando por las posibilidades de detentación de los medios de producción, no es posible).

Porque sin sujetos autónomos, sin una sociedad movilizada, sin fuerza social consciente que oponer al Capital, no es viable una hegemonía para la emancipación, ni por consiguiente la transformación estructural emprendida por la sociedad que rompe su subordinación.

Ahora bien, la construcción de hegemonía emancipatoria necesita siempre de una clara dirección por parte de los sectores más avanzados en la autonomía ideológica de la clase trabajadora, y puede afectar a cada vez más amplias capas de ésta. Este proceso viene potencialmente fortalecido por el desarrollo de las fuerzas productivas y la continua centralización del capital que le acompaña, debido a los cuales la clase trabajadora asume más y más responsabilidades tanto en la dirección del completo ciclo económico como en la gestión social (proceso que empezó por sus sectores más cualificados pero que con el absentismo de la clase capitalista -cada vez más rentista-parasitaria- se ha extendido a capas de no tanto alcance de cualificación).

Sin embargo, de por sí, esos procesos no conducen a la conciencia social o política de clase. Al contrario, pueden llevar a desgajar la clase entre una elite managerial-gestora-(extra)cualificada y el cuerpo mayoritario de la clase trabajadora. Tendiéndose también a la fragmentación entre este último y la porción (creciente) de clase trabajadora lumpenizada o abiertamente exogenizada (que cada vez más es contemplada como fuerza de trabajo desechable  -ver aquí LAS MIGRACIONES HUMANAS EN EL CAPITALISMO. MOVILIDAD DE LA FUERZA DE TRABAJO DE RESERVA – El blog de Andrés Piqueras (andrespiqueras.com)-).

Por lo que el salto rupturista resulta imprescindible. Es decir, no puede haber acumulación indefinida y generalizada de conquistas, de fuerza y de conciencia social de clase trabajadora sin revolución política (expropiación de la burguesía de los medios de producción y de los de gestión-dirección-control-cognición social). Ahora bien, como decimos, ese salto cualitativo, en bucle autoalimentativo, requiere a su vez de previa acumulación de fuerza social, al menos suficiente para respaldar con hechos las previas intervenciones en las instituciones, en los centros de legitimación y gestión del capital, para movilizar o, en su defecto, predisponer favorablemente, a buena parte del resto de la sociedad.

Sólo la propia clase trabajadora (empujada por los sectores más políticamente avanzados de la misma) a través de la toma del Estado y la eliminación de los capitales individuales, puede hacer de la máxima centralización del capital un proceso revolucionario que vaya atrayendo e impregnando al conjunto de la clase(-sociedad), de cara a disolver planificadamente al propio capital.

V. Constructores de hegemonía emancipatoria

Las reales posibilidades de cualquier tipo de transformación están vinculadas a la constitución por doquier de franjas de constructores sociales y políticos, sin los cuales es imposible imaginar siquiera respuestas satisfactorias a las embestidas del Capital.

Esas franjas permiten pensar en una masa crítica para poder inducir la configuración de l@s explotad@s, excluíd@s y discrimiad@s en 1/ fuerzas sociales, 2/ fuerzas teórico-programáticas y 3/ fuerzas políticas, capaces en conjunto de pensarse a sí mismas como sujetos portadores de un proyecto de cambio social, esto es, como sujetos políticos.

La fuerza social se refiere a segmentos de población organizados que, pertenecientes a determinados sectores sociales, son reconocidos por éstos y por otros adyacentes (e incluso más alejados) como fuerza de opinión y lucha en torno a sus problemas relevantes. Es, por tanto también, expresión de legitimidad de ese segmento de población organizada.

Una fuerza teórico-programática resulta de la sistematización de la experiencia propia y ajena para otorgar sentido al problema de la construcción y la transformación social. Es expresión tanto de la potencia movilizadora como de la verosimilitud de una visión precisa pero abierta de la realidad y su transformación.

La fuerza política es la síntesis de una fuerza social y una fuerza teórica cuya emergencia y realización ocurre en el campo de la acción, que se caracteriza por su capacidad convocante, dada su legitimidad y verosimilitud, y que por tanto es capaz de definir objetivos y caminos susceptibles de transformarse en práctica política y social alternativa a partir de las condiciones existentes.

Entendida de este modo, resulta evidente que la fuerza política no puede confundirse con la fuerza orgánica que opera en el ámbito de la política con minúsculas, institucional. La fuerza política no puede sino entenderse como síntesis de un proceso de construcción de sujetos cuya primera manifestación es el logro de una masa crítica ampliada.

Una orgánica institucional vacía de sujeto es, desde una auténtica praxis emancipadora, una aberración. Aberración condenada a repetir los procesos de entrega, oportunismo, esquizofrenia o dislocación que han experimentado la absoluta mayor parte de las organizaciones de la izquierda institucionalizada o izquierda integrada.

La contribución a la gestación de sujetos que confluyan en movimientos sociales y movimientos políticos con vocación y posibilidades de transformar tiene pendiente la articulación entre la dimensión de base, de acción cotidiana, movimientista, y la recomposición organizativa de la clase trabajadora en sentido amplio (organización política y teórico-programática). Esa tarea sólo podrá llevarse a cabo desde el propio movimiento organizado, esto es, desde una organización-movimiento (la forma que debe adquirir el Partido cuando se hace de masas) capaz de dotar de conocimiento y proyección colectiva a los agentes de clase.

Sólo así se puede devenir izquierda integral. Es decir, revolucionaria o altersistémica, que busca dotarse de unas nuevas relaciones sociales y erigir su propia sociedad a través de la ruptura política y paulatinamente metabólica con el orden dado. Para emprender la larga transición socialista [el marxismo trasciende cualquier utopismo de carácter más o menos socialista no sólo por el hecho de mostrar por qué el socialismo es una posibilidad real, sino también que es realizable].

            En el siguiente esquema se resume:

Desarrollo de fuerzas productivas – Desarrollo de conciencia  – Centralización del capital –  Clase trabajadora asume creciente responsabilidad social y económica  –  Aumento de la capacidad científica y autonomía ideológica de la clase trabajadora – Dirección, mediante el materialismo histórico-dialéctico, por parte de los sectores más avanzados en autonomía ideológica-conciencia de clase  (“vanguardias”) hacia las luchas de clase cualitativas (praxis marxista) – Aumento dimensional del Estado y desarrollo centralizador del mismo – Momento de ruptura-confrontación directa y explícita entre (crecientes sectores de) la clase trabajadora y la clase capitalista (crece la importancia de los aliados de clase para la resolución)- Toma del Estado por la clase trabajadora para la planificación económica y el comienzo de la supresión de la ley del valor. La Política (es decir, la sociedad) se pone al frente de la economía = comienza el camino al socialismo.

La conformación de un Sistema Mundial capitalista permite que los avances en la conciencia de clase de la fuerza de trabajo en unos lugares del Sistema puedan ser más fácilmente alcanzables en el resto. Un modo de producción globalizado faculta potencialmente el acelerar la nivelación de esos desarrollos, universalizar también, más fácilmente, el inicio del largo camino al socialismo, o la transición a la transición.

VI.  Socialismo. Comunismo.

Pero el socialismo es más que una mera “fase intermedia”. Es un nuevo orden social que entraña un también nuevo y especial modo de producción. Un orden que no llegó a consolidarse en ningún proceso de ruptura con el capitalismo, hasta hoy, si bien las experiencias de transición al socialismo habidas mantuvieron a raya al capital como “sujeto automático” de la sociedad y lograron durante un lapsus histórico arrinconar al valor. En la pugna contra él se levantaron tipos de sociedades y seres humanos diferentes, a partir de ciertas consideraciones básicas:

  • Eliminación de la propiedad privada de los medios de producción
  • Eliminación de la compra-venta de la fuerza de trabajo
  • Pérdida de buena parte de la calidad de mercancías de los productos del trabajo humano, en favor de sus valores de uso (distribuidos o subsidiados)
  • Relegación del valor en la producción; la tasa de ganancia dejó de regir la economía (la dictadura de la tasa de ganancia capitalista fue superada) y una gran parte de la plusvalía social iba destinada a la redistribución, no a la acumulación (ni privada ni estatal).

Y es que el socialismo requiere, en sí mismo, de una larga transición (“transición al socialismo”) para llegar al punto de “de cada cual según sus posibilidades, a cada quien según su trabajo”, por sucesivas etapas, para:

  • Ir eliminando del todo la ley del valor y su imperativo mercantil. Si el mercado pudiera seguir existiendo en la transición al socialismo, sería siempre que no cumpliera (o volviera a cumplir) funciones capitalistas:
    • Transformar el dinero en capital y éste en (más) dinero
    • Convertir el sobreproducto en plusvalía y ésta en beneficio privado
    • Hacer que los excedentes devengan acumulación privada

  • Ir entretejiendo e instaurando una Política orientada a liberar de las necesidades al conjunto de la población (dignidad) y procurar las bases materiales de su autonomía
  • Posibilitar la participación en pie de igualdad en la vida pública
  • Establecer un derecho desigual (tal como lo formulara Marx sobre todo en la Crítica del Programa de Gotha), corrector-equilibrante, que abandone la abstracción burguesa del “sujeto jurídico igual”, para concretar los ámbitos, claves y proporciones de su regulación redistributiva según las condiciones de cada quien, bajo el principio “de cada cual según sus posibilidades, a cada quien según su trabajo”. El derecho desigual (ensayado muy tímidamente en el Estado Social capitalista) contiene un principio alternativo al mercado que incorpora un reparto político del producto social. Esto es, reconoce la desigualdad de partida para tratar de distinta forma a unas y otras capas de la población bajo el principio de “extraer más de quien más tiene y proporcionar más a quien más lo necesita”. Una “desigualdad productora de igualdad” y una igualdad que convive con la diferencia[1]. Una Política que parte de la desigualdad de cara a conseguir la igualdad social pretende ir dejando de necesitar ese derecho desigual, y por tanto el inevitable componente de coacción que le acompaña.
  • Ir consiguiendo la propiedad social o socialización de los medios de producción (una vez eliminada la privatización de los mismos, y habiéndose pasado ya a su estatalización)
  • Desarrollar paulatinamente la devolución de las funciones del Estado a la sociedad (solamente podrá establecerse una comunidad humana no-ilusoria en algún grado, cuando el Estado se vaya extinguiendo). ——————————————El socialismo requerirá durante un tiempo largo del Derecho y del Estado, como elementos de nivelación de las desigualdades y posibilidades u opciones de vida de la sociedad, pero, una vez va siendo liberada ésta en su conjunto de la necesidad, se va basando cada vez menos en aquellas coerciones y más en la construcción de incentivos no materiales para la cooperación social (solidaridad). Por tanto, se asienta en la construcción de nuevas subjetividades con el denominador común de una alta conciencia social (“mi bien está unido al del conjunto, así que lo que es bueno para la sociedad es bueno para mí”).

Pero, como venimos diciendo, resultaría muy difícil que el socialismo fuera una mera “etapa”. Puede muy bien ser un modo de producción autónomo y distinto, con su propia lógica política-social-económica, que aún necesita resolver ciertas cuestiones centrales: ¿quién y cómo regula el orden social, quién decide o cómo se decide, quién, qué, cuándo, dónde y cuánto se va a producir?, ¿cómo se va a distribuir lo producido?; ¿cómo se establecen los bienes (materiales e inmateriales) que deben estar asegurados para todo el mundo y a toda costa, y los que entran en reparto diferencial? ¿qué se puede exigir a cada cual de manera realista y razonable?

Porque la socialización de los medios de producción y la transformación de las relaciones sociales de producción no llevan per se, ni necesariamente, a una revolución moral radical, que haga inútiles Derecho y (alguna forma de) Estado.

La sociedad comunista, por contra, sí es aquella en la que se extinguen el Derecho y el Estado y donde rige el principio de “de cada cual según sus capacidades, a cada quien según sus necesidades”. Es en realidad otra sociedad, una sociedad postpolítica (al haber eliminado no sólo el antagonismo social sino, según algunos, el mismo conflicto[2] -el polemos– y por tanto la polis con su nomos -léase el Derecho-; como dijo Marx, si todos los humanos fueran fraternos entre sí –“amigos”- no harían falta leyes), que encuentra su posibilidad de ser bien en: 

a) el desarrollo de las fuerzas productivas (la tecnología) capaz de volver ilimitados los recursos y los “valores de uso” (que ya no necesitarán de tal denominación al haber sido eliminado el valor), de manera que haga superfluo, o casi, el trabajo humano

b) una “revolución del espíritu” completa y universal que haga desaparecer el sentido de lo privativo y el deseo de las cosas, sustituidos por una “generosidad” y al tiempo una “moderación” (regulación de las propias necesidades y satisfactores en función del colectivo social) ilimitadas de los seres humanos. Es decir, hablamos de una mutación antropológica culminada, que va de la mano y al tiempo levanta una sociedad ignota, cuyo desarrollo concreto no podemos hoy imaginar, pero que sería básicamente solidaria.  

El homo solidarius y la sociedad comunista que con tal se corresponda, supondría el salto evolutivo más grande jamás dado por la Vida en este planeta.

[Lo dicho aquí no quita para que del socialismo al comunismo no pueda haber una vía de continuidad progresiva, con el permanente desarrollo de la solidaridad humana, para terminar por concebir al colectivo, a la comunidad, por encima de uno/a mismo/a].

Sin embargo, la Dialéctica impide ver ningún estadio en este mundo como definitivo, completo y acabado [de hecho, es muy difícil que nuestra especie sobreviva indefinidamente en el curso de vida del planeta y del propio sistema solar, pero el tándem socialismo-comunismo proporciona el recurso básico para su supervivencia por más tiempo y con mejor calidad de vida]. Constituye por tanto un ideal regulativo, un horizonte social por el que quienes nos decimos comunistas nos regimos (o deberíamos hacerlo) en nuestros actos, en nuestras relaciones, en nuestro modo de ser social, en nuestra intervención en la Política[3].

Es en la praxis continuamente actualizada de esa condición comunista que se construye el nuevo homo, siendo las y los comunistas sus precursores, los elementos con mayor conciencia social y por tanto más evolucionados de la humanidad en el presente.

Como dijeran Marx y Engels en más de una ocasión:

“El comunismo no tiene por qué ser ni un estadio ni una meta, ni siquiera un ‘modo de producción’, sino el propio y constante movimiento emancipador, autoconsciente de la humanidad”.


En ese movimiento comunista de la humanidad radica el miedo, y la debilidad, de todo Poder, de toda explotación e indignidad.

«Todo lo que sucede en el mundo entero lo hace con la vista hacia nosotros. Somos una potencia, temida, de la que depende más que de ninguna otra de las grandes potencias. ¡Ese es mi orgullo! No hemos vivido en vano, y podemos mirar atrás con orgullo y satisfacción por nuestro trabajo». (Discurso de Engels ante una asamblea de obreros socialdemócratas que le rendía homenaje en Viena, el 14 septiembre de 1893)[4].

    Andrés Piqueras


[1] En el capitalismo ese principio siempre y en todo lugar estuvo sometido al imperativo del valor y a la acumulación de capital, lo que exigía que la recaudación necesaria para dotar de recursos al “gasto social”, se ajustase a las condiciones de reproducción del capital. Tampoco tuvo nunca la fiscalidad progresiva suficiente como para poner en acción el principio complementario “de cada quien según sus posibilidades”. Ese derecho desigual es el que emana de la Política ejerciendo el control de la economía y por tanto, atajando a la ley del valor y estableciendo el diferente trato en función de las condiciones sociales estructurales, no desde el principio liberal de “reconocimiento” ni de tratamientos jurídicos individualizados, que multiplican ad infinitum las particularidades y divisiones entre la población. Esas particularidades son tratadas desde la Política de igualdad social a través del tratamiento desigual. 

Todo esto puede encontrarse bien desarrollado en Mario Barcellona, Entre pueblo e imperio. Estado agonizante e izquierda en ruinas. 2021. Trotta. Madrid.  

[2] Un conflicto es el posible resultado de todo proceso de desacuerdo entre seres humanos, pero el mismo no implica incompatibilidad de beneficio y por tanto puede ser resuelto mediante el diálogo (así por ejemplo, si dos personas que compartan un piso, una quiere fumar dentro de él y la otra prefiere no tener humo entre cuatro paredes, se puede llegar a soluciones dialogadas –abrir todas las ventanas cuando se fuma; fumar en el balcón si fuera posible; sólo fumar a ciertas horas; o no fumar en casa en absoluto si eso hace daño a la otra persona, por ejemplo-). En cambio un antagonismo radica en el hecho de que el beneficio de una persona se logra a costa de otra. La relación Capital/Trabajo es antagónica porque el beneficio del Capital depende indefectiblemente de la explotación de la otra parte. El antagonismo es erradicable mediante el socialismo, pero suprimir totalmente el conflicto no es algo que parezca muy compatible con la Dialéctica, que interpela siempre conflictivamente a la realidad. Por tanto, difícilmente se podrá dejar de tener algún tipo de normatividad. La tendencia evolutiva que traza el socialismo-comunismo es a que esa normatividad quede circunscrita al ámbito de lo implícito, es decir, del consenso, sancionado moralmente como en el comunismo primitivo, pero en adelante con sanciones morales no discriminatorias o vejatorias, sino edificantes.

La Dialéctica impide concebir la eliminación de los conflictos sociales, aún menos de los personales, pero a veces pensamos que el comunismo será realmente el fin de la historia, en lugar solamente del colofón del fin de la “pre-historia”. Lo importante es cómo se resuelvan esos conflictos. Uno u otro tipo de normatividad social parece que siempre será necesario. 

[3] Uno de los referentes más elevados de ello viene dado por la relación de fraternidad. Sin embargo hoy el movimiento comunista de la humanidad está a menudo lejos de ponerla en práctica con todas sus consecuencias. Antes bien, las organizaciones que de él se reclaman suelen atacarse entre sí y mantener poca fraternidad incluso dentro de sí mismas. El recelo, la suspicacia, la falta de cercanía y la inflexibilidad ante los errores o equivocaciones ajenas, engrosan más frecuentemente de lo que sería congruente el comportamiento cotidiano de sus membrecías. Es imprescindible, en este sentido, realizar un análisis histórico riguroso sobre las continuas escisiones del movimiento comunista y de su relación con el debilitamiento general del mismo, así como desmenuzar las causas de la pérdida de rigor relacionada con el materialismo histórico-dialéctico que ha venido afectando a amplias porciones del mismo.

[4] Acabo con esta nota de Friedrich Engels, al igual que empecé este texto con otra nota suya, no sólo para rendir homenaje a tan descomunal figura, sino para que pueda calibrarse lo que fue el balance de su vida, junto a la de Marx. La enormidad de lo que lograron. [Ambas notas pueden encontrarse en el buen artículo de Manuel Monleón, “Federico Engels (1820-1895)”. Nuestra Bandera, nº 429]. ————–En el apartado V de esta segunda parte del texto me he servido especialmente del trabajo de Rafael Agacino, “Hegemonía y contra hegemonía en una contrarrevolución neoliberal madura. La izquierda desconfiada en el Chile post-Pinochet”, en CEME. Archivo Chile, 2006. Disponible en http://www.archivochile.com/Chile_actual/08_p_ich/chact_piz0004.pdf Para la centralización del capital y la nivelación de los atributos productivos de la clase trabajadora, hay guiños de interés al texto de Jesús Rodríguez Rojo, Cuestión de clase. De la crítica de la sociología a la acción política revolucionaria. Bellaterra. Manresa, 2023. Sobre el enkratés, remito al excelente trabajo de prólogo y notas de Joaquín Miras al texto de Arthur Rosenberg, Democracia y lucha de clases en la antigüedad. El Viejo Topo. Barcelona, 2006. Ma he venido bien, también, repasar las reflexiones de Adolfo Sánchez Vázquez sobre El valor del Socialismo (El Viejo Topo, 2003). Obviamente, se puede encontrar profundización y más bibliografía sobre los temas aquí tratados en casi todos mis últimos trabajos.

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El movimiento comunista de la humanidad

PRIMERA PARTE

CLASE, CONCIENCIA DE CLASE Y ACCIÓN TRANSFORMADORA.

En 1847 el socialismo era un movimiento de la clase media, el comunismo lo era de la clase trabajadora. El socialismo era de recibo en los ‘salones’, al menos en el continente; el comunismo, justo lo contrario. Y como desde el principio fuimos de la opinión que ‘la emancipación de la clase trabajadora ha de ser obra de la clase trabajadora’, no podía caber duda sobre cuál de los dos nombres debíamos elegir. Aún más: desde entonces, no se nos ha pasado nunca por la cabeza cambiárnoslo” (Engels, prólogo a la edición de 1888 del Manifiesto del Partido Comunista).  

I     Materialismo histórico-dialéctico, ciencia-praxis, metaciencia, ¿ultraciencia?

El materialismo histórico-dialéctico es hasta el momento la expresión más desarrollada, completa y eficiente de comprehensión del mundo humano, desvelando mecanismos, formas y procesos de explotación, dominación, alienación y marginación, y por tanto proporcionando más y mejores elementos y posibilidades para que las grandes mayorías puedan incidir en el terreno social de manera satisfactoria para ellas mismas (en función de sus propios intereses objetivos). Una teoría en acción para transformar el mundo, que alberga, al mismo tiempo que potencia, el camino a una integración del conocimiento para acabar con la división de las ciencias, integrando cada vez más dimensiones de la complejidad de lo existente[1] [¿podría la “ciencia”, tal como la entendemos en el presente, constituir un paso precursor en el camino a ser superada por formas más completas de comprender el mundo y actuar sobre él (ultraciencia)?].  

Hoy por hoy el materialismo histórico-dialéctico tiene una traducción práxica, una proyección explícitamente política, que se ha venido reivindicando como marxismo. El cual entraña un compromiso con la realidad que se desvela y (re)construye, para su transformación de cara al proceso de emancipación de la humanidad.

Eso significa que el marxismo se plasma a través del movimiento comunista de la humanidad (el que tiene al comunismo como objetivo), en cuanto quehacer de la propia humanidad por emanciparse de la necesidad producida por la desigualdad, de la explotación entre sí y de la dominación y subordinación estructurales.

El movimiento comunista de la humanidad es el que a lo largo de la historia ha pugnado por la igualdad y la dignidad (libertad respecto de carencias materiales o inmateriales básicas) de los seres humanos, adquiriendo distintas expresiones, dimensiones y alcance en función de los tipos de comunidad y de los modos de producción, desarrollo de las fuerzas productivas y conciencia social de cada momento histórico[2]. Adquiere en el presente, con el modo de producción capitalista mundializado, una potencial dimensión también mundial y, por ende, susceptible de ser más abarcadora y transformadora.

Para comprehender el mundo y poder actuar sobre él (con conciencia teleológica), el marxismo escoge como punto de entrada ontológico el materialismo-dialéctico, y como punto de entrada epistemológico el materialismo-histórico, a partir de la relación de clase.

Es decir, que la ontología de la dialéctica marxiana radica en los procesos y las relaciones, que sustentan su explicación raigal, material, del mundo histórico.

La pertinencia, la validez social de un proyecto teórico-práctico se calibra por cuánto del todo podemos conocer a partir del punto de observación o de entrada al mundo escogido, si permite a la teoría adentrarse en su particular formulación, en su propio proceso de elaboración (metaciencia), así como en la disección de las condiciones y relaciones que comprende esa construcción que llamamos “realidad” -o totalidad social-, como manera de abordar con alguna coherencia lo que está infinitamente conectado y por tanto, resulta incomprensible, “incoherente” en sí mismo. Cuánto, además, puede extenderse (fenómenos y dimensiones que abarca de la realidad) la explicación a partir de ese punto.

Otra cuestión decisiva es dónde debemos situar la proyección de totalidad, o al menos el nivel mayor de generalidad que nos explique como sociedad e individuos. En el análisis de la realidad social presente, Marx eligió al capitalismo como tal totalidad. Como punto de entrada a esa “totalidad” buscó las relaciones de clase (que implican antagonismo, poder, subordinación, lucha, pero también cooperación, solidaridad, simbiosis, colaboración, relaciones de interés y de diferencia, de desigualdad y de reconocimiento, etc…) porque las entendió como las que tenían un mayor potencial explicativo del todo social.

La dialéctica marxiana supone combinar en el análisis distintos niveles de abstracción, tanto de escala como de las formas en que se manifiesta el todo (la “realidad” escogida). Marx procedió desde lo abstracto a lo concreto: de la mercancía-valor a las relaciones y personificaciones concretas que se expresan en la superficie de la realidad. No sólo porque el todo nos puede proporcionar un conocimiento más profundo de las partes que al revés, sino porque cada parte es una concreción del todo. La totalidad, en el sentido dialéctico-materialista, es el conjunto de procesos, de conexiones internas entre categorías que constituyen un fenómeno. La “realidad” es concebida, así, como una “totalidad concreta” que se convierte en estructura significativa para cada hecho o conjunto de hechos. Los hechos, a su vez, deben comprenderse como hechos de un todo dialéctico, interconectado, es decir, como partes de una estructura que se relaciona dialécticamente y no como átomos inmutables del conjunto. En consecuencia, desde el punto de vista ontológico, la realidad posee su propia estructura, se desarrolla y se va auto-creando, es un todo estructurado y dialéctico. La totalidad se manifiesta en infinidad de cambiantes expresiones concretas; por eso la realidad es también cambiante e inabarcable.

De ahí que no tenga sentido especular con supuestas “vueltas al marxismo”, sino que lo que resulta imprescindible es renovarlo permanentemente en función de la evolución del todo, para ser fieles al método materialista-dialéctico que le da razón de ser.

II       La relación de clase y las clases

Sintetizando. El elemento fundamental que da su razón de ser al materialismo histórico-dialéctico es la organización de la vida material y de la reproducción social. Para entender esa organización el materialismo histórico-dialéctico en su expresión marxista escoge las clases y sus relaciones como factor más explicativo.

La relación de claseentra en escena cuando una parte de cualquier colectivo humano o sociedad está compelida, mediante un acceso desigual a los medios de producción y vida, a transferir una parte o la totalidad de su trabajo en beneficio de otra parte de ese colectivo o sociedad, o de otros ajenos. La relación de clase entraña, por tanto, el hecho de que unos seres humanos se apropien de parte o de la totalidad del hacer y de lo hecho por otros (quienes son expropiados de su hacer y de lo hecho, ya sea mediante la fuerza explícita y directa, la servidumbre o la dependencia aceptada, ya mediante un salario, por ejemplo). Es decir, cuando entre unos y otros seres humanos media un proceso de explotación.

La relación de clase es pues una relación de explotación en este sentido amplio. Implica un antagonismo básico: el beneficio de unos depende de algún grado de expropiación de otros, de usurpar y por tanto menguar sus oportunidades de vida, expresadas a través de su desigual acceso a los recursos y por tanto al poder dentro de una determinada sociedad. Condicionando, por consiguiente, la capacidad de acción y decisión de unas u otras personas y, en conjunto, sus posibilidades de autonomía y autogestión de su vida. Lo que quiere decir, entonces, que la relación de clase no es sólo extracción de plusvalía o de plustrabajo, es también siempre dominación, control de la vida ajena (del tiempo de vida de otros). Materialidad negada, en cuanto que negación de la realización humana para sí misma.

Tal circunstancia, como se ha dicho, entraña un antagonismo estructural inserto en las raíces de cualquier sociedad desigualitaria, haciendo aquél las veces de dinamo o motor de su movimiento histórico.

Las relaciones de clase dan lugar a diferentes estratificaciones sociales en unos u otros modos de producción. Es en el modo de producción capitalista en el que se forman clases sociales propiamente dichas en función de la desigual relación con los medios de producción y la consiguiente explotación a través del trabajo abstracto –asalariado-. La clase social como propia del modo de producción capitalista, hace referencia a la población que queda a un lado y otro de la relación Capital/Trabajo según la detentación o no de los medios de producción de una sociedad y, en consecuencia, según se compre o se tenga que vender la fuerza de trabajo (la capacidad física e intelectual de trabajar que toda persona tiene a lo largo de su vida).

La clase que ha expropiado de medios de vida al resto de la sociedad es la clase capitalista, que como tal ha de vivir de la explotación del trabajo ajeno. Para ello trata de mantener la escasez (relativa o absoluta) de los demás, de manera que se vean obligados a vender su fuerza de trabajo, y con ello su autonomía e independencia como seres humanos (subordinación social).

La «lucha de clases» es una construcción práxica que tiene como objetivo impulsar las luchas de clase que seres humanos concretos realizan con más o menos conciencia explícita para perpetuar, trascender o al menos para buscar una mejor situación y posibilidades dentro de esa relación. Por eso, no hay que perder de vista que las clases no son sujetos, son una “realidad dormida” (que cobra vida al expresarla), una conceptualización, una idea-fuerza que puede proporcionar conciencia colectiva y por tanto constituir sujetos colectivos –acción y organización colectivas- para explicitar los antagonismos en forma de luchas.

En el modo de producción capitalista la relación de clase se expresa fundamentalmente por medio de la plusvalía que la mayoría (la clase parcial o totalmente desposeída de medios de producción que tiene que vender su fuerza de trabajo a cambio de un salario) genera para beneficio de una minoría (la clase capitalista). La plusvalía como trabajo no pagado, se transforma en beneficio capitalista cuando la mercancía producida (sea material o inmaterial) es vendida en el mercado.

La dificultad de desentrañar (los mecanismos de) la explotación capitalista y lo que significa la subsunción real a sus procesos productivos, conduce a una alienación general de la sociedad inherente a este modo de producción, pues apenas alcanza a comprender (incluida gran parte de la fuerza de trabajo cualificada) las bases o causas profundas, raigales, de su sometimiento (tampoco de su malestar), de cómo es explotada con intermediación del salario, en razón de qué funciona su orden social ni en qué consiste la dinámica del elemento que le da razón de ser (el valor-capital).

Pero el materialismo histórico-dialéctico aplicado como marxismo sí lo sabe. El movimiento ampliado del valor como plusvalor realizado (como ganancia) en forma de dinero y reinvertido para generar más plusvalía traducida en el mercado como más dinero, es el capital. En sí mismo no es, por tanto, sino plusvalía reinvertida, trabajo no pagado listo para generar beneficio. El capital es una relación social y una forma de expresar la riqueza producida y acumulada por la sociedad a costa de la explotación interna a ella. Una relación que moldea la vida de los individuos, constituye las relaciones entre ellos, “hace” a sus propios seres humanos; se transforma, por tanto, también, en conciencia social dominante.

El que esa sea la expresión fundamental de la explotación capitalista en sentido histórico-dialéctico, no significa que otras formas de explotación no sean importantes, al contrario, pueden ser imprescindibles para mantener esa forma fundamental de explotación y por tanto la posibilidad de mantenimiento del metabolismo social capitalista, pero no son inmanentes (ni por tanto caracterizadoras) del capitalismo. En este modo de producción quedan integradas en su relación de clase fundamental, subsumidas por el capital a ella.

Para comprender esto la condición clave es no concebir más las partes de la sociedad y las relaciones al interior de ella de manera separada. Veamos. 

El proletariado alude al conjunto absolutamente mayoritario de población que ha sido desposeída de medios de producción y que por tanto se ve forzada para sobrevivir a vender su fuerza de trabajo (a cambio de un salario) en un mercado muy particular que lleva el nombre de “mercado laboral” (donde se compra y vende esa fuerza de trabajo, es decir seres humanos), y es la que da toda su amplitud a la realidad de la clase trabajadora. La condición proletaria es consecuencia de la movilidad absoluta que el capitalismo provoca para los seres humanos, resultante del paso del nexo no capitalista al capitalista (con su consiguiente conversión en mercancía fuerza de trabajo y de ahí en clase trabajadora). Dentro de la clase trabajadora se puede tener el atributo de:

                                                                                              Ocupado

                                 Activo             

  • Salariado (total o parcial)                                          Desempleado

                                                          Inactivo

Dentro de la fuerza de trabajo “inactiva” tenemos:  

  • autoapartada temporalmente de la relación salarial en el proceso de autoconstitución como fuerza de trabajo cualificada (estudiantes)…  [aunque también una parte de ella puede combinar asalarización y formación]
  • fuerza de trabajo reproductora, mantenedora y productora de fuerza de trabajo (sobre todo mujeres -puede estar “autoapartada” temporal, intermitente o totalmente, de la relación salarial, aunque no de otras modalidades de trabajo además del “doméstico”-)
  • fuerza de trabajo retirada de los procesos productivos (jubilada; aunque este retiro ha comenzado a ser parcial o intermitente, en cada vez más ocasiones)
  • autoapartada definitivamente de la relación salarial -por otros diversos motivos que el de la reproducción, manutención y producción de fuerza de trabajo-

La población desempleada y buena parte de la inactiva constituyen un ejército laboral de reserva a disponibilidad inmediata (sobre todo en el primer caso) o activado a discreción ante determinadas circunstancias o bajo ciertos nuevos requerimientos. Por eso puede contar bien como fuerza de trabajo de reemplazo lista para ello, o bien como fuerza de trabajo excedente ya sea desechable o no necesariamente desechable. En ambos casos se trata de condiciones resultantes de una sobreproducción de fuerza de trabajo en el capitalismo. La condición de “excedente” puede atañer además de a buena parte de la fuerza de trabajo “inactiva”, a la desempleada de larga duración y a la desempleada crónica o permanente.

En conjunto propician la extensión de una base irregular de empleo, subempleo o paraempleo, bien bajo formas “atípicas” (todavía por lo general jurídicamente reguladas è en las formaciones socioestatales de capitalismo avanzado o primigenio), bien bajo formas “informales” (no reguladas è formaciones socioestatales de capitalismo atrasado o posterior). Cuanto más grande es ese excedente de fuerza de trabajo, más aumenta el despotismo patronal y el deterioro de las condiciones sociales y laborales. Hasta el punto de que también la propia fuerza de trabajo activa puede llegar a hacer de ejército laboral de reserva de sí misma: asumirá cada nueva contratación con un listón reivindicativo más bajo (incrementando en alto grado su nivel de aceptación laboral), rebajándose sus propias condiciones laborales-salariales anteriores.

Además hay que contar, dentro de ese ejército laboral de reserva, con una fuerza de trabajo totalmente exogenizada como esclava (hoy probablemente más de 80 millones de personas en el mundo, si bien la ONU reconoce sólo algo más de 20 millones) o por condición de servidumbre, indeture o engagement, peonaje, fuerza de trabajo migrante bajo religación a determinadas mafias patronales. Una fuerza de trabajo crónicamente (sub)empleada por debajo de su valor como tal (aquí las cifras se disparan).

En total, proletariado y clase trabajadora así considerada son, pues, sinónimos. Si bien, por ejemplo, no todo el proletariado es convertido en salariado, todo el salariado sí forma parte del proletariado, y así con los demás atributos de la clase. Clase obrera fue considerada en algunas ocasiones la fuerza de trabajo manual en general -fuera del sector primario-, sin embargo una acepción más restringida, y a mi entender más precisa, la limita a la parte asalariada del proletariado empleada en el sector productivo industrial[3].

La fuerza de trabajo que ha venido siendo integrada o “fidelizada” por el Sistema mediante el despliegue de su opción reformista, a la vez promovida por las luchas de clase históricas (logro de la ciudadanía y extensión de los derechos anexos a ella -civiles, políticos, socioeconómicos…-), es fuerza de trabajo endógena o endogeneizada. Ha constituido el sujeto -y objeto- de la ciudadanía.

En cambio, la fuerza de trabajo que es incorporada al nexo capitalista (de unas relaciones precapitalistas a las capitalistas, a través de la proletarización), pero sin todos esos vínculos de integración, es fuerza de trabajo exógena. También es exógena aquella parte del proletariado que se importa del exterior sin que le atañan las condiciones del trabajo endogeneizado (se establece entonces la desigualdad que acompaña a la distinción entre fuerza de trabajo autóctona o “nacional” y fuerza de trabajo heteróctona o “extranjera” en cuanto que “fuerza de trabajo inmigrante”; por extensión se levanta la desigualdad que acompaña a la condición de ciudadanía / no-ciudadanía). En las crisis capitalistas, partes de la fuerza de trabajo previamente endogeneizada tienden a resultar exogeneizadas, como está ocurriendo en la actualidad sobre todo con las nuevas generaciones que se incorporan al mercado laboral.

El aumento en los ritmos de crecimiento de la productividad (desarrollo tecnológico), conlleva una creciente incapacidad del modo de producción capitalista para absorber o reabsorber la fuerza de trabajo “producida” mediante proletarización, lo que da lugar a un disparado aumento de la fuerza de trabajo excedente (sólo una parte de la cual “funciona” realmente como de reserva). Dentro de la cual distinguimos:

  1. Flotante: que es alternativamente atraída y repelida por el propio movimiento del capital (suele estar sujeta a una movilidad relativa, como adaptación a los cambiantes requerimientos de organización de los procesos de trabajo, y en función de la propia movilidad del capital entre ramas, entre sectores de actividad o entre lugares)
  2. Latente: resultante de la forma del desarrollo capitalista en el campo => A medida que son destruidas las formas de producción previas, se repele población que sólo se vuelve visible cuando migra a las zonas de empleo
  3. Estancada: que se acumula en los núcleos de concentración del capital como resultado de su expulsión de la relación salarial y que, en todo caso, sobrevive con una base de trabajo irregular.

Cualquiera de estas modalidades puede llegar a ser:

4) Definitivamente desechable: entra por lo general a formar parte de la marginalidad absoluta. Esta situación puede conducir también a la venta del propio cuerpo (o “chasis” de la fuerza de trabajo) para distintos fines (de prostitución, militares, de tráfico de órganos, pruebas biológicas, exhibición…; si bien esa venta puede atañer ocasionalmente a otras divisiones de la fuerza de trabajo).

Unas y otras modalidades están en la base de la multiplicación de las formas de empleo cada vez más atípicas o informales, ya señaladas, así como del autoempleo y el supuesto trabajo “autónomo”, que a escala planetaria normalmente dan lugar a situaciones precarias cuando no directamente a una economía en los márgenes del sistema, de subsistencia mínima.     

Es, además, entre la fuerza de trabajo más exogenizada y excedente donde se suelen encontrar (aunque no sólo entre ellas) los niveles de una conciencia productiva (y -por tanto- social) más degradada  (“lumpenproletariado”) y donde tiende a extraerse el grueso del salariado que forma parte de los aparatos represivos tanto del Estado como privados (gansteriles, mafiosos…). Siendo objeto asimismo del reclutamiento militar estatal (ejércitos y cuerpos militares varios) o privado (paramilitarismo, mercenariado…).

Todas estas expresiones del excedente de fuerza de trabajo adquieren dimensión global con la consecución de un Sistema Mundial capitalista. Se consigue, así, una fuerza de trabajo migrante global o ejército laboral de reserva mundial, con una permanente disponibilidad migratoria. Lo cual, hoy por hoy, tiende a rebajar en todos lados el poder social de negociación de la fuerza de trabajo (esto es, su capacidad de hacer valer sus intereses objetivos o de clase).

Atendiendo a todo ello es que podemos entender que entre la enorme variedad y condición de la clase trabajadora se generen no sólo diferentes y a veces contradictorios estados de conciencia, sino asimismo numerosas fracturas o divisiones horizontales, por ejemplo bien según su condición de  endógena / exógena; bien en cuanto que resulta generizada como hombre o mujer (con la correspondiente división sexual del trabajo); ya sea en función de la escala de cualificación y de supervisión y/o gestión de los procesos productivos (división social -y en su extremo “manual/intelectual”- del trabajo); ya según la adscripción edataria (división generacional del trabajo); ya en atención a su racificación o etnificación (división étnico-cultural del trabajo; porque la “raza” sigue siendo utilizada para marcar al proletariado de cara a la provisión de una mano de obra severamente exogenizada), etc. 

El gran «éxito» del capital al proyectarse como totalidad, facilitando la labor de sus personificaciones, es que ha supeditado todas las líneas de fractura de la fuerza de trabajo a su dinámica de extracción de valor, que por eso se ha constituido en hegemónica, sustentadora de todo un sistema social hoy planetario. Circunstancia que transcurre paralelamente a su relativo logro para difuminar la relación de clase Capital/Trabajo constitutiva del modo de producción capitalista, visibilizando, potenciando y multiplicando en cambio, las desigualdades horizontales Trabajo/Trabajo (de estatus, formación-cualificación, género, generación, culturales, identitarias, etc.).

Pero todas esas fracturas, y las luchas e incluso movimientos a que dan lugar, son parte de la relación de clase capitalista. Aunque tengan especificidades basadas en relaciones desigualitarias y modos de producción diferentes, éstas son reconstituidas y refuncionalizadas en el capitalismo de cara a formar parte de su dinámica del valor, según su ubicación en, y contribución, a la reproducción ampliada del capital.

El contenido, características y formas que adquieren en el capitalismo (y que las distinguen de las que tenían en otros modos de producción) están relacionados con la manera en que participan en el trabajo social total (por ejemplo, formando parte directa o indirecta de la valorización del capital; así, por ejemplo, el fin último del trabajo esclavo en el capitalismo es tal valorización del capital y no la producción de bienes de uso, servicios o de excedente, como en otros modos de producción; igual ocurre con la “producción de productores” que realizan las mujeres, por ejemplo). Y es que aunque el sistema capitalista se basa en la explotación del trabajo abstracto -de la fuerza de trabajo como mercancía-, aprovecha también todo el repertorio de formas de explotación que le han precedido, e incluso otras nuevas que genera por fuera de la relación salarial.  

Las marcas de etnicidad, “raza”, nacionalidad, género o edad han sido también, aunque no sólo, expresiones en las que el capital ha plasmado su imposición diferencial del trabajo abstracto a la población, separándolo del trabajo no-pago de mantenimiento de la sociedad y de la Vida en general.

Se establecen así distintos “agentes económicos” y formas sociales de compaginar asalarización con semi-asalarización y no-asalarización, trabajo pago y no-pago, en torno al valor como plusvalor social, así como de dividir a la fuerza de trabajo y de rebajar el precio de ésta. Siendo, precisamente, el salario un elemento desigualador del proletariado, que favorece la dominación interna dentro del mismo (“hombres” sobre “mujeres”, asalariados/as sobre no asalariados/as, “expertos” sobre “no expertos”, directivos sobre ejecutantes, por ejemplo). 

La configuración de las clases sociológicas de la ciencia social del capital se basa, precisamente, en el modo de distribución de la riqueza social generada (parte recibida por unos u otros fragmentos de clase, en forma de salarios, emolumentos, estipendios, honorarios, comisiones, asignaciones y recompensas en general desigualmente percibidos), así como en el desigual acceso a los medios de dirección social y supervisión laboral. Estos mecanismos de diferenciación interna, reforzados por esa misma ciencia, se expresan en formas de conciencia que por lo general se separan de la concepción colectiva de clase trabajadora,e incluso a menudo se muestran ajenas o incluso opuestas a ella. También en identificaciones de “clase como estatus”, que se anclan en la mayor o menor capacidad de consumo y sus “estilos”.

Pero trascendiendo estas claves, el marxismo comprende la inclusión del conjunto de personificaciones de la relación Capital/Trabajo que integran las formaciones sociales, como agentes directos o indirectos de la valorización del valor-capital.

Poco podemos entender de la totalidad social que constituye el capital si contemplamos las luchas que surgen de los distintos campos contra esa constelación de posiciones, contra esa trama social de desigualdades respecto de la valorización del capital, como si fueran separados “movimientos sociales”, en vez de como expresiones de una misma lucha con muchas aristas, dimensiones y ámbitos, perfectamente complementarias aunque también potencialmente conflictivas entre sí, contra efectos concretos sobre las vidas particulares y colectivas de aquella totalidad social, en torno a la explotación y la desposesión diferentemente plasmada en unos u otros sectores de la sociedad (esto es lo que no quieren ver quienes insisten en señalar a “los nuevos movimientos” –incluso muchos/as de quienes participan en ellos- como si fueran “sujetos” y tuvieran “motivos” ajenos a la relación de clase capitalista. No comprenden la gran complejidad y polimorfismo de ese concepto, y lo creen reducido al obrero de fábrica y poco más).

Si las divisiones a las que hemos aludido, creadas, reactivadas o potenciadas por el capitalismo, tienden a generar subjetividades subordinadas, también las luchas de unos u otros pedazos de esa fragmentación, que co-evolucionan con el propio desarrollo del metabolismo capitalista, contienen a la postre la potencialidad de ir eliminando las desigualdades al interior de la relación de clase, de ir nivelando los atributos productivos de la clase trabajadora, destacadamente su conciencia (por ejemplo a través de la asalarización y cualificación de la fuerza de trabajo generizada como “mujer”), y por tanto a articular y armonizar la praxis de clase, contra las diferentes subjetividades particularistas que el movimiento del valor-capital y los dispositivos de formación de conciencia de la clase capitalista generan. Especialmente son un antídoto contra las mencionadas subjetividades subordinadas o degradadas que el capital provoca y ahonda, y lo son al combatir el trabajo precario, la marginación, la racificación de la fuerza de trabajo, o la condición individualizada y subordinada de tantas mujeres y, en general, de la fuerza de trabajo que queda fuera de la relación salarial directa). Por eso la clase capitalista y sus medios intentan desviar esas luchas hacia el terreno de la identidad en exclusiva, o del “reconocimiento” y la “diferencia”, cuando no ha podido doblegarlas.

La relación de clase así de ampliamente concebida y practicada, junto a las luchas en torno a ella, adquieren una potencial dimensión disruptora del conjunto del metabolismo social capitalista, de la totalidad de su orden social.  

Aunque no todas las luchas de clase conllevan esa dimensión.

III   Luchas de clase

En el modo de producción capitalista, como en cualquier otro modo de producción desigualitario, las luchas en torno a la relación de clase presentan diferentes grados de intensidad, alcance y explicitación.

Cuando las luchas de clase están centradas en conseguir una mayor o menor distribución de la plusvalía generada en la explotación, menos tiempo de jornada, condiciones menos intensivas de trabajo, un menor trabajo no pago o semipago, una suavización o reparto del trabajo de reproducción, una mayor disposición de comunes… las decimos, sólo para precisar el análisis, “luchas de clase cuantitativas”. De forma también solamente heurística las podríamos dividir en:

  1. Latentes. Debidas a la fricción implícita que genera e implica la sujeción y ejecución práctica del trabajo abstracto (que es trabajo social puesto en acción pero que realiza en concreto cada ser humano). Pueden traducirse, desde el punto de vista del Capital, en “escamoteos”, “negligencias”, “desórdenes”, “perezas”, “absentismos”, “mal trabajo”, “libertinajes”, “vagancia”, “ingratitudes” o “infidelidades” obreras, etc.);
  • Explícitas. Precisan cuanto menos de un determinado grado de conciencia del antagonismo de clase, y por tanto pretenden la traducción colectiva de las acciones recién mencionadas o de otras directamente dirigidas hacia el objetivo del reparto de la plusvalía: actos de protesta en sus distintas expresiones, huelgas, negociación política, etc.

Para que las resistencias se tornen proyectivas, manifiestas (conscientes y orientadas a la raíz de los procesos), para que puedan constituir un desafío global consciente al mismo hecho de la explotación, haciéndose luchas de clase cualitativas, han tenido que darse parciales transformaciones de la fuerza de trabajo como objeto de explotación, a la fuerza de trabajo como sujeto de desalienación (que intenta recuperar la totalidad de su tiempo de vida para sí), que se autovaloriza por fuera del valor-capital.

La autovaloración de los seres humanos requiere necesariamente de la desvalorización del capital, en cuanto que para valorizarse a sí mismos tienen que 1. Percibir su condición de mercancía; 2. Negarla como condición aceptable = negar su condición de mercancía “fuerza de trabajo” o “capital variable” que valoriza al capital. 3. Luchar organizadamente contra ello.  

Esto quiere decir, necesariamente, que hay partes de la clase trabajadora que han experimentado un mayor desarrollo en el proceso de autonomización ideológica respecto del capital, en su constitución en sujetos que procuran establecer sus propias coordenadas sociales.

Sujeto en este contexto es el agente -que busca ser colectivo para ser efectivo- que identifica en el plano social sus sujeciones e interviene en el mismo plano (colectivamente) para transformarlas en orden a conseguir mayor autonomía. El concepto de sujeto, especialmente para los subordinados, está estrechamente relacionado al mayor protagonismo agencial frente a las estructuras.

La fuerza de trabajo es una mercancía que no se puede separar de su forma-vida. Cualquier obstaculización a su realización humana tiene la potencialidad de provocar lucha, esto es, movimiento: intento de prevalencia de la vida sobre la mercancía. Y por tanto también posibilidad de desalienación.

El movimiento obrero (como epítome del movimiento de clase) es a la vez productor y producto de esta contradicción, como negación de la negación de la vida. En su praxis lleva la potencialidad de su propia desalienación. 

Esa conciencia de clase cualtitativamente más desarrollada tiende a coagular de forma organizativa en movimientos, sindicatos, partidos… El partido de clase ha sido hasta hoy la máxima expresión de esa conciencia desarrollada, que se erige en sujeto colectivo con capacidad de establecer una orientación teórica profundamente asentada, con su correspondiente altersistematicidad ideológica, entendida aquí la ideología como acumulación histórica de conciencia –que enriquece y desarrolla a su vez las conciencias individuales y colectivas-sectoriales, de cara a irlas conformando como conciencia de clase-; dota no sólo a sus integrantes sino potencialmente a partes amplias del cuerpo social de objetivos inmediatos, intermedios y finales, así como de un programa para llevarlos a cabo, mediante contenidos básicos de táctica y estrategia.

El partido de clase, gracias a esa acumulación de conciencia coagulada orgánicamente y puesta a desarrollarse en común y para el común, permite ver más allá de lo inmediato, haciendo las veces, como decían los clásicos, de una jirafa que contempla el horizonte por encima de la vista de los demás y sabe por dónde hay que ir para alcanzarlo.

En realidad ese horizonte es el que ella misma se ha trazado, a través de una conciencia de clase altersistémica. Estamos ante lo que la Grecia clásica llamaba el enkratés, el ser humano políticamente organizado cuyo dominio sobre sí mismo le permite darse sus propios fines y metas, autotélico, que se autogobierna o autodetermina, en pro de su autodesarrollo (ello conduce a la frónesis o habilidad entrenada para saber prever el futuro en política y en consecuencia calibrar los pasos y acciones más razonables a seguir). Esa conciencia practica sólo se puede conseguir como sujeto colectivo, mediante la participación y el quehacer cotidiano políticos, a través de los cuales el “sentido común” se politiza en la acepción más noble del término, de preocupación y ocupación por el conjunto de la polis. Esto capacita para desarrollar la actividad y deliberación colectivas, para tomar decisiones e intervenir en la totalidad concreta que es la vida social.

Es imprescindible tener en cuenta estas diferencias entre las luchas de clase, de cara proporcionarlas en su conjunto un sentido cualitativo o altersistémico. De lo contrario, seremos muy poco eficaces políticamente.

Sin embargo, tampoco hay que perder de vista que dialécticamente esas luchas no están separadas: las formas de resistencia latente pueden complementarse con las luchas por un mejor reparto de la plusvalía y llevar a importantes modificaciones organizativas del capital. Toda lucha “revolucionaria” empieza primero por esas resistencias y por aspectos “cuantitativos” de la relación de clase, y se mezcla siempre con ellas. Unas luchas están hologramadas en las otras. Pero sería políticamente inocuo no considerar los distintos alcances y posibilidades de unas u otras expresiones y de cuáles prevalecen en cada momento.

Por eso, a diferencia de lo que proclama la tan manida como estéril acusación de economicismo, lo que distingue en el fondo al marxismo de otras perspectivas y estrategias de conocimiento e intervención en la realidad, no es la primacía de los factores económicos sino la constitución de un cuerpo teórico-práxico resultante de articular un conjunto infinito y cambiante pero estructurado y sucesivamente jerarquizado de factores. Es decir, se trata de una integral comprensión y actuación de y sobre el mundo, del conjunto de factores que constituyen la vida social, donde la teoría y la acción están inter-penetradas y se modifican entre sí tanto como al propio mundo sobre el que inciden y del que se reconocen como porciones de sus partes cambiantes.   

                                                                       ***

¿Pero cómo expresar el infinito condicionamiento y fragmentación discorde de la realidad en “condiciones objetivas” concretas, y cómo dar cuenta de la plasmación de esas condiciones en subjetividad y lo que es aún más complejo, en “conciencia” colectiva, y ésta en praxis emancipadora?

Se intenta explicar en la segunda parte.


[1] El carácter universal de la ciencia como quintaesencia del proceso histórico de desarrollo puede encontrar su encarnación solo en las condiciones de la máxima socialización del trabajo, en las condiciones de la sociedad socialista. (…) “La ciencia solo puede jugar su rol en la República del Trabajo”, anotó Karl Marx. La base económica [del comunismo] es la propiedad de todo el pueblo, la conducción planificada de la economía, el bienestar del pueblo como fin de la producción social. (…) En estas circunstancias fórmase la personalidad desarrollada de modo omnilateral del ser humano del futuro comunista, que se presenta al mismo tiempo como trabajador y científico, pensador y artista, encarnando en sí el ideal humanista marxista.

La reconstrucción socialista del mundo abre camino a la unión íntima de la ciencia y la democracia (…) La ciencia permite someter paso a paso todas las relaciones y esferas de la actividad al control de la razón colectiva de los/as trabajadores/as. Ella viene a ser el fundamento teórico de la síntesis cultural que revela la naturaleza primordial de todo el conocimiento como saber sobre el ser humano. Hoy hasta la cosmología deviene antropología. LA CIENCIA COMO FENÓMENO DE LA CULTURA por Yuri Zhdánov | EL SUDAMERICANO (wordpress.com)

[2] A partir de la restringida libertad de la especie humana frente a las fuerzas naturales, también había una limitada libertad de los seres humanos de liberarse de los lazos comunitarios. ´Soy sólo en tanto que tú eres´ como miembro de una comunidad en medio de la naturaleza, de la cual dependemos y con la cual interactuamos totalmente como parte integral.

Con la aparición de un excedente más o menos permanente y el consecuente paso en el dominio de la naturaleza, aparece la “libertad relativa” de crear nuevas relaciones de producción que se aparten del Bien Común de la Comunidad como un todo. Es lo específico del modo de producción tributario. En él existen condiciones para revelar la “libertad relativa” de los seres humanos de entablar relaciones sociales de producción a partir de una división social del trabajo, pero siempre de comunidad directiva o superior frente a comunidades inferiores o de base (pueblo). En este contexto, se amplía la cooperación entre múltiples comunidades de base dirigidas por una comunidad dominante que permite realizar obras productivas, a menudo por haber logrado pequeños trabajos a menor escala en su entorno. El fetichismo de la religión adquiere dimensiones cada vez más grandes (pirámides, mastabas, palacios, grandes templos, etc.) y dichas obras de culto son una modalidad potencial de apropiación del excedente por la élite en el poder. Pero en el modo de producción tributario los lazos comunitarios, en vez de disolverse, se reafirman en una escala mayor, eso sí, mediante una creciente división social de trabajo. Sólo mediante esa cooperación socializada y más vasta en términos de territorio, la humanidad logra un mayor control de las fuerzas naturales con unos lazos comunitarios que se tornan más complejos. En estas formaciones sociales no hay lugar para un mayor desarrollo de la individualidad. No hay entre el pueblo posibilidad de un desarrollo de intereses privados individuales que disten de los comunitarios. ´Yo soy (como persona, pueblo) mientras yo y tu (otros pueblos) nos reconocemos en la comunidad grande’.

La historia de la Europa clásica se caracteriza, en cambio, por la transición a la explotación individual de la tierra y el intercambio de productos en el mercado local. La apropiación del producto se individualiza y con ello surge de hecho y más tarde de derecho la propiedad privada sobre la tierra. La historia de la humanidad en eso que después se llamaría “Occidente” se caracteriza por querer construir sociedad a partir de la individualidad y donde el Bien Común (entonces, las tierras colectivas) se va perdiendo poco a poco para la Comunidad, asentando la explotación de una clase por la otra (lo que tiene su máxima expresión en el esclavismo: ´soy mientras tú no eres´), así hasta llegar al momento de los límites de la individualidad sin sociedad, es decir, sin Bien Común de la Comunidad como un todo. Todo ello no sin pasar por Permanentes Rebeliones y levantamientos populares (en los últimos 28 siglos) por recuperar la dignidad colectiva, por el Bien Común, por congeniar Individualidad en la Comunidad.

El capitalismo pareció destrozar todas esas luchas llevando a la Individualidad a negar la Comunidad, a enfrentarse a la Sociedad, pero en realidad las proyectó a un escalón más alto, en el que se jugaba el propio modo de producción.  Transcendiendo el antagonismo a partir de la imposibilidad del “tu sin migo y yo sin tigo”, “tengo sentido en cuanto que soy Comunidad, (ahora) libremente elegida”, “mi beneficio radica en el beneficio del Común”. Ese es el movimiento comunista de la humanidad.

[Esta nota la incluyo en homenaje a Wim Dierckxens, que tanto insistió en plantear estas claves].

[3] La “clase obrera” ha sido señalada tradicionalmente como el sujeto principal en la superación del capital, y lo ha sido en cuanto que sea considerada la parte asalariada de la fuerza de trabajo que está ubicada en el sector industrial, el productor de valor nuevo, mediante el que se renueva la sangre (el valor) de todo el Sistema (para entrar en la explicación de esto tengo que remitir aquí al capítulo 4 de mi obra, De la decadencia de la política en el capitalismo terminal. El Viejo Topo, 2022). Hoy la clase obrera ha crecido en lo global, pero desde hace tiempo viene disminuyendo en las formaciones socioestatales de capitalismo avanzado.

 Por otra parte, entre la clase trabajadora y la clase capitalista se sitúa una “clase media”, que según la definición marxista clásica estaba integrada por “quienes tienen suficientes medios de producción como para no tener que trabajar para otros, pero no tantos como para hacer que otros trabajen para ellos”. En la primera y segunda revoluciones industriales estaba integrada por la pequeña burguesía-la aristocracia venida a menos, las entonces consideradas “profesiones liberales”, el campesinado con tierras y medios de producción propios; pequeños patronos que pueden emplear a otros/as trabajadores/as pero que eso no les evita tener que trabajar ellos/as mismos/as, autoexplotándose (lo que quiere decir que parte considerable de su trabajo-explotación no se traduce en ganancia, ya que aquél se diluye en el valor medio producido en la sociedad, que es apropiado por la clase capitalista puntera en forma de índice de ganancia diferenciado. Eso significa que el pequeño patrono también transfiere trabajo propio al producir mercancías en más tiempo medio que el de la clase capitalista que concentra -y centraliza- el capital). En cualquier caso, hoy casi todas esas figuras están asalariadas, o en su defecto quedan a menudo en condiciones más precarias que algunas capas de la clase trabajadora.

Los procesos de centralización del capital en el campo, la extensión de las apropiaciones del gran capital en el planeta entero, hacen del campesinado una condición igualmente precaria, pero también ambigua, integrando en ella desde pequeños capitales rurales (por lo general reaccionarios tanto frente al gran capital como al proletariado), asalariados por lo común parciales (jornaleros) o con diferentes modalidades de ligazón a la tierra (aparcería, enfiteusis…), hasta grandes porciones de la fuerza de trabajo excedente que, en todo el planeta, intenta subsistir aprovechando pequeñas parcelas de tierra.

Y lo mismo pasa con los denominados “autónomos/as”, que hoy serían esos “pequeños/as patronos/as” cada vez más axfisiados/as por el gran capital, cuando no se trata directamente de clase trabajadora autoexplotada, una vez ha sido expulsada o bien “externalizada” por parte de unas u otras empresas. Sin embargo, en unos y otros casos tienden a no concebirse como clase trabajadora (su subjetividad productiva suele estar fuertemente alienada).

En definitiva, la clase media es una categoría muy reducida, en vías de extinción, en contra de toda la ideología de las clases medias universales y de la autoatribución interiorizada de la población. Por eso no se la dedica un lugar relevante en el texto, aunque eso no quiere decir que no haya que tenerla en cuenta en los procesos decisivos de transformación y del necesario establecimiento de alianzas.

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LAS MIGRACIONES HUMANAS EN EL CAPITALISMO. MOVILIDAD DE LA FUERZA DE TRABAJO DE RESERVA

En el capitalismo la movilidad de la fuerza de trabajo ha tendido a ser encauzada y sujetada en orden a conseguir su ductilidad, flexibilidad o subordinación adaptativa a las exigencias de acumulación de capital. Es por eso que el estudio de la movilidad de la fuerza de trabajo no puede separarse del seguimiento de la puesta en práctica de las formas de trabajo y los cambios en los procesos organizativos del mismo, teniendo en cuenta que movilidad espacial y funcional se intersectan y combinan permanentemente en el modo de producción capitalista.De ahí que sea tan necesario, también, el estudio preciso de las formas de valorización del capital y sus consecuentes formas de movilidad del Trabajo en cada momento histórico, a la hora de dar un sentido completo a los análisis migratorios.

De ahí también, en la otra cara de la moneda, la vital importancia no sólo del movimiento de la fuerza de trabajo o de los diferentes procedimientos de adquisición de la misma (dentro de los cuales el trabajo asalariado es sólo una modalidad más, combinada históricamente con otras modalidades forzadas o semiforzadas de trabajo), sino la incorporación concreta de ésta a los procesos de acumulación capitalista.

Las migraciones internacionales “libres” de mano de obra proletarizada, como parte de esos movimientos migratorios:

  1. disminuyen el tiempo de rotación del capital (por la disminución del tiempo de producción con el aumento de la intensidad), y
  2.  permiten la persistencia de sectores de baja composición orgánica (para qué invertir en maquinaria si la fuerza de trabajo sale muy barata).

Procesos que coinciden en contrarrestar la caída tendencial de la tasa de ganancia.

De ahí que se haya enunciado que frente a la baja tendencial de la tasa de ganancia el Capital opone, entre otros dispositivos, la “ley de perfección tendencial de la movilidad del trabajo” (De Gaudemar). Por eso es tan importante tener en cuenta los flujos migratorios en tanto que elementos de la producción de la mercancía fuerza de trabajo que se ha venido dando a través del tiempo en las distintas formaciones sociales, y no sólo como componentes vitales de la circulación de tal mercancía. Cuanto más perfeccione o abarate los medios de transporte más podrá beneficiarse el desarrollo capitalista del acceso a más y más fuerza de trabajo, en mercados cada vez más alejados. Especialmente si ese trasporte y sus costes corren a cargo de esta peculiar mercancía, única que puede desplazarse a sí misma o costearse su propia movilidad.

Pero es en la movilidad del capital –el cual obliga a tomar en consideración el mercado global capitalista-, en el que las migraciones internacionales de mano de obra proletarizada (-asalariada) adquieren especial relevancia y visibilidad.

En el decurso del capitalismo histórico el materialismo dialéctico las ha entendido ante todo como un dispositivo global de suministración de fuerza de trabajo así como de aportación de los elementos (étnicos, familiares, comunitarios, vecinales, etc.) de reproducción de la misma. De ahí que desde esa perspectiva las migraciones no puedan ser desligadas del análisis socioantropológico de cada formación social y de sus claves cultural-identitarias, ni se pueda obviar la especial significancia que en los procesos migratorios adquiere el componente de género, tanto como el factor comunitario (sea étnico, nacional, local, etc.), los cuales a menudo se refuerzan.

El aprovechamiento de la movilidad espacial de la fuerza de trabajo ha adquirido muchas formas en función de la distinta posición de unas u otras formaciones sociales en la división internacional del trabajo. Se expresan a continuación algunas de las plasmaciones históricas más importantes:

  1. La expansión del capital a nuevas áreas geográficas ha llevado consigo en ellas la conversión de productores de subsistencia en trabajadores asalariados. Aquélla fue complementada frecuentemente con movimientos forzados de población de unas a otras formaciones periféricas y compaginada también a menudo con la importación de fuerza de trabajo de las zonas de previo desarrollo capitalista (estos últimos como procesos migratorios de los centros a las periferias del Sistema Mundial, predominantes entre el siglo XVI y principios del XX).
  2. La acumulación intensiva de capital en las sociedades centrales ha generado procesos inversos de migración mundial, de las periferias a los centros del Sistema, en los últimos 70 años.
  3. Ulteriores niveles de acumulación capitalista en las periferias han activado migraciones interperiféricas, y también migración de cierto tipo de fuerza de trabajo (sobre todo altamente cualificada) de las sociedades centrales a las periféricas.
  4. Por fin, la importación de fuerza de trabajo ha estado históricamente vinculada al fortalecimiento o reproducción del dominio del Capital sobre el Trabajo en unas y otras formaciones sociales del Sistema, con especial significación en las centrales, mediante el aumento de la sustituibilidad de la mano de obra.

Si la condición asociada al desarrollo del capitalismo es la entrada de más y más población al trabajo asalariado, hay otra condición subsecuente que es la de rellenar constantemente la reserva de trabajo listo para ser asalarizado, dado que el poder relativo del Capital sobre el Trabajo está mediado por la tasa de reemplazo de la mercancía fuerza de trabajo que aquél sea capaz de mantener. De hecho, algún autor ha llegado a precisar que el diferencial entre la tasa media de crecimiento del capital (g), y la tasa media de crecimiento de la fuerza de trabajo (n) determina si la economía capitalista tiende o no a extender sus fronteras. Si g-n es superior a cero el poder relativo del Trabajo dentro de unas determinadas fronteras de la economía capitalista tiende a crecer. Ese poder relativo ejerce a su vez presión sobre el capital para que “se fugue” o expanda más allá de dichas fronteras.

Por eso es tan importante para el capital aumentar las reservas de fuerza de trabajo. Pero las migraciones por sí mismas no constituyen un “ejército de reserva” si a ellas no se le añade la condición de embridamiento (Moulier-Boutang), encaminada a debilitar la capacidad de respuesta de la fuerza de trabajo migrante.

Entender esto mejor requiere que consideremos a esa fuerza de trabajo como un caso de trabajo exógeno.

A lo largo de la historia en las diferentes entidades capitalistas hay que considerar invariablemente la interrelación entre una fuerza de trabajo endógena, con intercambios laborales regulares y estables, relativa libertad de movimientos y vinculada a mecanismos de integración social paralelos a la construcción de la propia ciudadanía, y una fuerza de trabajo exógena, incorporada “de fuera” y obligada a permanecer más allá de los márgenes de esa ciudadanía y de las condiciones de regulación laboral. Esta última es la que ha estado sujeta crónicamente a restricción política de movimientos o embridamiento directo a falta de aquellos otros mecanismos de “sujeción”. En ella se incluyen las distintas formas de trabajo no asalariado, las reservas demográficas listas para ser incorporadas al mismo a través de su previa proletarización o desposesión, las migraciones internas y también las interestatales, por ejemplo. Su presencia ha sido imprescindible para posibilitar los diferentes modos de regulación capitalista.

El propio Estado se consolidó en cuanto que garante y regulador del aprovisionamiento de fuerza de trabajo, y como reproductor del carácter dependiente y exógeno de una parte variable de ésta. Aquí radica la razón de ser de las políticas migratorias.

Efectivamente, el que la división internacional del trabajo capitalista haya venido estando vinculada históricamente a la formación y consolidación de fronteras estatales, quiere decir que los Estados han jugado un papel determinante en la acumulación diferencial del capital a escala global.

Uno de los elementos que se han revelado necesarios para llegar a tal objetivo es el establecimiento de una desigual condición de la fuerza de trabajo. Para ello los Estados procurarán la diferenciación institucional de los procesos de mantenimiento y reproducción de la fuerza de trabajo según orígenes, generando un subtipo de ella especialmente vulnerable o desposeído de poder social de negociación en virtud de la atribución del estatus de extranjera.

Además, partiendo del hecho de que entre las particularidades del “mercado mundial capitalista” destaca que en él, en realidad, no se produce una movilidad total de mercancías, lo que resulta verdaderamente determinante en este peculiar mercado es que no existe movilidad “libre” de la fuerza de trabajo. Esto significa que mientras que en una economía estatal todos los productores compran a precios uniformes sus insumos, incluida la fuerza de trabajo, en el mercado mundial esto no se cumple porque no hay movilidad libre de este factor, lo cual, junto a otras razones y consecuencias, permite que ni las tasas de plusvalía ni las tasas de ganancia se uniformicen a escala mundial, sino que estén fragmentadas estatalmente. De manera que si dentro de unas fronteras estatales hay productores que producen más ineficientemente (con menos productividad) ,sus precios no serían competitivos y se verían pronto sancionados por el mercado. En cambio en el mercado mundial pueden incluso tener mayores tasas medias de ganancia, dado que podrán aprovecharse, entre otros factores, del menor costo de la fuerza de trabajo, pues no existe un precio global para ella.

La no libre circulación de fuerza de trabajo es básica para mantener diferentes precios de la misma, y por tanto la posibilidad de ganancia en las relaciones reales de intercambio de las formaciones sociales y entidades empresariales que dominan la división internacional del trabajo. También es factor que explica la histórica preocupación del Capital por controlar a su conveniencia la importación y exportación de esa especial “mercancía” en unos u otros mercados laborales locales o regionales.

La ley del valor capitalista conduciría a precios uniformes de las mercancías, incluida la fuerza de trabajo, en todo el mundo, si hubiera una nivelación mundial de la tasa de ganancia, la cual sólo sería factible si se diese una economía mundial capitalista homogeneizada, con un solo Estado capitalista. La realidad, empero, es que existen diferentes mercados ensamblados en algo que hemos convenido en otorgarle las características tendenciales de “sistema”, y que deviene de la articulación de relaciones de producción capitalistas, semicapitalistas y precapitalistas vinculadas entre sí por relaciones capitalistas de intercambio y dominadas por un mercado mundial capitalista.

Los permanentes procesos de proletarización y la destrucción de las condiciones de vida de la mayor parte de la humanidad, permiten generar un “ejército laboral de reserva mundial” de dimensiones inagotables. Poner barreras a su movimiento global tiene como objetivo que quienes las superen pasen a ingresar las filas de la fuerza de trabajo más exogenizada, la clandestina: la más vulnerable, la más indefensa. Propicia para reducir el poder social de negociación de la fuerza de trabajo en todo el planeta. Siempre, claro está, que la distinción “nacional-extranjera” (endógena-exógena) mantenga su prevalencia.

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Las guerras que EE.UU. con sus súbditos de la OTAN están llevando a cabo contra el Mundo Emergente, especialmente contra Rusia y China, la destrucción de países, los bloqueos o guerra sucia económica, así como el CAOS generalizado que provocan, están disparando las migraciones, contra las que los propios responsables se quejan, promoviendo el blindaje de sus territorios, el control agresivo del movimiento internacional de seres humanos (contra el ‘derecho a emigrar’ estipulado por la ONU), la piratería o interceptación en aguas internacionales de embarcaciones de todo tipo, la erección de alambradas y muros cada vez más altos, leyes más represivas… poniendo en creciente peligro o directamente matando a más y más personas forzadas a dejarlo todo.

Y es que la Geoestrategia de Pillaje y Caos de EE.UU.-OTAN lleva a una sobreproducción mundial de fuerza de trabajo excedente (de ‘ejército laboral de reserva’). Cuando la dimensión de ésta llega a ese punto, se torna desechable, directamente suprimible.

Aunque todavía esa fuerza de trabajo sobrante puede tener una utilidad para el capital ==> El sustancioso «negocio de la represión migratoria», como el que se indica abajo:

Rubert Soammes, nieto de Winston Churchill, es una de las personas que más dinero gana en el mundo con la criminalización de los migrantes. Su compañía Serco dirige centros de «detención» de migrantes en el Reino Unido, Australia y Europa, acusados de violaciones a los DDHH. Según Corporate Watch, «Serco opera en cuatro regiones: Reino Unido y Europa, EE. UU., Oriente Medio y “Asia Pacífico” (principalmente Australia y Nueva Zelanda). Europa es, con diferencia, el país más grande, con alrededor del 45% de los ingresos totales (£1.340 millones) en 2017. Y la gran mayoría de ellos se encuentra en el Reino Unido: el 40% del total». En el Reino Unido opera, al menos, siete centros de detención de migrantes y gestiona una parte de los 600 hoteles pagados por el gobierno para alojar a los solicitantes de asilo. La empresa ha sido acusado de abusos sexuales y violencia contra las mujeres y los niños recluidos en su prisión de Earl’s Wood. En Australia hasta 2018 tenía a su cargo once centros de detención de migrantes, incluidos varios, fuera del país, en las islas de Papúa Nueva Guinea. Un informe de la Comisión Australiana de Derechos Humanos expresó varias preocupaciones sobre los centros de Serco en octubre de 2019, incluido el uso innecesario de restricciones medidas, el uso de medios de inmovilización (esposas, capuchas para escupir, mascarillas) y mantenimiento deficiente de registros. La prensa australiana filtró un manual de formación para sus guardias “que daba instrucciones explícitas sobre cómo golpear, patear y golpear migrantes detenidos, y cómo infligir dolor y utilizar porras contra ellos”. En 2009, incluso cerró uno de sus centros de detención en la Isla Navidad por malos tratos, abusos, suicidios y abandono infantil contra los migrantes recluidos allí. En Nueva Zelanda, perdió un contrato parecido en la cárcel Mount Eden cuando los guardias de Serco ignoraron a un hombre ahogándose en el piso con su propia sangre después de haber sido golpeado. Las violaciones de derechos humanos se acumulan sin que la empresa pierda contratos. De hecho, la compañía espera obtener más dinero por el «crecimiento fuerte en el sector de la inmigración» a nivel internacional, según The Guardian. «Se espera que los ingresos sean de al menos £4,800 millones, lo que sería aproximadamente un 6% más que los £4,500 millones reportados en 2022». Serco pertenece al club de 23 empresas que más se benefician del crecimiento de la industria de fronteras (y la criminalización de migrantes). Entre ellas están: Accenture, Airbus, Booz Allen Hamilton, Classic Air Charter, Cobham, CoreCivic, Deloitte, Elbit, Eurasylum, G4S, GEO Group, IBM, IDEMIA, Leonardo, Lockheed Martin, Mitie, Palantir, PriceWaterhouseCoopers, Serco, Sopra Steria, Thales, Thomson Reuters y Unisys. Se espera que para 2025 este «mercado de seguridad» sea de 68 mil millones de dólares, según el Instituto Trasnacional. La compañía británica está dirigida por Rubert Soammes miembro de la élite inglesa de primer nivel y nieto de Winston Churchill”. Sus trabajos anteriores fueron en la empresa de tecnología GEC (parte de la cual se han incorporado desde entonces a BAE Systems y Telent) y en la empresa de software financiero Misys”.

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Para todo esto siempre viene bien la colaboración de las izquierdas integradas o «compatibles» con la OTAN. Véase, por ejemplo, en qué están Los Verdes alemanes:

https://diariored.canalred.tv/internacional/los-verdes-alemanes-piden-deportaciones-mas-rapidas-mas-armas-y-mas-gas-licuado/

CHARLA Y DEBATE CON ANDRÉS PIQUERAS.

La “guerra total” o la guerra final. por Martín Martinelli. Aunque con bastantes fallos o lagunas de transcripción, dada la dificultad para ‘escribir’ una entrevista grabada (que puede seguirse aquí en la pestaña de Charlas Grabadas), espero que el enlace pueda ayudar a la clarificación del entramado geoestratégico de Guerra Total que ha emprendido el hegemón [dentro del Eje Anglosajón y la Red Sionista Mundial], con sus subalternos europeos. https://observatoriodetrabajadores.wordpress.com/2023/05/08/charla-y-debate-con-andres-piqueras-la-guerra-total-o-la-guerra-final-martin-martinelli/

Agradezco a Martín Martinelli su dedicación y deferencia para mi trabajo, así como el esfuerzo de la transcripción. También agradezco al Observatorio de Trabajadores en Lucha, siempre fuente de coraje y ánimo, por su interés por publicar la entrevista, así como otros artículos míos.

Martín también la ha publicado con una transcripción un poco más depurada en rebelion.org) https://rebelion.org/la-guerra-total-o-la-guerra-sin-fin/

andres

ACERCA DEL CAMBIO DE HORA

8 de mayo de 2023

26 de marzo de 2023 by andres Deja un comentario (Editar)

Es sabido que el capitalismo es un modo de producción basado en ello: el robo del tiempo (su beneficio radica en el tiempo que nos retienen trabajando y que no es pagado). Pero es que además hoy se permite el lujo de enseñorearse del tiempo natural, astronómico, mostrándonos con ello su dominio y opresión sobre el conjunto social.

Una vez más esta semana nos roban el tiempo.

Llevo extrañándome en los últimos años cómo una parte de la izquierda europea (y de la población en general) se ha mostrado tan indignada por el control social que ha supuesto la gestión de la llamada “pandemia del covid”, pero sea tan tremendamente indiferente al terrible e injustificado juego sobre nuestras vidas que los Estados realizan cada año. El acondicionamiento y la sensibilidad a la paulatina progresión de la luz solar que los seres vivos mantenemos con el desplazamiento terrestre, son de golpe trastocados por una medida arbitraria de adelantamiento de una hora. En el caso concreto del patético Reino de España, y respondiendo todavía a una decisión franquista para alinearnos con la Alemania nazi, nos conduce a que en buena parte del verano no anochezca antes de las 22:30, las 23 horas si nos vamos a una nación como Galiza, asegurándonos tardes de sol y calor insufribles e interminables, problemas para que la infancia pueda dormir adecuadamente, además de los mútiples inconvenientes para nuestra salud y el trastorno al conjunto de la vida animal vinculada directamente a la especie humana. Todo lo cual se acentúa con el estrés climático que de forma creciente padecemos cada año.

Hoy, día del agua, y ante el cada vez menor régimen de lluvias, todavía se alegran nuestros telediarios y opiniones callejeras del “buen tiempo” que hace en invierno (con casi 30º en febrero), y se celebran noticias como la extensión del regadío por territorios desolados y casi desérticos.

La subordinación, la sumisión, la aceptación resignada y acrítica de medidas como estas forman parte también del Dominio y del Poder del Capital, de su hegemonía cultural.

En fin, por si sirviera de algo, dejo enlace aquí a un artículo que hace ya algunos años escribí al respecto:  Cambio de hora. Robo al tiempo – Otras miradas (publico.es)

¿POR UN PROGRAMA DE MÍNIMOS Y DE MEDIANO PLAZO?

por andres

¿QUÉ FUERZAS SOCIALES Y POLÍTICAS CONTEMPLAN ESA POSIBILIDAD?

Toda fuerza político-social debe de albergar un proyecto con unos objetivos finales, otros intermedios y otros inmediatos o cercanos trazados en función de los primeros, de tal manera que pueda poner en marcha unas u otras tácticas para conseguir estos últimos objetivos, y al mismo tiempo integrarlas en la estrategia a largo plazo, que se corresponde con las metas del mismo calibre.  De lo contrario cualquier fuerza, sea organización, asociación o movimiento, quedará condenada a dar vueltas en torno a círculos estrechos, a merced de los vaivenes del modo de producción en la que está inmersa, sin rumbo y sin reales cuestiones que proponer al conjunto de la sociedad.

Las izquierdas integradas en el sistema son aquellas que le contemplan como algo más o menos insuperable (al menos en el medio plazo) y que buscan como mucho reformarle (o que se reforme) internamente en favor de las grandes mayorías.

Las izquierdas integrales, por contra, ven en el modo de producción capitalista un sistema cada vez más irreformable en favor de las grandes mayorías y, en cualquier caso, siempre anteponiendo la acumulación de capital, la reproducción ampliada del mismo, y preservando la ley del valor por encima de las vidas humanas, del bienestar de las poblaciones y del hábitat planetario. La dictadura de la tasa de ganancia implica que todo lo demás queda supeditado a ella. Es por eso que en estos momentos en que tanto se obstruye la misma, las posibilidades reformistas y de “bienestar” dentro del sistema se ven drásticamente reducidas.

Si el objetivo final es el socialismo, cualquier fuerza que así lo declare, debe contemplar al menos la posibilidad de emprender reformas no reformistas, que sean capaces de forzar o romper el sistema desde dentro, en beneficio de las sociedades.  De lo contrario, nos está vendiendo humo.

En el presente, y en las circunstancias históricas en que nos movemos, el camino a seguir para cuanto menos paliar el cataclismo social que acompañará al brutal choque económico-bélico-ecológico que atravesamos, pasa por las siguientes medidas inmediatas y a medio plazo, imprescindibles:

  1. Suspensión indefinida del pago de la deuda pública. (Para los pueblos de las periferias capitalistas, eso incluye la negación del pago de la «deuda odiosa»).
  2. Extracción de recursos del gran empresariado y, en general, de las grandes fortunas (solamente entre fraudes, bajadas de impuestos, evasión y fuga de capitales, se pierden más de 100.000 millones de euros cada año para las arcas públicas en el Reino de España). Condonación, en cambio, de deudas a la parte de la población trabajadora obligada a ser «autónoma», y moratoria a las pequeñas empresas. También al campesinado. Parar, asimismo, todos los desalojos y desahucios.
  3. Levantamiento de un servicio público de ahorro, de crédito y de seguros, para atender las necesidades de la población, no el lucro privado. Instaurar, mientras se alza una economía social, una renta universal garantizada.
  4. Control de las Bolsas (o directamente la suspensión, en su caso) para que los grandes capitales no puedan terminar de comprar las riquezas de los países a precios de saldo.
  5. Hacer verdaderos servicios nacionales de salud pública. Con clara vocación preventiva, capaces no sólo de prepararse frente a pandemias, sino de eliminar de una vez las muertes por enfermedades curables y parar antes de que se produzcan otras enfermedades cada vez más sociales.
  6. Transferencia al sector público de buena parte de los recursos de las transnacionales farmacéuticas y laboratorios privados de investigación (que a escala mundial gastan más dinero en combatir el «exceso de peso» que la malaria, por ejemplo). Por lo mismo, erección de un sólido sistema educativo y de investigación públicos, en todos los ámbitos científicos.
  7. Nacionalización de los sectores energéticos. Única manera de realizar una lucha algo eficaz contra el «estrés climático» que padecemos y de dotarse de un control público de los pilares estratégicos de cualquier sociedad.
  8. Reindustrialización, a partir prioritariamente de cadenas de proximidad y de la cooperativización de empresas.
  9. Recuperación de la soberanía alimentaria.
  10. En el caso de los países europeos, recuperación también de la soberanía cedida a la UE, que es como decir a los grandes mercados financieros. Ante la deserción de ésta o ante sus préstamos extorsionadores (a cambio de más Ajustes Estructurales y recortes sociales) es claramente la única vía para poder desarrollar políticas monetarias y fiscales sin restricciones externas. Se puede, así, emitir dinero para emprender una amplia contratación pública, en una economía cada vez más social que recupere para el control público los renglones estratégicos; también para poder contar con un verdadero servicio de protección civil, desmilitarizado. Todo eso requiere, indefectiblemente, romper con el euro.
  11. Abrogar los «Tratados de Libre Comercio» y las políticas de austeridad impuestas, los límites a la deuda pública y límites al déficit fiscal, que se ceban con las poblaciones, desamparando a más y más sectores sociales.

El camino que abren estas medidas no es otro que el que conduce a una economía planificada, cada vez más urgente y necesaria a escala tanto estatal como mundial. No se puede combatir de otra forma el caos, las miserias, guerras y destrozo ecológico y social a que nos ha llevado la economía de rapiña de un capitalismo que se vuelve más destructivo y despótico según va llegando su final.

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